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En memoria de los pilotos de la Batalla de Inglaterra


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Hay todavía una gran polémica y un vivo debate sobre esta batalla a todos los niveles, histórico, militar, y aeronáutico. A nivel histórico, se estudia el hecho de que Hitler no planteara la inmediata invasión de la isla tras la caída de Francia y el desastre de Dunkerque. Se estudia por qué Hitler quiso durante tanto tiempo pactar con los ingleses en lugar de demoler el país como había hecho con Polonia, Países Bajos, o Francia. Y se estudian las importantísimas consecuencias de perder la batalla en el ajedrez estratégico de Europa.

Desde el punto de vista militar, se estudia la implicación de Hitler en relación con Gran Bretaña y la estrategia de invasión, y por qué no tuvo, aparentemente, un afán especial por dominar las islas británicas, y más concretamente, por qué no escuchó las voces que clamaban que a la Luftwaffe se le estaba pidiendo que cumpliera una tarea para la que nunca había sido concebida. LLegando al punto de rechazar depósitos de combustible auxiliares temporales en los Bf-109, que les hubiesen permitido un mayor radio de acción. Recordemos que el Bf-109 no se retiraba muchas veces por ser inferior. Sencillamente, debía irse porque su depósito sólo le permitía 20-25 minutos sobre Londres en su escolta de bombarderos. Algunos tenían que realizar aterrizajes forzosos en Francia o caían al mar por quedarse sin combustible.

 Y, a nivel aeronáutico, se sigue discutiendo la eterna e inagotable contienda entre los dos mejores aviones de ese momento en Europa, el Bf-109 y el Spitfire. Los dos eran grandes cazas, y se puede decir que cada uno brillaba en aspectos concretos donde el otro no era tan capaz, por lo que eran complementarios. Esto llevó a que los pilotos gestionaran los combates intentando obtener un perfil de vuelo y combate adecuado a su avión, dejando en desventaja al contrario. Más allá de esta disputa, a veces casi religiosa, también se analiza con sumo detalle aun hoy muchos aspectos de aquellas batallas aéreas. El fracaso del Stuka, el uso estratégico, adecuado o no, de los Heinkel 111 y los Ju-88, el papel, mucho más importante de lo que se cree o dice, del Hawker Hurricane, la errática estrategia aérea alemana que al final permitió la victoria inglesa, el uso del armamento por parte de alemanes e ingleses, y las lecciones aprendidas del radar, instrumento sin el cual no se puede entender la organización y sincronización inglesa para hacer frente a la muy superior Luftwaffe. Todos estos puntos dan, cada uno de ellos, para uno o dos libros.

Lo que no suele comentarse es la enorme cantidad de tragedias personales que vivieron los pilotos de ambos bandos. La guerra aérea no es menos cruenta ni es más fácil que cualquier otra guerra. Los ingleses vivieron teniendo que despegar hasta cuatro o incluso cinco veces al día en ocasiones para hacer frente a los ataques alemanes. Y los pilotos alemanes tuvieron que ver cómo la incoherente actuación de sus superiores y su falta de un plan maestro, del cual es responsable primero el propio Hitler, les llevaron a perder aviones y hombres de una forma absurda y desmesurada. El propio Göring es sin duda uno de los responsables de que los británicos ganaran la Batalla de Inglaterra.

Pero, más allá de eso, la causa final del desastre alemán radica en que nadie, como ocurría siempre, fue capaz de atreverse a enfrentarse a Hitler y decirle que su estúpida actuación estaba sirviendo para perder grandes pilotos en acciones sin ningún resultado efectivo. No hay mayor desastre para un piloto que morir porque un superior arrogante y engreído no es capaz de dibujar un amago de plan de actuación. Morir es siempre un drama. Pero morir en un combate sin un fin concreto es además una vejación para todos los pilotos alemanes. Ellos no se merecieron ese fin, y sus superiores no merecen ser recordados sino como carniceros de sus propios soldados.

Los ingleses tenían todos los números para perder la Batalla de Inglaterra. Tenían menos aviones, menos pilotos, menos recursos, y sus defensas eran mínimas. Sin embargo, la organización de sus zonas de vuelo, especialmente las zonas 11 y 12 que cubrían el este de Gran Bretaña, y el mando centralizado con el radar como elemento estratégico principal, llevó a una racionalización de los recursos realmente remarcable. Pero no lo olvidemos: si los alemanes se hubiesen organizado de forma coherente y sistemática en la destrucción de la RAF y sus fábricas y aeródromos de principio a fin, los británicos posiblemente hubiesen perdido. De hecho, los ingleses casi habían perdido cuando los alemanes cambiaron su estrategia para comenzar el bombardeo de zona de Londres y otras áreas, dejando que los pilotos se reorganizaran, encontrando nuevos pilotos, y preparando nuevos aviones, así como reparando los aeródromos y dispersando los aviones en aeródromos de campaña disimulados por la campiña inglesa. 

Podemos concluir de todo esto, algo muy importante: la Batalla de Inglaterra fue un momento crítico para Europa. Sin la gran resistencia británica, sumada a la ineptitud de los mandos alemanes, es probable que Gran Bretaña hubiese sido invadida. No habría sido un paseo; las milicias inglesas ya se estaban organizando, y las batallas terrestres hubiesen sido muy duras. Todo eso forma parte de la ficción. Nosotros queremos simplemente recordar a todos aquellos pilotos, y guardar un minuto de silencio en su memoria. Eran simplemente chicos jóvenes, como muchos de nosotros lo hemos sido o lo somos, pero que fueron arrastrados por la tormenta de la guerra y cumplieron un papel terrible que ha quedado escrito para toda la eternidad en los cielos de Europa. Nunca les olvidaremos.


 Como siempre, vamos a recomendar la película de 1969, La Batalla de Inglaterra, porque tanto en su contenido como en los secretos de su rodaje es un tesoro para el aficionado entusiasta de la historia de la aviación. 

 


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