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Pájaros de muerte, relatos de guerra aérea recopilados por Phil Hirsch


jenisais

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Buenasss

 

(Pues empezamos otro libro.

 

El título original es "Fighting Aces", y en él se recogen, también, relatos cortos escritos por expertos en temas aeronáuticos de la Segunda Guerra Mundial. Y siempre protagonizados por Ases de la aviación norteamericana. El recopilador es Phil Hirsch conocido publicista estadounidese de los años 60. Recopiló de forma selectiva narradores que solventan con suficiencia los temas a tratar, todos de un interés más que notable. Son once relatos con el común denominador del interés y de la calidad literaria. Eligió para ello a media docena de notables entendidos en la materia.

 

Lo editó en 1965, Pyramid Publications, Inc. Y lo presentó en España Editorial Molino, de Barcelona el año siguiente en su Biblioteca Oro, n 14, con el título de "Pájaros de Muerte". La traducción, impecable, de M. Bartolomé. Son 184 pags. de un formato semi-bolsillo 11 x 17,5 cm. O sea que cada relato, siempre independiente, ocupa una media de 16 pags.)

 

 

 

 

El día que los norcoreanos abatieron a nuestro mejor piloto, por Robert F. Dorr

 

Fue como recibir de lleno el impacto de un martillo pilón. Los proyectiles atravesaron el F-86F del capitán Joseph M. McConnell, rasgando la piel metálica del caza a reacción y provocando estallidos en las profundidades de sus entrañas: en el motor. Las ensordeceras ondas explosivas se sucedieron detrás de McConnell, a escasos centímetros, impulsándole hacia adelante, estremeciendo todos sus sentidos.El choque sacudió el cuerpo del piloto de pies a cabeza. Esquierlas destrozadas y fragmentos de metralla azotaron el aire en torno a su rostro, como si alguien lanzara puñados de confetti. La palanca de mando se hundió en el estómago de McConnell, con la potencia del puño de un boxeador, rechazándole de nuevo hacia atrás y dejándole sin aliento.

 

Alargó los brazos con gesto frenético y pudo atrapar la palanca con ambas manos, pero demasiado tarde para impedir que el mutilado F-86F em pezase a actuar como si se hubiera vuelto loco. El aparato ejecutó un quiebro y se deslizó sobre un huracán, para terminar colocándose en posición invertida. Una serie de manchas purpúreas bailaron ante los ojos de McConnell. El aviador sacudió la cabeza recuperó su capacidad visual y distinguió el tono pardo de los arrozales de Corea del Norte, ¡a dieciséis kms. por "encima" de su cabeza¡

 

-¡Estoy boca aaaaabajo...¡ ¡Me han alcanzado...¡

 

Las palabras salieron con lentitud de entre los labios del piloto americano a regañadientes tamizadas de atónita incredulidad. Ni siquiera había vislumbrado al MiG 15 chino que primero le agujereó la cola de su reactor, ametrallando después toda la longitud del fuselaje. Ni por asomo imaginó que pudiese perder el dominio del aparato, que éste se diera la vuelta y que, deteriorado, le llevase rozando la barrera del sonido por territorio enemigo, a más de 15.000 m de altura.

 

McConnel se esforzaaba en adaptar su mente a la áspera realidad, cuando su F-86F comenzó a girar. La palanca se le escapó de las manos y el caza inclinó bruscamente la proa, cayendo en picado.

 

Todo esto sucedía durante la nublada tarde del día 12 de abril de 1.953. El cuerpo de McConnell con sus 90 kgs. de peso, se veía lanzado de un lado a otro, hacia adelante y atrás, mientras el acribillado F-86F, vibrando de modo aterrador, aceleraba en su descenso mortal, desplomándose salvajamente rumbo a la tierra.

 

Un humo caliente y fétido abrasaba las fosas nasales del piloto con ardores eléctricos. El cableado y el panel de instrumentos eran puro rescoldo... una brasa que no dejaba de lanzar chispas, emanaciones y chasquidos. Las astillase acero, que por poco no seccionaron la yugular de McConnell, habían destrozado, sin embargo, su máscara de oxígeno. Como esta no funcionaba bien, el aviador se la quitó de encima, jadeando en su deseo de introducir aire en los pulmones. En su ansiedad por conseguirlo, abandonço por unos instantes los intentos de hacerse de nuevo con la palanca de mando, comprendiendo que era incapaz de interrumpir su demente balanceo, y oprimió sobre su garganta el micrófono de la máscara, gritando lo que jamás supuso pronunciaría:

 

-¡Me han alcanzafdo, me han alcanzado, me han alcanzado¡ ¡Aquí Joe McConnell... jefe de la operación Hueso profundo¡ ¡Desciendo¡ -chillaba las frases en forma de torrente continuada, anhelando desesperadamente que alguien le oyera-. ¡Eh, Ralph, Ralph¡... ¡Demonio¡... ¿Dónde estáis, chicos?

 

Le respondió un zumbido estático. Accionóoel botón de la longitud UHF. Lo mismo. ¿Qué habría sido de los otros 3 Sabres del vuelo Hueso profundo? ¿Qué les habría pasado a sus compañeros, los demás pilotos del Ala de cazas de interceptación 51st FIG?

 

Se encontraba solo. El suelo giraba delante de él. Las bien definidas y cuidadadas parcelas de los arrozales se precipitaban al encuentro del aque reactor desenfrenado y Joe McConnell se sintíó más completa, más terriblemente solo de lo que se había encontrado en ningún momento de su vida.

 

Un infierno rugiente, fragoroso y llameante crepitaba a sus espaldas. Los "cubos" de las turbinas se desplazaban dentro de la maquinaria propulsora. Oía con diáfana claridad el repique de aquellas piezas de acero pulimentdo y sin mácula, chocando y rebotando, destrozando los entresijos del reactor de combate... El impluso de los golpes aumentaba y parecía que iba a terminar por romper el cuerpo del aparato. McConnell tuvo la impresión de que un cañonazo lanzaría sobre él una descarga de hojas de afeitar.

 

El F-86F atravesó el nivel de los 12.000 m en su temblorosa zambullida vertical. Su estela de humo trazó sobre el telón de fondo celeste una curva grisácea. Luego, esa estela se ensanchó, convirtiéndose en una amplia corriente de fuego entre anaranjado y rojo, que salía de la cola del avión, alimentado por el combustible y el aceite del motor.

 

Pero el problema más inmediato para el americano lo representaba el otro fuego, más pequeño, que ardía dentro de la carlinga. Apagó como pudo una llamarada que estuvo en un tris de encender una pernera de su traje de vuelo, tosiendo y sofocándose a consecuencia de la humareda que le envolvía.

 

Durante su descenso, el reactorde 10 toneladas se estremecía violentamente. De las alas y alerones del avión se desprendían trozos, los cuales no tardaban en desvanecerse en el aire, mientras el avión seguía su ígnea caída.

 

¡El aeroplano se desmembraba¡

 

 

 

 

(Coviene saber que este día el capirán Joseph M. McConnell poseía la bonita cifra de cinco victorias aéreas. Es decir que no era ningún novato en el oficio.

 

Mañana sabremos en qué acaba este trance. Aunque me parece que el título del relato es bastante explícito.

 

Me ayudará Rockofritz al que envío unas fotos alusivas a McConnell y su avión. )

 

Saludos

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Buenasss

 

(Dejamos a Joseph M McConnell en posición poco airosa (nunca mejor dicha), y con las profundidades de su motor Allison de su F-86F hecho unos zorros. Con unos daños sin cuantificar ni cualificar, pero serios, por tal como se producen esos ruidos metlicos en las entrañas de su motor. Esperemos se recobre lo suficiente para calibrar si puede, como poco, seguir volando.)

 

 

 

 

Sin dejar de toser y tratando por todos los medios de llevar aire a sus pulmones. McConnell giró el dial de UHF hasta los 128 megaciclos: el Canal Internacional de Emergencia. Si alguno de sus compañeros suponía que se encontraba en dificultades, estaría a la escucha.

 

-¡A cualquiera qu atienda esta transmisión¡ ¡Aquí Joe McConnell¡ ¡Si alguien me está oyendo, que lo diga¡ ¡Aquí un primero de mayo¡ ¡Aquí un primero de mayo¡

 

Al cabo de una eternidad de zumbidos estáticos, resonó un vozarrón en los auriculares:

 

-¡Joe¡ Soy Ralph Perry, segundo en el mando de la operación "Hueso profundo". Me encuentro detrás de tí, a unos 8 kms. de distancia, pero aproximándome a toda velocidad. Estás soltando fuego y humo por todas partes...

 

-Ya lo sé. ¿Por dónde andas, Ralph? -La voz del teniente Perry había denotado cientos acentos de pánico y Joe McConnell se dió cuenta de que también él chillaba en tono aterrrorizado. Entonces descubrió al otro F-86 de su ala -un fugaz centelleo plateado surgiendo entre las nubes, bastante lejos, a su espalda -y recurrió a toda su fuerza de voluntad para hablar calmosamente: Ahora te veo, Ralph. ¿Qué aspecto presenta mi aparato? Parece que todo va a saltar en pedazos. No consigo dominarlo.

 

-El combustible se ha incendiado. La cosa tiene mal cariz. Voy a acercarme más para echar un buen vistazo...

 

-Ten cuidado. ¡Puedo estallar en cualquier momento¡

 

Perry no hizo caso de la advertencia.

 

-Joe, estoy a 800 m. de tu cola y nuestra altitud es de 6000 m. Caes muy deprisa.

 

-Trato de nivelar el avión -McConnell había logrado por fin aferrar firmemente la palanca de mando, pero esta se le resistía-. La máquina no responde...

 

-Tendrás que hacer algo enseguida...

 

Los ojos se clavaron en los campos de arroz tendidos abajo y en la estrecha superficie del río Yalú, delante de él.

 

-Joe, muchacho, ya estoy debajo de tí. Todo arde. No hagas el tonto. Sal de esa pira. ¡Fuera¡

 

-Un momento...

 

El territorio de Corea del Norte parecía bastante hostil y McConnell, mientras lo observaba, se esforzó en contener el escalofrío de miedo que le asaltó. Si saltaba en aquel instante, si intentaba el juego casi imposible de abandonar aquel llamenate y giratorio caza a reacción, cuya velocidad era de 1000 kms/h, lo máximo que podía esperar consistía en romperse las dos piernas durante la prueba y verse después recibido por una comisión de tropas de la China roja. Aquelos comisionados no se atenían a ley alguna respecto a los prisioneros de guerra. Practicaban imponentes presiones mentales sobre los infantes, pero cuando apresaban a un aviador, era otra cosa. Reservaban para los pilotos americanos todas las torturas físicas aprendidas en un mundo oriental a lo largo de miles de años.

 

McConnel estaba perfectamente enterado de que constituía un premio importante para los chinos. Les encantaría ponerle las manos encima... aplicar sus técnicas de lavado de cerebro sobre aquel piloto de 32 años, oriundo de Apple Valley (CA), a quien el general O.P. Weyland, de la USAF, había calificado de "uno de los más notables aviadores de combate que tenemos". Hasta entonces los chinos no habían capturado ningún As de la aviación norteamericana. McConnell lo era y no albergaba el más leve deseo de averiguar la clase de trato que le iban a dar.

 

-Ralph, si logro hacerme con el mando de este cacharro en el plazo de unos segundos, es posible que cuente con una probabilidad de volver a nuestras líneas.

 

Perry no opinaba lo mismo. Se encontraba a 175 kms del frente y el F-86 de McConnell, aún contando con que interrumpiese la caída, no sería capaz de volar 3 metros.

 

-Es demasiado tarde -articuló Perry-. Me temo que ni con un milagro lograrías llegar, Joe. ¡Sal de ahí ya, ahora que estás a tiempo¡

 

El altímetro de McConnell, cuya aguja daba vueltas demenciales, señalaba menos de 4500 m de altitud. En cuestión de segundos, el aparato estallaría. Se trataba de salir del avión o hundirse con él en el río o en el suelo. Saltar... o morir entre una masa de acero retorcido, roto, humeante... o ahogarse bajo las heladas aguas del Yalú, atrapado, inextricablemente dentro del aeroplano.

 

Otra persona hubiera elegido ese sistema, pero el atribulado piloto no podía creer lo que le estaba sucediendo. En su historial figuraba una serie de victorias inigualables en los anales de la lucha aérea con aparatos a reacción -había abrasado 10 aviones MiG en el asomborosamente corto espacio de tiempode 2 meses-, gracias a que la suerte estuvo siempre de su lado. Buena suerte, habilidad y éxito eran factores que poseía en abundancia.

 

Los periodistas le llamaban "el rubio muchacho del reactor de combate"... un superhombre.le tildaban de indestructible... y buena parte de la fe ciega que tenían en él se había filtrado en el ánimo del joven piloto. Desde el principio de su guerra individual contra la fuerza aérea de la China roja, Joe McConnell había creído a pie juntillas lo que los periodistas decían de él: el perfecto verdugo del aire al que nadie podía detener, el plioto tan intachable y mecánico como el aeroplano que manejaba.

 

Solo que en aquellos instantes, su avión caía en picado, no volaba... la máquina se estremecía, amenazando por descuartizarse... las paletas de la turbina giraban a su espalda como cuchillos que surcaban el aire sin rumbo fijo... el fuego se extendía hasta el depósito lateral de combustible... la palanca de mando sacudía las manos que la empujaban hasta insensibilzar las articulaciones de los dedos... y el desagradable semblante de la hostil Corea del Norte exhibía frente a los ojos de McConnell sus monstruosas proporciones.

 

·3000 metros...

 

 

-No puede ser verdad -exclamó el piloto en voz alta. En cerca de 100 misiones, nunca había recibidio el menor arañazo.

 

Hasta entonces.

 

Los oídos del teniente Perry captaron el murmullo de las 4 últimas palabras de McConnell, sin entenderlas.

 

 

-¿Qué has dicho, Joe?

 

-Dije que...

 

 

 

 

(Veremos mañana que mascullaba el capitán Joseph H McConnel Jr., pero mo parece que no tiene buena pinta.El piloto norteamericano sigue todavía sin querer reconocer que le han alcanzado, y de gravedad.)

 

Saludos

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Ilustramos este nuevo relato sobre Joseph M McConnell :hi:

 

 

Hirsch, Phil Fighting Aces, 1965 - Pyramid Publications

 

hirschphilfightingaces1.jpg

 

Dorr, Robert F. Autor de El día que los chinos abatieron a nuestro mejor piloto.

 

dorrrobertfautordeeldaq.jpg

 

McConnell, Joseph M Su foto en color más grande. Corea.

 

mcconnelljosephmsufotoe.jpg

 

McConnell, Joseph M. Otra foto en color en la misma sesión fotogrª, Corea.-

 

mcconnelljosephmotrafot.jpg

 

McConnell, Joseph M. Otra foto en color

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Buenasss

 

(¡¡Cómo "sos" los veteranos¡¡ Gonvise y Jorgeid: se ve claramente que los periodistas se permiten una "licencia" literaria... Recuerdo la peli biopic que hicieron de McConnell (The McConnell Story) en que Alan Ladd, haciendo de McConnell luce "pelo moreno". Sois, los dos, una "mica primmirats" (quisquillosos). Hoy, en el texto que sigue, el autor Robert F Dorr hasta le llega a considerar "rechoncho", cuando lo más que era ... corto de talla.

 

Veamos como McConnell capea el temporal. Tiene el Sabre malherido, sigue en territorio enemigo, le están esperando los MiG antes de que llegue a territorio amigo, y sobre todo, sabe lo que le espera allá abajo, si logran atraparlo los chinos, luciendo, además, ocho estrellas rojas en el lateral izquierdo del F-86F.)

 

 

 

 

El cerebro de McConnel trabaja vertiginosamente. Había sonado la hora de reconocer que aquello era "real"... había llegado el momento de admitir que lo que temía era la captura, no la muerte. Antes de verse prisionero, elegía morir.

 

-Dije que no voy a saatar. Esos imbéciles pueden pudrirse en el Tártaro antes de poner sus zarpas sobre mi persona. Intentaré otra vez nivelar el aparato.

 

La única respuesta que le llegó por los auriculares fue el sordo rumor del aliento de Perry. El Tte. no deseaba expresar con palabras lo que estaba pensando: que al cabo de unas fracciones de segundo, habría perecido el As americano más imporntante de la era de los reactores.

 

Dieciocho minutos antes, Joe McConnell encajaba a las mil maravillas en la descrpción que de él hacían los periodistas, conceptuándole como un homicida aéreo frío y destacado.

 

McConnell acaudillaba los cuatro F-86F a través de los crecientes cúmulos de oscuros y húmedo nubarrones lluviosos que encapotaban la costa de Corea. Despues puso proa tierra adentro, dirigiéndose a la estrecha franja de cultivo que bordeaba la frontera de Manchuria, conocida como "MiG Alley" Tras él, volaban el 1º Tte. Ralph Perry, de Salt Lake City, el 1º Tte. Stan Northrop, de Monroe Park (Delaware) y un 4º piloto. Los 4 aviones a reacción formaban parte de una fuerza de patrulla perteneciente al Ala 41, estacionada cerca de Uiju para prevenir posibles ataques de bombarderos. A pesar del mal tiempo, McConnell esperaba dificultades.

 

Se presentaron. Los chinos enviaron 16 aparatos MiG desde su base aérea fronteriza de Antung. Aquellos MiG-15 llegaron en forma de veloces y borrosos puntitos frente al punto de mira de McConnell y aunque la inferioridad numérica era mayor de lo corriente, el piloto norteamericano no titubeó un segundo.

 

-¡Bandits¡ -avisó-. "Vuelo Hueso profundo" preparad las armas y largad los tanques. Stan, tú y el de tu ala desviaos a la derecha y tratad de apartarlos. ¡Vamos tú y yo a ver si logramos romper su formación, Ralph¡

 

Días antes, McConnell habia intentado convencer a su jefe, el Tte. Gral. Glenn O. Barcus, para que ampliase su turno de combate de las 100 misiones requeridas a 125. Fue una de las pocas ocasiones en que el "rechoncho" campeón del aire se dejó llevar por sus emociones. Sabía que Barcus accedió a la misma petición, cuando le fue formulada por otro As del 4º Group de Cazas de Interceptación, el capitan Pete Fernandes, y Mc Connell se consideraba también con derecho a seguir derribando aviones MiG-15.

 

Aunque de mala gana, el general concedió el permiso... y luego, con los reactores chinos lanzados contra él, McConnell confió en demostrar que sería muy útil su actuación en las misiones extraordinarias solicitadas.

 

Perry y él ascendieron, al encuentro de los atacantes. Stan y su compañero empezaron a bajar... esperando inducir a los aviadores enemigos a separarlos para poder perseguirlos.

 

-Si se mantienen unidos las vamos a pasar canutas, Ralph- comentó McConnell-. Hagamos cuanto nos sea posible.

 

-Estoy contigo -tosió Perry.

 

-¡Ahí vienen¡

 

El primer MiG brotó de un banco de nubes justamente delante de McConnell, cambiando de forma y tamaño frente al punto de mira del americano, aproximándose raudo, con las armas vomitando fuego. El aviador chino llevaba un rumbo que acabaría indefectiblemente en colisión con ellos y McConnell ni siquiera tenía tiempo para avisar a Perry. El reactor enemigo convergía a una velocidad de 1.250 kms/h. A McConnel apenas le quedaba una décima de segundo para entrar en acción.

 

Un escalofrío de nerviosismo recorrió el cuerpo del aviador americano, mientras inclinaba a un lado el F-86, y jamás tuvieron la ocasión de verse las arrugas que surcaban su frente ni las gotas de sudor que perlaban sus labios cubiertos por la máscara, cuando se hallaba en pleno combate. En aque momento, con una mueca contorsionando su rostro, McConnell apretó el gatillo.

 

Ladraron las piezas artilleras calibre 50 y los proyectiles trazaron una serie de orificios a través de la redondeada máquina del MiG, penetrando en sus interioridades.

 

A pesar de todo, el caza enemigo continuó acercádose. La separación disminuyó.

 

Cuando ya la colisión parecía ineludible, McConnel se desplazó hacia un lado, pasando lo bastante cerca del otro aparato como para ver los ojos desorbitados del aviador enemigo, cuyas pupilas dilatadas parecían querer escaparse de la gafas de vuelo... y para ver también el surtidor de humo que proyectaba el exhausto MiG-15

 

Dibujando una curva descendente a espaldas de McConnell, el MiG inició su caída a plomo, con las alas dando vueltas vertiginosas como una piña zarandeada por un ciclón. El piloto rojo salió despedido del avión , perdiéndose de vista entre las nubes, pero no antes de que McConnell viese las minúsculas llamas que empezaban a devorar su paracaídas. Como de costumbre, el aviador americano le pareció irreal todo aquello. No podía convencerse del todo de que había matado a un hombre... No, de veras que no. Aquella guerra, desarrollada a increíble altura, era demasiado impersonal.

 

Posteriormente, al ver que se desplomaba hacia una muerte segura, McConnel cambiaría de idea respeto a su observación de "demasiado impersonal".

 

-¡Bonito trabajo, Joe¡ -jaleó la voz de Perry-. Acabaste con él¡ Tu pieza número 10...

 

 

 

(Debo dejarlo aquí. Mañana acabaremos con este inciso del combate que desembocó en las dificultades que ahora sufre nuestro héroe. La relación 4/16 no preludiaba nada bueno. Y a los pilotos chinos, entrenados y a veces guiados al combate por instructores soviéticos, lo que les sobraba era acometividad. Su edad media no llegaba a los veintiún años, Y las consignas eran severas. No se toleraría el menor signo de debilidad (la palabra cobardía no existía entre los pilotos voluntarios chinos, ni entre los jóvenes norcoreanos que empezaban a pilotar los nuevos cazas soviéticos.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Lo de anoche, palabra, que no fué premeditado. A veces la noche "me confunde". Si no mirad la hora que era.

 

Sigamos con el acontecer del atribulado McConnell.)

 

 

 

 

-Le ha faltado el canto de un billete para que este tipo y yo nos diéramos un beso - grito McConnell mirando a su derecha. Un solitario F86 flotaba sobre el borde de un embudo de cúmulos, con dos cazas MiG pegados a su cola -. ¡eh Ralph, estás a punto de recibir un hachazo!

 

-Se te felicita Joe. ¡eres un doble As!.

 

-¡Maldita sea Ralph, te encuentras en apuros! ¡Ahora voy...!

 

El reactor de Perry se alejó, atravesando los nubarrones y McConnell alzó su proa en dirección a los cazas rojos.

 

Pero los Mig descendieron también, siendo engullidos por el lóbrego cúmulo.

 

McConnell aceleró rumbo al muro de fuego y trató de seguirles, pero fué imposible. La batalla aerea - si es que continuaba- se había desvanecido por completo entre las nubes y lo único que McConnell pudo hacer fué dar vueltas por la orilla de la masa algodonosa, intentando abrirse camino hacia la confusa mezcolanza de aeroplanos que se elevaban y descendían.

 

No llegó a lograrlo. En aquel instante un Mig se le echó encima, atacándole por su "punto ciego" y disparando certeras ráfagas. Fué entonces cuando Joe McConnell resultó alcanzado por el conjunto de restallantes proyectiles y empezó a inclinarse hacia la tierra en un aparato envuelto en llamas...

 

Con Perry a su cola, muy cerca, McConnell entornó los párpados entre la humareda eléctrica que le rodeaba, tosiendo por décimosegunda vez y decidido a nivelar el avión de una manera u otra.

 

- Tengo el sistema hidráulico hecho pedazos - comunicó a su compañero -. Pero me parece que puedo mover a mano la palanca.

 

¡No te va a ser posible, Joe! Por el amor de Dios, ¿es que no quieres salvarte? ¡sal de ese ataúd incendiado!.

 

- ¡A mí no me cogen prisionero!.

 

¡ No tienes otra alternativa!.

 

Sin apartar la vista de aquel F86 llameante, Ralph Perry se sentía furioso contra McConnell, precisamente porque el hombre le era simpático y deseaba que viviese. Y estaba sinceramente convencido de que el reactor estallaría de un momento a otro.

 

- Joe, por última vez, ¿quieres salir de ahí?.

 

McConnell fingió no haberle oido. Levantó las botas de los pedales del timón, se apoyó en el panel de instrumentos y tiró con todas sus fuerzas de la palanca.

 

Dos mil doscientos cincuenta metros...

 

La palanca se movió. Despacio, resistiéndose... y varios ramalazos de dolor sacudieron todos los músculos del cuerpo del piloto mientras seguía aplicándose a la tarea de accionarla. Sin el empuje hidráulico, estaba utilizando la pura fuerza física contra todas las presiones de la gravedad que impulsaban al aeroplano hacia el suelo.

 

La palanca se movió un centímetro. Luego otro.

 

Mil quinientos metros...

 

De súbito, la palanca quedó libre y McConnell cayó hacia atrás, sobre el hueco del asiento, mientras el banboleante F86 recobraba su posición horizontal, siempre envuelto en llamas.

 

¡Lo había conseguido! Por lo menos trataría de salir del territorio de Corea del Norte.

 

- Intentaré llegar al Mar Amarillo - dijo McConnell-. ¡Sigue a mi cola y mantente cerca!.

 

A doscientos sesenta kms. al sur, en el aeródromo de Pyongtaek, un grupo de soldados de aviación permanecían sentados ante los receptores de radio de VHF-UHF, instalados dentro de una cabaña batida por la lluvia. En la viciada atmósfera de la construcción crujía el zumbido de los parásitos que soltaban los aparatos de radio... parásitos y voces.

 

Desde que Joe McConnell grito su inicial: "¡aquí un primero de mayo!", aquellos aviadores - miembros del tercer grupo de Rescate Aereo - escucharon la tensa y angustiosa conversación procedente del MiG Alley. Un buen rato antes, habían despachado un helicóptero H - 19 rumbo al escenario del incidente. Aquel helicóptero se encontraba ya explorando la costa de Corea, a 8 kms. al oeste de McConnell y Perry.

 

Si McConnell lograba llegar al mar, el autogiro se hallaría a punto para proceder al rescate... aunque no podía arriesgarse sobre tierra firme porque entonces sería blanco de las armas de corto alcance. Sin embargo, el rescate, en el mejor de los casos, representaba una operación de resltados problemáticos. Los cazas enemigos seguían rondando por el "Pasillo" y si descubrían al H-19, el helicóptero sería presa fácil.

 

Mientras tanto, uno de los aviadores de la cabaña donde estaba instalada la radio invitó a fumar. Otro pasó su encendedor. Luego empezaron a expresarse opiniones:

 

- Vaya con ese McConnell hombre, es el rapaz más agudo que ha pilotado un aparato de propulsión a chorro. Si alguien puede llevar hasta el agua el F86 mutilado, ese fulano, sin duda, es él...

 

- Tonterías. La única explicación que tiene el que haya estado derribando cazas MiG a troche y moche, consiste en que la suerte le ha acompañado. Pero nunca se ha visto en un apuro como en el que está ahora. Buena suerte y nada más, éso es lo que ha tenido. Su litera estará vacía esta noche. - Rayos, cáscaras, hombre. ¿Ignoras que McConnell anduvo metido en bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial?. 68 misiones a bordo de aparatos B-24 en ETO. ¿Y sabes qué estuvo haciendo continuamente todo ese tiempo? Intentando conseguir que le trasladaran a los servicios de caza. No había semana en que no presentase una nueva solicitud de ingreso en los grupos de entrenamiento de combate.

 

 

 

 

(Por seguridad lo subo ahora. Luego sigo).

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Hola a todos! Compo puse en el anterior hilo, he comenzado a recopilar éste relato y lo estoy maquetando en formato ePub, .Mobi y próximamente lo pasaré a .PDF.

 

Aunque parezca mentira, esto lleva más tiempo del que pensaba, porque hay que corregir los textos, modificar los guines de inicio de diálogo (son un caracter especial) y luego el asunto de la maquetación.

 

Este, como cada día que se publica algo lo voy actualizando, pues es algo más llevadero, pero sólo imaginarme el tener que "procesar" todos los textos que hay en alguno de los otros hilos...

 

Cuando @jenisais de por finalizado el primer relato lo subiré para que le echéis un ojo, y luego lo iré actualizando cada vez que se añada otro relato entero.

 

PD: @jenisais te voy a mandar un privado preguntándote algunas cosillas.

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Buenasss

 

(Magarcan, PD: Esperenos que tus preguntas sean facilonas...

 

Seguimos con los jugosos comentarios de los aviadores de la cabaña de Rescate Aereo.)

 

- De acuerdo, lees los periódicos. Estupendo. "El más fogoso de los verdugos aereos de América" y todos los demás. Pero sigo creyendo que McConnell es un pato abatido. ¿Apuestas?.

 

-¡Apuesto!.

 

El aviador que se manifestaba a favor de McConnell, alargó la diestra y hubo un apretón de manos. Algo fantástico. Nadie mencionó qué se apostaba. Con la vida de un hombre en el fiel de la balanza, ello no era posible.

 

Y entonces, el aire de la cabaña se llenó con el vozarrón del teniente Perrry, que exclamaba a todo volumen:

 

-Hay 8 kms. hasta el mar Amarillo Joe... el fuego está consumiendo ya las alas. ¡Alcanzará el depósito de combustible en cualquier momento!.

 

Una maldición silenciosa se formó en los labios de McConnell. Divisaba ya la costa de Corea, todavía muy lejana, pero el humo de la carlinga había desecado al máximo su boca y su garganta.

 

El reactor de 10 toneladas volvía a caer. Encontradas presiones zarandeaban a McConnell de un lado a otro, como antes, y el estruendo que se producía en la parte del motor era mayor... mucho mayor. El motor o el combustible... Una de ambas cosas podía estallar de un momento a otro, en cuyo caso no encontrarían de él lo bastante como para llenar un dedal y remitirlo a su casa.

 

Pero iba a salirse con la suya. Estaba decidido a ello.

 

Combatiendo las nauseas y el miedo, accionó el mando de la carga explosiva encargada de liberar la capota de plexiglás de la carlinga, que salió disparada, dejándose llevar por las corrientes de aire.

 

Una ventolera le empujó de nuevo hacia atrás, contra el asiento, Contrajo el cuerp y bajó la mano para tirar de la conexión del mecanismo que prepararía su equipo de salto. Luego puso en marcha el detonador de acción retardada del F86. En cuestión de segundos, actuando por reflejo, completó el procedimiento para abandonar el aparato.

 

Las nubes quedaban ahora detrás. El F86 centelleaba en su espejo retrovisor. El teniente Perry guardaba silencio. En apariencia, Ralph había decidido que McConnell debería hacer alarde a su modo de la medida de valor personal con que contaba. "Bueno", pensó McConnell. Se desembarazó de lo último que le unía al veloz aparato a reacción: el micrófono de radio.

 

Enseguida se vió cruzando la linea de la costa, observando fugazmente los juncos y sampanes fondeados cerca del litoral.

 

Y entonces, de repente, se le ocurrió que estaba en otro aprieto. Si el tembloroso y bamboleante reactor no estallaba con él dentro se le presentaría otro problema. ¿Qué pasaría en el caso de que no sobrevolase aquella zona ningún aparato de rescate?.

 

¿Había dicho algo Perry acerca de un helicóptero? No estaba seguro de haber oido nada al respecto.

 

Luego le asaltó otra idea. ¿Y si el choque al entrar en contacto con el agua violentamente, provocaba la explosión automática del acelerado motor?

 

En el último instante, decidió poner en práctica lo que Perry le había estado aconsejando con urgencia todo el rato: Saltar.

 

La velocidad había descendido a 500 kms. por h. Hizo una pausa de un segundo. Después tiró de la correa que ponía en funciones el sistema automático de expulsión del asiento... y rezó.

 

 

 

 

(Hasta aquí llegué anoche con la transcripción; por desgracia para mi y para los Forero/lectores no pude transmitirlo. Lo siento. Por éso es que procedo a enviar preventivamente lo arriba escrito). Y sigo.

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Un ruidoso "zuuum" repercutió debajo de McConnell, cuando la carga explosiva del asiento se disparó, impulsándole hacia arriba. Fué como salir despedido por la detonción de un cañón.

 

En el curso de un brevísimo momento dió varios saltos mortales por el espacio, con el F86 alejándose por un extremo de su campo visual y la superficie del agua,coronada de espuma blanca, en el otro. A continuación, un ramalazo de aire hizo borrosas las imágenes de sus ojos, mezclándolas en un caleidoscopio carente de sentido. el estómago pareció subírsele a la garganta. Las piernas se le agitaban por encima de la cabeza.

 

Se desprendió el asiento metálico, pasó el momento de confusión y el paracaidas se abrió. El relucientedo dosier de nylón emitió un seco "pop" al extenderse y recibir de lleno el freno del aire y McConnell sufrió una brusca sacudida que en un tris estuvo de descoyuntarle los huesos de los hombros. Alzó la mirada, aliviado al comprobar que el fuego interno del avión no había llegado a la tela del paracaidas. Se encontró deslizándose de un lado a otro, a unas decenas de metros de la superficie marina. A bastante distancia, por la derecha, el averiado F86 se clavó en el agua, levantando un surtidos y hundiéndose rapidamente. El fuego no tuvo oportunidad de consumirlo del todo... y el detonador de TNT tampoco había sido necesario.

 

"Hay socorro en camino", se dijo esforzándose para dominar el miedo que se amontonaba en sus pensamientos. "Lo peor ha pasado, si se convence uno de éso, todo irá bien...".

 

El mar se precipitaba a su encuentro. Se zambulló, entrando en el agua en una inclinacón extraña. Aturdido, se revolvió indefenso, agitando brazos y piernas, tragando grandes bocanadas de agua salina. A tientas, su mano tocó la anilla del paracaidas. Éste se separó de su cuerpo y McConnell ascendió a la superficie.

 

Los otros tres F-86 daban vueltas casi a ras de la superficie, con sus pilotos quemando precioso combustible a fin de mantenerse cerca. McConnell se sintió reconfortado al verlos, pero a duras penas podía relajarse, la temperatura del líquido, bajo cero, atería todos sus músculos, aparte de que otra cosa empezaba a preocuparle: ¡tiburones!.

 

Había oido terribles historias acerca de aquellos tigres del mar Amarillo. No hacía mucho, otro piloto que cayó en la misma zona fué atacado por un grupo de aquellos monstruos de dientes como sierras, perdiendo una pierna, se extrajo al hombre de las agua, pero murió desangrado por el camino de regreso a la base.

 

Durante 20 largos minutos, Joe McConnell agitó el agua con sus movimientos, estremeciéndose de frío y mirando alrededor con inquietud. Trató de no pensar en los escualos e intentó no acordarse de los juncos de pesca que vío anclados en la aldea costera ocupada por el enemigo. Sabía que los rojos interceptaban todos los mensajes radiados de las USAF y tuvo la certeza de que intentarían cogerle. Sólo era cuestión de tiempo. Tarde o temprano sería alcanzado por los tiburones, apresado por la marinería de alguna lancha norcoreana... o rescatado por la dotación de un helicóptero.

 

En el trascurso de aquellos aterradores momentos, McConnell se prometió a si mismo volver a la guerra, si sobrevivía, cumpliendo una venganza muy personal a costa de los pilotos chinos que gobernaban los cazas MiG.

 

Tenía entumecido todo el sistema nervioso, pero aún podía ver los F-86 que volaban por encima de él. Le pareció extraño que se hubiesen elevado mas de un centenar de metros por encima del nivel del mar.

 

Luego comprendió el por qué. Un helicóptero se mecía en el aire, acercandósele bajo y despacio, con su sombra resbalando por encima de la superficie del agua. Reconoció el aparato, identificándole como un Sikorsky H - 19 del tercer grupo de rescate aereo... una máquina plateada y regordeta, con mucho espacio en su interior. Aunque McConnell lo ignoraba, la tripulación del helicóptero había efectuado ya todos los preparativos para salvarle, llegando hasta él según lo previsto.

 

El helicóptero bajó una cinta metálica y McConnell la cogió, ajustándose las bandas por las axilas y los hombros, paralizados por el frío. Luego, el H-19 comenzó a tirar de él, izándole con rapidez. Salió del agua y, durante varios segundos llenos de tensión colgó en el aire, antes de ser introducido sano y salvo dentro del departamento de carga del H-19.

 

Gracias a las soberbias comunicaciones por radio, pudo completarse uno de los rescates por medio de helicóptero más perfectos de toda la guerra de Corea. Mientras el H-19 viraba hacia el sur, Joe McConnell permanecía tendido junto a un sonriente sargento del servicio de Rescate Aereo y aceptaba saturado de júbilo una humeante taza de café...

 

 

NOTA DEL AUTOR (Robert F. Dorr). Los chinos no acabaron con McConnell aquel día. Lo intentaron muchas veces más, fracasando en todas las ocasiones. Continuó abatiendo cazas MiG-15, derribando otros seis y alcanzando una cifra de victorias de un total de 16... le faltó muy poco para batir las marcas del capitán Pete Fernandes y del comandante James Jabara, lo que le hubiera significado convertirse en el campeón aereo de la guerra de Corea. Joe McConnell volvió a casa en 1953 con la Silver Medal, la DSC, la Air Medal y la Mención Presidencial de Corea del Sur.

 

Un año después, la buena suerte de McConnell se agotó. En el vuelo de prueba de un nuevo caza, modelo F-86H, sobre el desierto de California del Sur, se encontró en dificultades. Pudo haber abandonado el aparato otra vez, pero prefirió intentar salvar un valioso aeroplano prototipo. No lo consiguió. El igneo estallido hurtó a la USAF uno de sus más formidables pilotos de combate... un hombre que, a no ser por aquel accidente, se habría convertido en astronauto hoy y en general mañana.

 

 

 

 

(Es, como siempre, con algo de nostalgia, que acabo este estupendo capítulo. No ha sido de combates trepidantes ni de victorias a ultranza. Robert F. Dorr ha sabido, de manera magistral, a mi entender, transmitirnos las vivencias de Joseph M. McConnel Jr en un momento tan especial de su carrera aérea. Tanto como el acierto del recopilador-editor Phil Hirsch.

 

Pero despido el capº con un buena noticia: tengo la foto auténtica del rescate aéreo de McConnell del proceloso mar Amarillo. ¡Y no le capturaron los "rojos" como traduce (creo que literalmente) el traductor M. Bartolomé, utilizando un lenguje muy en boga con lo que se estilaba aquellos años... de 1966. Hoy envío ésa foto con alguna más a Rockofritz.

 

Espero hayáis disfrutado tanto leyéndolo, como yo escribiendo. Siguen otros capítulos de "Pájaros de muerte", tan interesantes o más que el que acabamos de leer. Paciencia, pues.)

 

Saludos

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McConnell, Joseph M. Otra foto al volver de una misión sobre MiG Alley.-

 

 

mcconnelljosephmotrafot.jpg

 

McConnell, Joseph M. Su foto más conocida. Sin fecha.-

 

 

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McConnell, Joseph M. Hellenic Air Foce Museum F-86E representa al modelo F - 16 victorias en Corea en 106 misiones. 19-5-1953.

 

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McConnell Story, The con Alan Ladd y June Allyson.

 

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Me falta retocar algunas cosas de la plantilla que no me terminan de convencer, la portada, dedicatoria y algunas de esas cosas, y limar algún que otro asuntillo. No obstante, y para que veáis que no me estoy quieto... os dejo unas capturas de la primera versión, viéndose en mi Kindle:

 

screenshot57612.gif

 

 

screenshot57614.gif

 

Por ahora lo tengo en formato ePub y Mobi, que son válidos para la inmensa mayoría de eBooks del mercado (incluyendo iPhone, iPad y cacharros con Android). El PDF tendrá que esperar un poquito más.

Edited by magarcan
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Concluimos con algunas imágenes más de Mac Connell :3613131ch71kt6:

 

Joseph M McConnell y Harold Fischer. Ambos 39 FIS, 51stFIW. Fischer derribado y prisionero abril 1953.

 

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McConnell, Joseph M. Mini-debriefing sentado en el ala de su Sabre, en Corea.

 

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McConnell, Joseph M rescatado por S-55. H-19 en USAF. En Mar Amarillo, Corea, 12-4-1953.

 

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McConnell, Joseph M Perfil de su F-86F1 Beautious Butch II.

 

mcconnelljosephmperfild.jpg

 

McConnell, Joseph M. In Memory.

 

mcconnelljosephminmemor.jpg

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Buenasss

 

(Concluido con éxito el capítulo del gran As de Corea Joseph M McConnell, agradecer una vez más la excelente disposición de Rockofritz al subir pacientemente todas las fotos que le voy enviando y que sirven para ilustrar y hacer mas llevaderos mis textos.

 

Empezamos pues, con la segunda narración de "Pájaros de muerte", recopilación de Phil Hirsch de auténticos hechos de guerra aeronaútica)

 

 

 

 

LA EXTRAÑA MUERTE DE JOSEPH KENNEDY, HIJO, por Don Dwiggins

 

 

NOTA DEL EDITOR: Aunque aquella tarde de agosto de 1944 la sonrisa de Joseph Kennedy, hijo, tenía matices jactanciosos, el historial de las pruebas prácticas del extraño experimento aereo, que también él se disponía a intentar, indicaba que no hacía más que silvar sobre un cementerio... el suyo.

 

A las 17 h. en punto de la soñolienta tarde del 12 de agosto de 1944, estaba a punto de demostrar de un modo preciso la cantidad de valor que los Kennedy albergan en su ánimo. No es que nadie pusiera en tela de juicio la valentía en combate de los miembros de la familia. Jack, hermano de Joe, ostentó el mando de una lancha torpedera e hizo gala de su heroismo en el curso de un hundimiento y rescate que tuvo lugar en el Pacífico Sur.

 

Jack iba a alcanzar un día la Presidencia de los EEUU... Joe estaba destinado al olvido.

 

En el presente relato nos cabe el privilegio de revelar, por primera vez, detalles inéditos de la historia de aquel último vuelo, una misión tan secreta que ha estado enterrada en los archivos del Gobierno durante cerca de dos décadas. Merced a los datos extraidos de fuentes oficiales y de diversos compañeros que trabajaron y volaron con Joe Kennedy, el autor, Don Dwiggins, ha vuelto a crear la operación, como tributo a un héroe cuya hazaña no ha sido cantada debidamente.

 

 

 

El teniente de la Armada Joseph Patrick Kennedy, hijo, notó un sudor frío brotándole en la frente. Dominado por la aprensión, intentó encender un cigarrillo con su mechero Zippo a prueba de viento y, en vista de que el encendedor no prendía, murmuró por lo bajo y pidió una cerilla al miembro de la Fuerza Aerea que ocupaba el asiento próximo al suyo, delante de la pantalla del televisor instalado en el amplio hangar Fersfield, del sur de Inglaterra.

 

En aquel instante, las 4,47 del 18 de julio de 1944, Joe estaba a punto de ver morir a un hombre.

 

El teniente Kennedy, al igual que otros integrantes del reducido grupo de oficiales congregados frente a la pantalla del televisor, tenía los nervios de punta a causa de la reciente tensión, mientras contemplaba fascinado las fluctuantes imágenes. El cuadro presentaba una vista de los geométricos setos vivos del sur de Inglaterra, las rocas blancas de Dover y el Canal. La cámara de televisión se había fijado en la proa de una Fortaleza Volante, a la que se enviaba deliveradamente a su propia destrucción. Kennedy sabía que en el asiento de la izquierda de aquel B-17 iba un piloto como él. Voluntario en unos servicios conjuntos cuya misión era llevar a la práctica la secretísima operación "Afrodita".

 

-¿Cuando diablos va a salir de ese cacharro? estalló el oficial sentado junto a Kennedy.

 

Todos los presentes estaban sobre ascuas, aguzados los oidos para captar las voces que brotaban de un altavoz situado junto al receptor de televisión.

 

-Madre a hijo, madre a hijo -zumbó la voz -. Coloca el Azón a remoto. Vamos a tomar el mando a distancia.

 

-Sí madre -replicó el copiloto del B-17.

 

Kennedy se identificó mentalmente con el piloto que, estaba seguro, tendría el índice apoyado en una palanca acodillada del piso de la Fortaleza Volante. Cuando accionase aquella palanca, el gobierno de la Fortaleza pasaría al aeroplano madre, que volaba a varios kms. por detrás del B-17. Y éste se convertiría en un aparato dirigido por radio, un ingenio cargado de muerte.

 

Porque dentro de su fuselaje se amontonaban 10 toneladas de "Torpex" -una mezcla de TNT, dinamita, pólvora de aluminio y cera-, el explosivo más potente que conocían los aliados.

 

De nuevo, Kennedy acompañó imaginariamente al piloto del B-17 en todos y en cada uno de sus pasos cargados de peligro: Transferir el mando manual al control remoto, preparar las espoletas que transformarían aquel avión en un cohete mortífero, listo para estallar al recibir el mas leve impacto. Con los ojos de la mente, Kennedy vió al piloto y al copiloto de la nave a punto para saltar, dispuestos al abandono del aparato, dirigido ya por radio y de cuyo destino se encargaría el aeroplano madre, que lo conduciría hacia un objetivo visible en una pantalla de televisión similar a la que Joe Kennedy contemplaba en el hangar Fersfild. Un televisor montado en dicho aparato madre.

 

De principio a fin, la idea parecía suicida, pero el plan "Afrodita" era nuestra contestación a la terrible V-2 creada por los científicos alemanes. Debía reconocerse que las circunstancias obligaron a poner en serivicio el Afrodita prematurante, antes de que todas sus piezas se hubieran encajado y comprobado; pero en la guerra, los pilotos tenían que exponerse y las misiones suicidas constituían una práctica aceptada, a la orden del día.

 

-Madre a hijo -se oyó repentinamente por el altavoz -. Abandonen el avión. Vamos a cambiar su rumbo, guiándole hacia Wizernes. Ninguna bala, hijo.

 

Kennedy tiró al suelo el cigarrillo, lo aplastó con el tacón y encendió otro. Ninguna bala: un blanco fantástico con extraño nombre en clave. Una base de lanzamiento de proyectiles V-2, construida con hormigón armado y protegida por numerosas piezas antiaréas. Un elemento importante en el grandioso sueño de Hitler de colocar el mundo de rodillas y a sus pies.

 

-¡Algo malo ocurre! - gritó alguien.

 

Kennedy se agarró con fuerza a los brazos del sillón, se inclinó hacia adelante rezando en silencio y contempló drama real que se desarrollaba ante sus ojos, en la pantalla del televisor. El aparato de la operación Afrodita, gobernado a distancia reaccionaba como un garañón salvaje, lo vió claramente al aparecer en la pantalla, retazos de paisaje que giraban de modo endemoniado.

 

-¡Ha empezado a dar vueltas! -exclamó un oficial de la Air Force.

 

-¡No pueden dominarlo! -gritó Kennedy-. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!.

 

Aumentó la velocidad de las imágenes, turnándose sobre la pantalla los ordenados setos y la costa del Canal; sucedíó un caleidoscopio borroso y vertiginoso. Las parcelas de los campos de cultivo se hicieron mayores mientras la tierra se precipitaba al encuentro del avión; se vieron grupos de árboles y, durante un segundo aterrador, las piedras de un muro resaltaron su relive asombrosamente claro... Después, subitamente, nada. La pantalla se ennegreció.

 

 

 

 

(Creo que queda explicitamente claro lo trágico del momento. Y Joe Kennedy de testigo principal.

 

Mañana seguiremos con esta operación Afrodita, secreta, pero precariamente desarrollada como estamos viendo.)

 

Saludos.

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