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Pájaros de muerte, relatos de guerra aérea recopilados por Phil Hirsch


jenisais

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Buenasss

 

(En la retirada del DAK de Rommel desde Túnez a Sicilia y al continente italiano, la ciudad y el puerto de Messina contituía un núcleo de capital importancia. Allí radicaban los transbordadores del estrecho que jugaron un papel primordial en la recogida de tropas y pertrechos italo-germanos, dada la imposibilidad de poder contar con la Luftwaffe para repatriar a los restos del Afrika Korps y de sus aliados italianos por el pertinaz dominio de USAF y RAF sobre el norte de Africa. La neutralización del puerto de Mesina (docks y transbordadores) era, pues, de vital necesidad para los aliados.)

 

 

 

 

Si Appold conseguía introducir una formación de 3 aeronaves en la fuertemente defendida Mesina y salir de allí con vida, después de descargar un golpe contra los hasta entonces invulnerables almacenes y estaciones de los transbordadores, en ese caso, la idea de Smart de atacar las instalaciones petrolíferas rumanas a baja altura no dejaba de tener su lógica. Si los 3 Liberators no regresaban, los planes Tidal Wave tendrían que cambiarse.

 

-Parece muy peligroso, pero merece la pena intentarlo, Appold. Hablaré con Ent y le comunicaré a Vd. nuestra decisión.

 

El general Uzal Ent acogió favorablemente la oportunidad de someter a prueba la teoría del vuelo a escasa altitud.

 

-La 9ª F.A. ha enviado 9 formaciones a Mesina, bombardeándola a gran altura, pero sin ocasionar daños apreciables a los cobertizos de los transbordadores. Los convoyes de Rommel se ocultan en esos albergues, bien ptotegidos y a salvo, tras ser remolcados desde Italia a través de los estrechos. Si ese joven teniente consigue entrar y salir vivo del agujero destrozando los refugios, tendré sumo gusto en dirigirme a Ploiesti con la barriga de mi B-24 arrastrándose por el suelo durante todo el trayecto. Pero, sí, dejemos al muchacho que lleve a cabo su intentona.

 

En secreto, una vez se ocultó el sol, aquel 29 de marzo de 1943, Appold condujo una formación de 3 aeroplanos por encima de las ensombrecidas aguas del Mediterráneo, con rumbo norte, hacia Siicilia. Menos de 3 horas después, los guió a la pista de cazas de Malta, donde se reabastecieron de combustible y revisaron el inédito plan.

 

-Vamos a rodear por la parte alta Sicilia y entraremos en Mesina desde ese norte. De este modo, resultará un poco más penoso para los encargados de la ruta, pero nos proporcionará un elemento sorpresa adicional. Los nazis nunca nos esperarán viniendo de esa dirección. Sobre todo si se tiene en cuenta que pasaremos por debajo de su radar durante todo el camino.

 

O'Dell, encargado de ruta, meneó la cabeza.

 

-¿Qué utilizaremos como Punto Inicial? ¿Una ola grande?

 

Appold sonrió.

 

-Algo así. Un `punto en el agua, entre las islas Lipari y Mesina. Si algo sale mal -si perdemos el punto inicial de referencia o el tiempo nos juega una pasada-, cruzaremos la bota de Italia y bombardearemos la factoría química de Crotona.

 

Los miembros de la tripulación refunfuñaron.

 

-¿Crotona? Eso es peor que Mesina. Los servidores de la Flak allí derriban bombarderos como si fueran moscas.

 

A medianoche, las ops. de reavituallamiento habían terminado y se encontraban a punto de despegar. La noche era oscura. Ni luna, ni estrellas, solo una densa negrura, que desafiaba constantemente a los pilotos, incluso a una altitud segura. Intentar un vuelo a nivel de las olas, todo el trayecto rodeando Sicilia hasta Mesina repreentaba un suicidio. Pero Appold no había llegado a Malta para volverse de allí a la base.

 

-Seguiremos a baja altura.

 

Apenas unos minutos después de que las manecillas del reloj se hubiesen encontrado en lo más alto de la esfera, Appold deslizaba su aparato a 30 m por encima de la superficie del mar. Al principio, no pudo ver nada, excepto la negra sábana que se extendía por debajo de él: el Mediterraneo. Pero, ¿muy abajo? Esa era la cuestión. Fue inclinando poco a poco la proa del B-24, unos cuantos palmos cada vez mirando aquel vacío tenebroso como tinta, albergando la esperanza de distinguir con claridad una ola.

 

-¿Puedes ver el agua? -preguntó al oficial bombardero.

 

-¿El agua? -exclamo Hogan-. Norm, ni siquiera puedo ver mi propia mano, colocada delante de la cara.

 

El teniente inclinó un poco más la proa del Liberator. Después lo niveló. El altímetro señalaba 15 m., pero el piloto sabía que, a aquella altura, no podía fiarse de lo dijera el instrumento. Y sabía también que, tenía que pasar rozando las olas. De no ser así, la Luftwaffe y los artilleros de la Flak les tenderían una emboscada, de la que no iban a escapar.

 

-Piloto a radiotelegrafista. Cambio.

 

-Adelante, piloto.

 

-Suelte 6 m de su antena. Avíseme cuando lo haya hecho.

 

-Enterado.

 

Unos segundos después, el radio anunció:

 

-La antena cuelga exactamente a 6 m. según el aparato de medida.

 

Appold inclinó la cabeza

 

-Bien. Ahora voy a descender hasta que la antena toque el mar y el aparato de radio lo acuse. Avíseme entonces. ¿Comprendido?

 

-¿Vas a descender hasta los 6 m? -preguntó Hogan en tono de incredulidad.

 

-Seis m. Probablemente más, puesto que la antena no colgará verticalmente.

 

-Rayos.

 

Con los auriculares sobre los oídos, Appold descendió lentamente y de forma uniforme. Toda la tripulación guardó silencio, mirando, escuchando. El altímetro se movía como la aguja de un segundero puede moverse ante los ojos de un preso... y en cierto modo era lo mismo para Appold y su dotación... con la diferencia de que no medía segundos, sino pies lineales. 40... 30..., 25..., 20..., 15... Y la radio seguía zumbando normalmente... ¿Se habría desprendido el peso colocado en la punta de la antena y ésta se encontraría horizontalmente bajo la aeronave, en vez de colgar verticalmente?

 

Algo fallaba. Algo grave.

 

-12 pies... Poco más de tres m y medio. Norm. Vamos a...

 

De súbito, el piloto sonrió nivelando la proa del B-24.

 

´-Llegamos, la antena está en el agua.

 

Comptrobó el altímetro. 3 m. A esa altura se mantendría...confiando en que ningún barco vagabundo se interpusiera en su camino.

 

Los otros dos B-24 no pudieron "soportarlo", y a poco de despegar de Malta, dieron media vuelta silenciosamente y regresaron a Africa. Cuando notificaron su abandono, el Tte. Appold tragó saliva, dominó sus temores y manifestó:

 

-Nosostros continuaremos con nuestro rumbo.

 

Conservando el enorme bombardero a la altura máxima de 6 m. voló pasando por el sur de Licata y Sciaca, dobló a la derecha al llegar a Marsala y pasó al norte de Palermo. Al amanecer, la solitaria tripulación se encontraba a escasa distancia de la costa de Sicilia, a 0ºen relación con Barcelona.

 

-Vamos hacia el P.I., Norm -advirtió el ruta O'Dell.

 

 

 

 

(Mecanografiadas las 3 pags. de rigor, procedo a dejar al Liberator de Appold sobre el estrecho de Mesina según sus cálculos. Ahora son los elementos climatológicos los que tienen la palabra (ellos no llevan radar de a bordo). Esta noche leeremos lo sucedido.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Teóricamente a la altura del Estrecho de Mesina. Appold ha conseguido ya un verdadero éxito de navegación. Un logro al alcance de muy pocos pilotos. Vuelo nocturno sin referencias. Silencio radio total. Ahora solo queda culminar la hazaña.)

 

 

 

 

Vamos hacia el P.I: (Punto Inicial), Norm -advirtió el ruta O'Dell.

 

Appold contempló la densa niebla matinal, que ocultaba por completo el Estrecho de Mesina. Sacudió la cabeza; sin embargo, no dijo nada en aquel momento.

 

Tres minutos después, O'Dell pasó el aviso.

 

-Desvío hacia el uno ocho cero. Iniciamos la ruta de bombardeo.

 

Appold miró al frente, preguntando luego a Hogan (el oficial bombardero)

 

-¿Distingues las instalaciones de los transbordadores?

 

-Respuesta negativa. No he conseguido distinguir nada en toda la noche y sigo en el mismo plan. La niebla es demasiado densa, Norm.

 

-Eso es lo que me parecía. ¿Qué opinas de una excursión hasta Crotona?

 

Había adquirido la costumbre de consultar a los miembros de su tripulación en cuestiones importantes y, como casi siempre, se mostraron de acuerdo con él. Torció agudamente a la izquierda, dirigiéndose a la costa de Italia, volando aún a la altitud de 6 m.

 

Tan pronto como se aventuraron sobre la tierra firme, divisó las Montañas Calabresas, la alta serranía que se alzaba entre el B-24 y Crotona. Sobre las cumbres flotaban bajos nubarrones de lluvia.

 

-¿Tienes mapas seguros que señalen con exactitud la elevación de esos picachos? -preguntó a O'Dell.

 

-No. Nuestros mapas sobre esta zona dejan bastante que desear.

 

Appold observó con fijeza las ominosas nubes que tenía inmediatamente delante, nubes que ocultaban roquizas cumbres; por primera vez en todo el vuelo, empezó a sudar. Tenía dos alternativas: volverse hacia el sur, atravesando aguas abiertas hasta Bengasi, o intentar deslizarse por encima de los montes, rasando las alturas, aventurándose por los desfiladeros y remontándose sobre las altiplanicies, lo bastante cerca del piso como para que el radar no detectara el aeroplano. Miró hacia Bengasi... pero puso proa a las montañas.

 

Con John V. Hogan y O'Dell avisándole de los accidentes del terreno, Appold condujo el pesado bombardero por entre dos picachos. Solo contaban con visibilidad para distinguir los obstáculos a escasa distancia y el teniente se veía obligado a reaccionar casi de un modo instintivo, nada más oir las advertencias.

 

-A la derecha -gritó Hogan-. Elevación acentuada.

 

Apretando el timón y tirando del volante en la dirección deseada, rozó con el vientre del aparato las copas de algunos árboles, pero consiguió mantenerlo en el aire. Justo cuando pensaba que se le iba a escapar de las manos, avistó un profundo barranco y el B-24 pudo descender y hacerse con la velocidad que necesitaba. Como un gigantesco vehículo pesado rodando por una carretera de continuas subidas y bajadas, el Liberator cumplió su trayecto por las montañas hasta llegar a las colinas bajas de las estribaciones orientales del macizo.

 

Al descender por la vertiente opuesta de las Montañas Calabresas, Appold aceleró. Vio cerdos corriendo, aves de corral esparciéndose asustadas en todas direcciones y furibundos granjeros que salían apresuradamente de sus casas, mientras el aeroplano rugía en su desesperado intento de alcanzar Crotona. Cuando el avión zumbó sobre el campo de aviación enemigo, Appold creyó que había logrado su propósito.

 

 

-"Saca el máximo partido a tu tiempo, Hogan, y sacúdeles en mitad de la naríz. Sin miedo. Nosotros..."

 

Fue entonces cuando aparecieron los cazas por encima de ellos, en forma de minúsculos puntitos. Sin hacer caso de la fatal amenaza, a 800 kms. de su base y sin la más remota esperanza de auxilio, Appold dirigió su solitario B-24 hacia la vital planta química de Crotona y hacia lo que parecía una muerte segura...

 

Esforzándose en mantener la vista fija en el objetivo, que se aproximaba rápidamente, pero incapaz de resisitir la tentación de echar una mirada a los cazas enemigos que volaban sobre su cabeza, Appold luchó para conservar el B-24 nivelado y en su ruta. Los pilotos de la Luftwaffe o no se habían percatado de la presencia de aquel bombardero o habían decidido esperar la llegada de un momento oportuno para lanzarse al ataque.

 

-¡Cuidado con la torre de esa iglesia! ¡La tenemos ahí mismo, Norm! -chilló O'Dell.

 

El teniente lanzó un vistazo al campanario, dudó entre rodearlo o pasar por encima y en la última décima de segundo -cuando parecía que esperó demasiado para tomar su decisión- tiró hacia atrás del árbol del volante. El enorme bombardero alzó la proa y franqueó la torre de la iglesia como un rapaz que salta por encima de una valla. Inmediatamente, Appold inclinó el aparato, descendiendo por el otro lado del campanario.

 

-Ya no hace falta que el domingo que viene vaya a misa -comentó el artillero de popa lacónicaamente-. Acabo de oir el sermón de esa iglesia.

 

-Cinco grados a la derecha -advirtió Hogan-. Recto hacia esas dos chimeneas más altas.

 

-Enterado.

 

Torciendo suavemente, incapaz de inclinar más el ala de unos cm, puesto que el avión casi rozaba el césped, Appold desvió la proa hasta poner el B-24 en la dirección deseada por el oficial bombardero.

 

-Cómo es que...

 

-¡Cable de un globo!

 

El piloto no supo quien lanzó el aviso, pero eso carecía de importancia. La cuestión es que no dijo dónde estaba el cable y que no tuvo tiempo para preguntárselo. El B-24 giró a un lado súbitamente, como si diese vueltas alrededor del asta de una bandera, vaciló durante una fracción de segundo y luego continuó hacia adelante.

 

-Hemos partido ese maldito cable en dos -manifestó O'Dell-. Resultó un poco duro para el ala. Ha dejado una muesca hacia el extremo.

 

En realidad, intercambiaron pocas palabras en el curso de aquellos últimos minutos, mientras se acercaban al objetivo. Solo mencionaron hechos vitales, avisos de última hora, informes de vida o muerte.Todos los miembros de la tripulación estaban excesivamente atareados.

 

Los servidores de las piezas artilleras de a bordo observaban los puntitos negros que sabían eran cazas enemigos, como si estuviesen hipnotizados por ellos, esperando el temido momento en que inclinarían un ala, arrojándose hacia el B-24. En la proa, Hogan concentraba su atención en el punto de mira de las bombas, tratando desesperadamente de lograr que el blanco se pusiera dentro de la cruz telescópica y dirigiendo a Appold para que situara el aparato en el punto preciso para soltar los proyectiles.

 

O'Dell era el vigíia. Sus avisos, sus gritos, sus ensordeceros rugidos por el intercom advertían a Appold de los obstáculos que no podía ver desde la cabina. Como un perro lazarillo dirigiendo a su amo ciego, el encargado de ruta comunicaba a Appold por donde debía ir -¡a Appold, que tenía otras cien cosas que vigilar al mismo tiempo!- para llegar a la planta química con la parte inferior del B-24 casi tocando los tejados y el suelo.

 

 

 

 

(Los puristas habréis podido comprobar (que os conozco y os veo midiéndolo), que acabo de rebasar las tres páginas reglamentarias, y por ello debo dejarlo aquí. No se admiten gimoteos ni marico...das. Mañana más; y a disfrutar lo leído, leñe. )

 

Saludos

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Buenasss

 

Bear, me alegra que tu gusten los relatos de este libro; yo sigo disfrutando con ellos. Lo que me contraría es que este sea el anteúltimo relato. Es un libro que compré en el Mercat de S. Antoni, en Barcelona. Iba allí todos los domingos a encontrar libros y/o revistas de "lo nuestro", y a veces me venía a casa con joyitas como este libro de recopilaciones de Phil Hirsch. Ahora queda el desafío de encontarr después algo que esté al menos a esta altura de interés. Dudo entre el libro de Heinz Knoke, que citaste, u otro de un piloto de caza de las FAFL, coetáneo y casi compañero de escuadrilla de Clostermann en Inglaterra. Me frena un poco en que ambos son libros, para mí, algo extensos (formato bolsillo, letra menuda, y con 185 y 312 pags. respectivamente), sobre todo el segundo. En fin, daré otro repaso a mi biblioteca y decidiré.

 

No te tomo en cuenta tu última frase, utilizas un gerundio demasiado rotundo. Nada más apartado de mi intención. Ya sabes...voy con mi ironía ya "de serie".

 

Pero volvamos a nuestro ya amigo Norman Appold. Tras el decepcionante periplo hasta Mesina, no se arrugó, y emprendió, en solitario, azarosa vía hasta la química de Crotona, trepando montañas como un cabra con un pesado B-24. ¿Culminará su misión? Cerca del objetivo están... Tras el punto y aparte.)

 

 

 

 

De pronto, se encontraron allí. El objetivo que les había obligado a recorrer 800 kms para destruirlo, estaba ya frente a ellos. De hecho, las chimeneas de la factoría química se hallaban "por encima" del Liberator.

 

-Derecho hacia allí, Norm -articuló Hogan en tono suave, sin despegar los ojos del visor de las bombas.

 

Appold trató de mantener el aparato a la velocidad y altitud exactas, pero constituía una hazaña dificil. El humo, el aire recalentado y la turbulencia de la atmosfera que flotaba por encima de la planta sacudiría al bombardero, poniendo en peligro no solo lo certero del bombardeo, sino también las vidas de la dotación. Si el ala de 35 m de longitud tocase el suelo, el gran aeroplano se iría abajo. Todo lo que el piloto poddía hacer era mantenerse firme ante el volante, accionar los timones y conducir al avión por entre las dos chimeneas, sin rozar ninguna de ellas.

 

-¡Norm! -aulló O'Dell-. ¡No puedes pasar entre esas dos chimeneas! ¡No hay sitio!

 

Appold dirigió una mirada calculadora al espacio de que disponía. O'Dell estaba en lo cierto. Era muy justo. Demasiado justo. Pero ya no se le ofrecía elección posible. Estaba comprometido. Era demasiado tarde para rodear las chimeneas con el gigantesco aeroplano. No contaba con espacio suficiente para tal maniobra y la velocidad era excesiva.

 

-Sigue en el punto de mira, Hogan. Pasaré.

 

Era como llevar el aparato a través del ojo de una aguja, si vale la metáfora, aplicada a proeza aérea.

 

Con 35 m. de ala para maniobrar en una amplitud no mucho mayor y zumbando a tan baja altura que Appold no podía inclinar el avión de costado para conseguir el espacioo necesario, no cabía error de ninguna especie. Todo el mundo, incluso el vigía O'Dell, guardó silencio mientras el B-24 recorría los últimos metros que le separaban de la planta química. El teniente movió suvemente el volante, llevándole a un lado y al otro una fracción de cm, accionando el timón para ayudar a mantener la proa apuntando el centro exacto del ojo de la aguja.

 

Súbitamente, se encontraron sobre la factoría y el humo y el aire caliente de la planta fabril empujaron al Liberator hacia arriba, con violento zarandeo. El bombardero, a muy pocos metros de las chimeneas, se estremeció como un potro salvaje enfurecido, desvió su rumbo hacia la chimenea de la izquierda y el ala de ese costado amenazó con chocar contra los ladrillos

 

-¡Vamos a estrellarnos con esa chimenea, Norm! ¡Cuidado!

 

Appold reaccionó quedamente, eficientemente. Moviendo las manos y los pies como si fueran mecanismos matemáticos, dirigió los mandos hacia la derecha. El bombardero resbaló con precisión por entre las dos chimeneas. El artillero de popa declararía posteriormente:

 

-El extremo del ala izquierda debió dejar su marca en la chimenea de su lado. La cola pasó tan cerca, cuando nos colamos, que si hubiese extendido las manos habría podido coger unos cuantos ladrillos.

 

-¡Bombas fuera!

 

El B-24 se elevó un poco, cuando los pesados explosivos cayeron del compartimento donde estaban almacenados. Appold aceleró la velocidad y, desviando el aparato suavemente, voló hacia el agua.

 

-¡Ahí viene la Luftwaffe!

 

Los puntitos, atraídos por el humo y las explosiones de las bombas, se habían inclinado sobre un ala y acercándose vertiginosamente al gran bombardero. Incluso a pesar de la mala visibilidad reinante, Appold pudo verlos aproximarse. El piloto echó un vistazo a las nubes bajas que cubrían el puerto de Crotona, nubes cuya altura no rebasaban los mástiles de algunas de las embarcaciones pesqueras ancladas allí.Volvió la cabeza y miró a los aviones de caza que zumbaban hacia ellos, materializando ya las alas y las secciones de cola de los negros puntitos que eran antes.

 

Qudarse allí y plantar cara a aquella horda nazi representaba una muerte cierta.La artillería del B-24 no estaba preparada para hacer frentea tantos aviones. Solo tenían una probabilidad de escapar... una arriesgada maniobra: aventurarse por entre las nubes bajas y confiar en no tropezarse con la chimenea o el palo de alguno de los buques surtos en el puerto.

 

-Agárrense fuete. Voy a meterme en esa sopa. Y si veis algo por allí, O'Dell o Hogan, gritad, ¡Gritad enseguida!

 

Lazó el aparato a una zambullida casi vertical, descendiendo todo lo que le permitía el altímetro, y se metió rugiendo por entre las nubes bajas. Si apartar los ojos del altímetro, Appold mantuvo los aceleradores a fondo y voló hacia el sur a toda velocidad. Fue un vuelo escalofriante, esperando a cada segundo notar el impacto del bombardero contra la chimenea o el mastil de algún navío invisible, que lo destrozaría. O contra la torre de algún faro. Las manos se le pusieron tan sudorosas que a duras penas conseguía mantener agarrado el volante. Los ojos le dolían a causa de la tension. Tenía las piernas entumecidas, anquilosadas.

 

Durante 35', condujo la aeronave a ciegas, a través de las nubes y a la altitud del palo mayor de un velero.

Y, milagrosamente, no chocaron con nada.Cuando por fin salieron del cúmulo, a 160 kms. al sur de Italia, no había a la vista un solo aparato de combate nazi. Los jactanciosos ases de la Luftwaffe habían perdido su nervio y se negaron a introducirse en la capa de nubes para buscar a Appold y su tripulación. Y como quiera que se echaron atrás, el teniente pudo volar sin incidentes su B-24 a Bengasi, después de llevar a cabo una de las incursiones de un solo aeroplano más audaces de toda la SGM.

 

Al interrogarle, los oficiales sonrieron cuando el alegre piloto les comunicóque la planta química de Crotona estaba fuera de combate. Consideraron el informe de Appold como una auténtica fanfarronada. Después de todo, 9 formaciones completas habían tratado de de destruir aquel complejo indal., sin conseguirlo. Y allí estaba aquel teniente bajito, locuaz y sonriente afirmado que lo acababa de lograr él solito. ¡Absurdo!

 

Sin embargo, para asegurarse, el coronel Compton, jefe del grupo, envió un Spit recco.a Crotona. Corroboró el informe de Appold y más. Una vez reveladas las fotos, el Servicio de Inteligencia estimó que transcurrirían varios meses antes de que fuera necesario volver a Crotona. ¡La planta quimica estaba prácticamente demolida!

 

Norman Appold había demostrado que una operación a baja altura podía tener éxito y, como resultado de su hazaña, los incursores enviados a Ploesti bombardearon las refinerías rumanas a una altitud mínima 4 meses después, realizando uno de los ataques aéreos más propagados de toda la guerra. Appold fue también en aquella incursión y de nuevo hizo gala de su valentía, capitaneando una fuerza armada en corso de 5 aparatos, que voló sobre Ploiesti hasta encontrar la ocasión de bombardear un objetivo teniendo la certeza absoluta de que daban en el blanco.

 

Hoy en día (1965, fecha de la edición del libro. N. del T.), el coronel Appold está asignado a la División de Sistemas Espaciales de la Fuerza Aérea. Con hombres de sus aptitudes, destreza y valor ante el timón del esfuerzo espacial del país, los EEUU de América pueden sentirse más que seguros.

 

 

 

 

(Norman C. Appold fueen la Guerra Fría uno de los puntales del profesor Werner von Braun en su proyecto Apollo, y en la posterior carrera del espacio. Por su intrépida acción sobre Ploiesti fue condecorado con la Distinguished Service Cross, y por su raid sobre Crotona, con la Silver Metal. Había nacido en 3-4-1917, y falleció el 17-3-2004. )

 

Saludos

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Por supuesto que confío en tu sentido del humor. ;)

 

No se si me hubiera gustado estar en la tripulación de Appold. Creo que todo corazón tiene un límite, y ese piloto seguro que tenía el suyo muy robusto y muchas ganas de probar el de los demás. Pero consiguió regresar con su gente intacta y por lo menos vivió lo suficiente como para salir de la guerra.

 

Por ahi he encontrado esto, creo que os interesará:

 

http://militarytimes.com/citations-medals-awards/recipient.php?recipientid=6016

 

Y el primer ataque a Ploesti. Atroz. Hay más cosas en youtube:

 

http://www.youtube.com/watch?v=cxB9BOWUaFk

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Appold Norman C. Piloto del B-24 G.I. Ginnie 74. Mostrando el órden de posición del box en el raid a Wiener Neustadt

 

appoldnormancpilotodelb.jpg

 

Appold, Norman C. 2º izdª NACA's_Special_Committee_on_Space_Technology, 1º der W von Braun.

 

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Hogan, John V. Bombardero del G.I. Ginnie, del Tte Norman C Appold, over Crotona 30-3-1943.Noticia en prensa del raid.

 

hoganjohnvbombarderodel.jpg

 

Hogan, John V. Bombardero del G.I. Ginnie, del Tte Norman C Appold, over Crotona 30-3-1943

 

hoganjohnvbombarderodel.jpg

 

Mesina Docks y transbordadores en la actualidad

 

mesinadocksytransbordad.jpg

 

Appold, Norman C. Unica fotografía encontrada de la fábrica química de Crotona en otro ataque de la RAF en 1941

 

appoldnormancunicafotog.jpg

 

B-24 Liberator con los colores del desierto, como el del Tte. Norm Appold.

 

b24liberatorconloscolor.jpg

 

B-24 La Oficina.

 

b24laoficina.jpg

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Buenasss

 

(Tras agradecer, otra vez, a Rockofrtiz la subida de mis fotos de Archivo, nos disponemos a leer el último capº del libro recopilatorio de Phil Hirsch. Pájaros de muerte, (Fighting Aces, en el original de 1965). Lástima que no tenga más libros de esta índole, pues son ideales para subir al Foro. Amenos; con la extensión justa para mostrarnos a un As cada vez, y sobre todo tan bien escritos por verdaderos especialistas en este tema que tanto nos gusta. Investigaré a ver si encuentro alguno parecido.

 

El autor, Robert F. Dorr es el mismo con el que empezamos el libro, "El día que los chinos abatieron a nuestro mejor piloto", dedicado al As norteamericano en Corea, Joseph "Joe" McConnell, de feliz lectura.

 

Veamos que nos ofrece esta vez.

 

 

 

 

Siete aparatos abatidos en siete pasadas, por Robert F. Dorr

 

El deslumbrante resplandr del sol que rutilaba por encima de la selva filipina casi impidió al capitan William "Bil" Shomo localizar el enjambre de aviones de caza sin identificar que se aproximaban. A bordeo de su P-51 Mustang, Shomo exploró nerviosamente el cielo y divisó a los 12 intrusos, pasando en dirección opuesta a la de él, a unos 750 m por encima de su cabeza. Parecían aparatos Mustang... "Pero"... el tenso piloto de 24 años, incapaz de una identificación positiva alertó a su compañero en tono crispado:

 

-¡Tenemos compañía, Paul! Arriba, a la una.

 

-¡Es todo una formación! -no se apreció temor alguno en la voz del teniente Paul Lipscomb, piloto de P-51 del Ala de Shomo-. Son "cincuenta y unos", ¿verdad?

 

-¡Yo no lo aseguraría!

 

A Shomo le había molestado un poco el que Lipscomb sacara conculsiones precipitadas. Volvió a entornar los párpados y vió, por primera vez, que las alas de aquellos 12 cazas rápidos llevaban la insignia de un círculo rojo.

 

-¡Prepara tu artillería, Puli, y ojo avizor!

 

Shomo rechinó los dientes y esperó el escalofrío de miedo que sin duda iba a experimentar. No llegó. Su pulso continuó latiendo firme. Montó las 6 ametrallaoras calibre 50 y, entonces, avistó algo más.

 

Una mancha -un puntito borroso en movimiento- se deslizaba a través del horizonte, 90º a su derecha. Bill Shomo inclinó el ala de estribor, acomodó el cuerpo para hacer frente a las tremendas presiones de la gravedad, y se acercó para echar una mirada. Resaltando sobre la áspera superficie verde de la selva, aparecía la gigantesca silueta de un enorme bimotor, fuertemente armado. ¡Un bombardero Betty japonés!

 

-¡Son nipones desde luego, Bill -la voz de Lipscomb parecía un poco alterada al comprobarlo-. ¡No creo que nos hayan visto!

 

Shomo, asintió. Sabía ya que aquellos 12 aviones de caza que volaban más arriba, contra el sol, eran rápidos y letales Kawasaki Ki-61 -más conocidos por Tony - y que iban escoltando al solitario bombardero. Por fantástico que pudiera parecer, ninguno de los aviadores haponeses se había percatado de las presencia de los 2 Mustang. Y el Betty representaban un premio tentador... un objetivo mucho más importante ue cualquier otra cosa que el capitán Shomo hubiera soñado con encontrar.

 

-Vamos a partirlos, Paul. Nos elevaremos y nos lanzaremos al ataque de los cazas. No te separes de mí...

 

-Enterado -Manifestó Lipscombm absteniéndose de comentar lo que era evidente: que los 2 yanquis se encontraban en una inferioridad desesperanzadora.

 

Shomo emprendió el ascenso, acelerando y observando cómo aumentaban las r.p.m. del motor. El ligero P-51 se alejó de la selva como un obús de pieza artillera. Le siguió el aeroplano de Lipscomb.

 

Mientras los 2 americanos volaban hacia la formación enemiga, continuaron sin ser vistos por los aviadores japoneses, que no alteraron su rumbo para nada... Ni se desviaron ni emprendieron acción evasiva alguna. Era demasiado bueno para que fuera cierto. La pareja de jóvenes e inexpertos norteamericanos había interceptado toda una escuadrilla de 13 aeroplanos, pilotados por endurecidos veteranos... ¡y pillaban por sorpresa a toda esa escuadrilla!

 

Con calma, actuando instintivamente, Bil Shomo se aplicó sobre su punto de mira y buscó a través de la cruz a su primer bruñido Tony. Apoyó el enguantado índice sobre el disparador, deseando ardientemente oprimirlo, pero conteniéndose, esperando acercarse más...

 

Shomo se mantuvo rígido mientras el Tony ioba adoptando proporciones monstruosas sobre la mira telecópica... aún volando de manera uniforme, a 500 kms/h. Visto por detrás, el piloto japonés era una figura negra, afectada... Un hombre ajeno al ataque de que iba a ser objeto.

 

"Un par de segundos más, pensó Shomo. No te precipites..."

 

Cuando la distancia se redujo a poco más de 300 m, el robusto capitán no pudo seguir esperando. Los dedos de Shomo se cerraron sobre el gatillo. El Mustang se estremeció cuando la ráfaga de proyectiles cal. 50 salió de las ametralladoras. La andanada de trazadoras surcó el espacio vacío y se clavó en el blanco, rasgando la sección de cola del Tony y convirtiendo en jirones la popa del aeroplano.

 

Por los auriculares le llegó el alarido de Lipscomb, lanzado al estilo de los vaqueros del Oeste.

 

La víctima de Shomo -el confiado piloto japonés- volvió la cabeza. Durante una décima de segundo, Shomo vió dilatarse los ojos del hombre, llenándose las pupilas de sobresalto y terror. Las balas recorrieron el fuselaje del Tony, alcanzando su principal depósito de combustible.

 

El estallido fue un súbito ramalazo ensordedcedor, que el americanp pudo oir desde el interior de su aislada cabina. Una llamarada color naranja envolvió al aparato nipón, mientras sus fragmentos salían disparados por el aire, en todas direcciones. Bil echó hacia atrás la palanca de mando, evitando la colisión por muy poco.

 

Luego se alejó de la formación enemiga.

 

El capitán, un copiloto que no se había fogueado en ningún aspecto, acababa de conseguir uno de los triunfos aéreos más limpios y perfectos de toda la guerra. Al tiempo que ascendía en el aire, le sorprendió el hecho de no sentir nada especial en su ánimo. Seguía siendo el dueño absoluto de sus nervios.

 

-¡Eh, Bill, le sacudiste!

 

-¿Estás detrás de mí? -preguntó Shomo.

 

-¡Subo! ¡Yo también derribé uno!

 

Lipscomb se "había" apuntado otro. Un segundo Tony caía dando vueltas, segado por la mitad una de sus alas. La seda del paracaídas, planeando sobre la selva, estaba ardiendo. La minúscula figura humana que se retorcía debajo del dosel estaba sentenciada a muerte.

 

-¡Ahora se arrojarán sobre nosotros! -dijo Shomo-. Tenemos que intentar darle al Betty.

 

-¡Mira! ¿Quieres? ¡No hacen nada!

 

-¿Eh?

 

Bill volvió la cabeza.

 

-Continúan con su rumbo y nivel, Bill. ¡Cómo dianas en un puesto de tiro al blanco!

 

Resultaba increíble, pero era verdad. Shomo vió que los 10 Tony supervivientes seguían agrupados, conservando su ruta. El grueso bombardero Betty surcaba el aire, volando en la misma dirección. Dos de sus compañeros de escuadrilla habían sido borrados del cielo, pero por algún milagroso error, los pilotos japoneses ni siquiera lo habían notado.

 

William Shomo recordó entonces la similitud que existía entre los Mustang y los Tony y, de pronto, se sintió enamorado de su precioso P-51, recién salido de la fábrica. Súbitamente, comprendió por qué había pasado inadvertida la carnicería aérea.

 

Los pilotos japoneses no habían visto caer a sus camaradas. odo había ocuriirdo de una forma tan repentina y quedó en el cielo tan poco humo para indicar el suceso, que los nipones no se percataron de nada. Evidentemente, ya habían visto a los dos Mustang, pero con el resplandor solar deslumbrándoles, sin duda tomaron a Shomo y Lipscomb por sus compañeros de ala.

 

-Deben de estar llamándonos en estos instantes -opinó Shomo-, conminándonos para que volvamos a colocarnos en la formación.

 

-Puede que eso no nos haga daño -repicó Lipscomb-. Si creen que somos camaradas suyos, aprovechemos la felíz circunstancia.

 

-Tienes razón. Es una locaura, pero... ¡Vamos a unirnos a ellos!

 

Shomo dibujó en el aire un círculo amplio y lleno de gracia, lanzándose hacia la formación japonesa, aproximándose por detrás. Lipscomb le siguió. Los dos yanquis no tardaron en encontrarse de nuevo a la cola de la escuadrilla enemiga, maniobrando como si quisieran integrarse en ella. Los japoneses se mostraron conformes. Dos de los Tonys se epararon, dejando espacio para que Shomo se desloizara entre uno y otro.

 

"Gracias, pensó el piloto americano, burlón. Un sinfín de gracias..."

 

Bill apuntó a un par de Tonys, apretando los disparadores en 2 andanadas bruscas y duras.

 

Uno de los cazas japonese se desvió al instante, alejándose, despertando finalmente su piloto a la desagradable realidad de que era blanco de un ataque.

 

Pero el otro se vió cogido de lleno por el fuego de las armas del capitán. La cubierta de su carlinga saltó hecha trizas y el aviador murió instantáneamnete. El aeroplano se estremeció, empezó a inclinarse de costado y a caer como si la tierra le atrajese. Trazó una lenta curva e inició el picado hacia la selva, con un cadáver a los mandos..

 

-¡Ahora ya saben que estamos aquí! -gritó Lipscomb.

 

Shomo asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. Los japoneses estaban alertas, desde luego. Frente a él, las alturas celestes se transormaron en un conjunto confuso de aviones que subían y bajaban como endemoniados... imágenes contorsionadas y veloces que pasaban de un extremo al otro de su campo visual. En medio de aquel caos, el capitán perdió el rastro de su wingman, pero sus ojos se aferraron a otro Kawasaki que maniobraba con mayor lentitud que el resto. Aceleró al máximo y se le acercó...

 

Bill Shomo notó que los latidos de su corazón aumentaban de volúmen atronadoramente. Por fin, el miedo frío y torturante que esperaba había llegado a su ánimo. Aquella extraña batalla aérea, desencadenada contra un enemigo ciego, se había transformado en un suicidio en potencia. Los expertos pilotos japoneses, cuya superioridad numérica respecto a los atacantes era de 5 a 1, se disponían a aprovechar todas las ventajas de rapidez, altitud... y habilidad.

 

Parecían haber llegado al punto culminante de una rutinaria batalla aérea, el punto a partir del cual se cambiaría n las tornas.Si era así, Bill Shomo y su compañero no vivirían otros 60 segundos...

 

 

 

 

(Mañana seguimos con este electrizante relato. Era cierta la manía japonesa de circular en formación cerrada, que apenas les daba campo de maniobra caso de ser atacados, obviando así las maniobras evasivas al uso.

 

Recuerdo que tengo una foto, poco conoc.ida, en que se ven , en tierra, a ambos protagonistas de esta historia.)

 

Saludos

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Ultimas fotos enviadas por jenisais de estos nuevos pilotos :aplauso-6:

 

Lipscomb, Paul y William Shomo. Unica foto conocida de ambos juntos al lado del Snooks 5th de Shomo.

 

lipscombpaulywilliamsho.jpg

 

Kawasaki Ki-61 Tony. El parecido con el P-51 era notable.

 

kawasakiki61tonyelparec.jpg

 

 

Kawasaki Ki-61 Incluso en maqueta tiene gran similitud con el P-51 Mustang.

 

 

kawasakiki61inclusoenma.jpg

 

 

Kawasaki Ki-61 Interior cabina.

 

kawasakiki61interiorcab.png

 

Shomo, William A ..Cockpit

 

shomowilliamacockpit.jpg

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Buenasss

 

(Raudo y veloz Rockofritiz ayudándome a ilustrar el relato.

 

Después de la intrepidez de la pareja americana de atacar a una docena de Kawasaki Ki-61, colándose incluso en su propia formación, el piloto William Shomo parece que se viene abajo. ¿Un descenso puntual de adrenalina? ¿La repentina constatación de su audacia suicida? Yo apunto por su visión de la cruda realidad: Casi una decena de Tonys con sus pilotos furiosos es como para tomárselo como muy en serio. Confío en que salgan ambos del paso. Avión ya tienen para lograrlo. Y ganas de escapar, también)

 

 

 

 

La reacción del joven capitán William A. Shomo, al enfrentarse con una agobiante sensación de fracaso fue la única arma que cambió la lucha "rutinaria" convirtiéndola en la más sangrienta carnicería aérea realizada por un solo hombre en el curso de la SGM-

 

Hasta aquel 11 de enero de 1945 abrasado por el sol, nada en el historial de Bill Shomo sugería la posibilidad de que fuera capaz de obtener una victoria en lucha con fuerzas enemigas abrumadoramente superiores. Shomo era un muchacho tímido y concienzudo... un joven bien parecido y proporcionado, que jamás había entrado en combate. Aunque poseía una estupenda hoja de servicios como piloto de reconocimiento fotográfico agregado a la 82ª Escª de Reconocimiento Táctico, carecía de las maneras audaces y espectaculares de los famosos campeones del aire que destruíaan aviones japoneses por los cielos de PTO. Jamás había disparado un solo tiro impulsado por la rabia, nunca había resultado herido.

 

Shomo se alistó en la Fuerza Aérea en el Condado Westmoreland (Pennsylvania) en el año de 1943, pasando directamente a la Academia de vuelo Kelly AFB, en Texas. Sus instructores le consideraron alumno del montón. No tenía espiritu inquierto y temerario que caracterizaba a la mayor parte de los pilotos de combate... aunque realizaba su trabajo de manera deliberada, cuidadosa, lenta, lo mejor que le era posible. Deseaba entrar en combate, llevar a cabo su parte, y se hubiera sentido decepcionado con un destino sedentario.

 

Las órdenes recibidas por Shomo, al ser enviado al aerodromo de Mindoro, en las Filipinas, como piloto de reemplazo para la 5ª AF del general George C. Kenney, significó una amarga desilusión para el muchacho. Llegó en diciembre de 1943, en el momento en que las fuerzas japonesas de la zona se aprestaban a efectuar su última resistencia contra la definitiva ofensiva americana. Cuando se vió instruido y capacitado por primera vez para gobernar el F6D estadoundense (versión recco. del P-51 Mustang), Shomo confió en que los campos de aterrizaje de Lingayen Gulf le traerían la ansiada oportunidad de acción. Pero, durante un mes, siguió realizando misiones fotográficas, sin localizar un solo aparato enemigo.

 

Shomo y el teniente Paul Lipscomb tenían mucho en común. Ambos era jóvenes, inexpertos y vehementes. Ambos cumplian misiones fotográficas con destreza, pero en circunstancias nada dramáticas, mientras aguardaban la ocasión de combatir a los japoneses. Para aquella pareja de jóvenes aviadores, instruídos en una academia de vuelo montada con la urgencia propia de guerra y a los que se había inculcado los atributos que debían poseer los pilotos de combate, ninguna frustración podía resultar más amarga que la falta de lucha en la que demostrar su capacidad agresiva.

 

Esa frustración acompañaba a Bill Shomo la cálida mañana en que, acompañado de Lipscomb, despegó de Mindoro, cobró velocidad y se dirigió hacia el norte. La tersa charla celebrada por el VHF sonaba como una extraña combinación de auténticos temores y anhelos de soldado ávido de proezas bélicas.

 

-Al paso que vamos -se lamentó Lipscomb-, acabará la guerra antes de que disparemos un tiro.

 

-Base instruye, Paul. Vuelo 340.

 

-Enterado. 340.

 

-No te equivocas -reconoció Shomo-. Tengo la impresión de que podríamos hacer algo más para merecernos la paga de vuelo que nos dan.

 

Cuando los Mustang se nivelaron, con tenues líneas de vapor quedando detrás de las alas, Shomo intentó relajarse. Su mente se proyectaba sobre su misión del día. Lipscomb y él recibieron el encargo de reconocer y fotografiar las pistas japonesas cercanas a Aparri y Laoag.

 

Al comando del general Kenney habían llegado datos del servicio de Inteligencia, sugiriendo que aquellos aerodromos -peligrosamente cercanos a la nueva cabeza de playa de Lingayen- rebosaban de aparatos de caza nipones. Circulaban rumores en el sentido de que habían sido trasladados allí gran números de aeroplanos rápidos Kawasaki Ki-61 "Tony". Si una fuerza de Tonys podía detenera la ofensiva americana en aquellas islas, la guerra quedaría estacionada por lo menos durante un año o más.

 

Shomo escudrió la selva filipina extendida por debajo. Era hermosa, salvaje, pero hermosa. El color pardo o verde oscuro de la masa de árboles, enredaderas y ríos constituía una soledad cuajada de riesgos para el hombre. Un millar de especies distintas de insectos zumbaban allá abajo, al mismo tiempo que 100 clases diferentes de reptiles venenosos. Y había también cazadores de cabezas, tan poco amistosos para norteamericanos como para los japoneses.

 

Sería un sitio infernal sobre el que caer en paracaídas, se dijo Shomo.

 

Emprendiendo la carrera final hacia las bases aéreas enemigas, Bill notó que la sensación derrotista se infiltraba más profundamente en su espíritu. Había oído hablar demasiado de las grandes victorias aéreas obtenidas por los famosos campeones, para sentirse satisfecho de su pobre historial. Conoció personalmente al comandante Richard "Dick" Bong, el As devastador que había destruído 40 aviones japoneses y que una vez derribó 4 Zeros en un solo combate. Sabía que el comandante Tom McGuire abatió en una ocasión 5 aeroplanos enemigos en una escaramuza. Y estaba perfectamente enterado de que nadie alcanzó la gran hazaña del coronel Neel Kearby, que en una batalla aérea desarrollada sobre Nueva Guinea un año antes, puso fuera de combate a 6 Zeros en otros tantos minutos.

 

Hubiera sio inmodestia para Bill Shomo soñar en conseguir proezas semejantesa a las de Bong, McGuire y Kearby. Por encima de todo el joven capitán era hombre modesto. Shomo se habría sentido encantado con tener en su historial el mérito de un aparato derribado antes de que acabara la guerra.

 

Momentos después, la misión de reconocimiento quedó abandonada, cuando Shomo y Lipscomb tropezaron con la gran formación de aviones japoneses.

 

 

 

 

(Mañana sabremos cómo acaba la aventura de ambos pilotos. El Punto y Aparte que aprovecho para acabar por hoy marca la diferencia entre la exposición que hace el autor Robert F. Dorr de la biografía del As Shomo, y la acción directa que quedó interrumpida al final de la intervención de ayer.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Sin más preámbulos vamos a sumergirnos en la acción pura y dura. Justo cuando ya Bill Shomo había derribado dos Tonys; lo que atrajo la atención de los otros aviadores japoneses. Eso, y el desconocimiento de dónde se encontraba su alero Paul Lipscomb, hizo que Shomo pasara por un instante de "indefiinición". Pronto superado, espero. Es algo comparable a cuando se abre la puerta de toriles y surge el morlaco. Al maestro se le pasan de golpe el stress y la duda.

 

Donde lo dejamos anteayer.)

 

 

 

 

Con el Tony nº 3 en su punto de mira y lo que parecía toda la fuerza aérea nipona dando vueltas por el aire, tratando de abatirle, Bill Shomo experimentó por fin ramalazos de miedo -al tiempo que terminaba la frustración-, el miedo que sabía acompañaba toda brutal batalla aérea...

 

El Tony se desviaba a la derecha, en un ángulo de 45º, iniciando una vuelta Immelmann. Shomo se olvidó por completo de Lipscomb, mientras disminuía rápidamente la distancia que le separaba de su presa... 700 m.. 550 ...

 

Vió al aparato dentro de la cruz de su punto de mira telescópico y apretó el gatillo.

 

El piloto nipón intentó escabullirse. El avión frenó. Shomo bajó los alerones para mantenerse detrás, pero el Mustang chirrió a causa del esfuerzo y los proyectiles de Bill fallaron el blanco. "¡Maldición!", pensó.

 

Disminuyó la velocidad a menos de 400 kms/h. El Tony pasó entonces delante de su punto de mira, pero la distancia era mayor. A punto de desmayarse como consecuencia del cambio de presiones, Shomo admiró la pericia de su adversario. Pero continuaba en posición de ataque y volvió a disparar. Sus trazadoras se clavaron rn la parte `posterior del fuselaje del otro aeroplano.

 

La persecución era intensa. Shomo luchaba a la vez con los mandos y el gatillo, perdiendo todo sentido de la orientación, de la altitud, del ángulo de tiro, esforzándose desesperadamente en mantenerse detrás de aquel brillante y esquivo Tony. Su 3ª ráfaga de proyectiles fue disparada a excesiva distancia, pero alcanzaron el blanco. Las trazadoras recorrieron el cuepo del avión, llegando hasta la capota de motor. Brotó una rápida llamarada, seguida de brillante estallido.

 

¡Bill Shomo se había apuntado su 3ª victoria!

 

Apartándose del lugar donde había borrado del cielo al japonés, el capitán experimentó una sensación de extraordinario júbilo. Pero, al mismo tiempo, comenzó a darse cuenta que empezaban a dominarle el terror y el agotamiento. Miró en torno, pensando en sus reservas de carburante y buscando con la vista a Lipscomb, a los cazas y al bombardero Betty. El teatro de la batalla parecía haberse desviado.

-¿Paul! ¿Dónde estás?

 

-Hombre, vaya, hombre. Me encuentro a 12000 pies de altutud y tengo acorralado aquí a todo el Imperio Japonés.

 

-Ya voy.

 

Shomo captó el centtelleo de los aviones, por encima de su cabeza. Inició el ascenso.

 

Echó un vistazo por el retrovisor ¡y distinguió la plateada imágen de un Tony que iba tras él!

 

Un solitario japonés se había apartado de la escena donde tuvo lugar su última escaramuza, esperando pacientemente. El aviador enemigo se aprestaba ahora a derribar a Shomo, que vió la oscura forma agazapada del piloto y espió las bocas de las armas del Tony, que escupían fuego. ¡Se había convertido en diana para los ejercicios de tiro del nipón!

 

Reaccionando con más rapidez que sentido, Shomo bajó los alerones y quitó gas. El Mustang tembló disminuoyendo su velocidad, pero el piloto yanqui se las arregló para dominar la máquina. La inesperada maniobra dió sus frutos. "El Tony pasó de largo"!

 

Bill se apresuró a apretar los disparadores. El veloz Tony recibió una buena ráfaga y empezó a deshacerse, vomitando trozos de motor y carrocería por el cielo. Después se puso a girar demencialmente, perdidos los mandos y se desplomó hacia la verde masa de la selva, llevando en su interior al atrapado ocupante.

 

¡Triunfo nº 4 para Shomo!

 

El sudor formaba una capa sólida sobre la frente del capitán y un latido martilleante vibraba en la boca de su estómago. Continuó elevandose hasta llegar al centro de la batalla. Se sentía ya un poco aturdido, la tensión del combate le producía náuseas y, sin embargo, su cerebro no cesaba de darse cuenta perfecta de la increíble buena suerte que tenía.

 

Al acercarse a la altitud de Lipscomb, las humaredas que empañaban el cielo le informaron de que su camarada también había causado víctimas.

 

Dos Tonys más pasaron por su derecha, volando en círculo. Shomo vilvió a utilizar su artillería, disparando desde un ángulo oblícuo, manteniendo el gatillo apretado en andanadas prolongadísimas, que podían recalentar en exceso los cañones de sus armas. De nuevo disparaba a demasiada distancia, y lo sabía. Pero su asombrosa buena estrella continuó mostrándosele favorable. Uno de los cazas japoneses absorbió la gran parte de la corriente de trazadoras, desvaneciéndose convertido en una súbita bola roja, de cuyo interior el piloto no tuvo la menor posibilidad de salir.

 

¡Shomo había obtenido su 5º triunfo, alcanzando la categoría de As del aire en el espacio de tiempo con que uno se fuma un cigarrillo o se toma una taza de café!

 

Lipscomb se apartaba por encima de él. Las alas del otro Mustang rutilaron al sol.

 

-¡De modo que ya estás aquí¡ -saludó Lipscomb.

 

-Sí. ¡Nadie creerá esto! ¿Dónde se encuentra el bombardero?

 

-He estado buscándolo, pero no...

 

-¡Eh, Paul! -Shomo acababa de localizar un nuevo par de Tonys, que se colaban detrás del teniente-. ¡Estás en un apuro! ¡Tuerce a la izquierda!

 

Lipscomb respondió de la manera instintiva aprendida en la academia de vuelo. Su Mustang se inclinó sobre un ala, deslizándose rápida y agilmente. Shomo corrió hacia el hueco dejado por el teniente. Los dos japoneses que antes se precipitaban sobre la cola de Lipscomb -seguros de su triunfo-, se encontraron frente a las 6 ametralladoras calibre 50 de Shomo.

 

-¡Ahora eres tú quien debe torcer a la izquierda¡ -chilló Lipscomb-. ¡Vas camino de estrellarte! -

 

-Ya lo sé -replicó Shomo sin titubeos en la voz.

Convergía sobre los dos cazas a la velocidad combinada de más de 1600 kms/h.

 

Sus proyectiles alcanazaron a uno de los aviones, pero Shomo no se encontró en mejor situación que su adversario. Pudo oir el rechinante sonido de su propio P-51, encajando balazos. El acero del fuselaje de su aparato se veía empujado hacia dentro con un eco metálico y vivaz.

 

Los cazas casi llegaron a unirse. El blanco de Shomo estalló a menos de 30 m. de la proa de su Mustang. El otro Tony pasó de largo, apenas a unos cms. del aviador americano, que se vió zarandeado de una lado al otro por una turbulencia huracanada.

 

La víctima nº 6 de Shomo caía hacia la selva en multitud de fragmentos, destrozada por al explosión de su combustible. Pero Shomo no podía celebrarlo.

 

-¡Me han alcanzado! -gritó, incapaz de dominar su voz-. ¡Me han alcanzado! ¡Me han deshecho, Paul!

 

Caían a su alrededor trozos de plexiglás. Notó en pleno rostro una ráfaga brutal de aire frío. Trozos de acero volaron en torno a su cabeza y uno de ellos chocó contra su sien, rasgándole la piel por encima del ojo derecho.

 

A la repentina frialdad siguió un dolor agobiante. Resbaló la sangre desde la herida de la frente. El salado líquido formó diminutas lagunas en los piegues de la máscara de oxígeno. La vista se le tornó borrosa. Tiró hacia atrás la palanca de mando y recurrió a todas sus fuerzas para conservar el mando del aleteante Mustang, pero la ráfaga de aire frío y la angustia de la herida aturdían todos sus sentidos. A través de un velo carmesí, el indicador de la reserva de carburante le pareció la negra y vacía cuenca del ojo de una calavera.

 

Disponía de la cantidad justa de gasolina para regresar a Mindoro.

 

-Vuelo el círculo detrás de tí -tosió Lipscomb-. ¿Es grave?

 

-¡A ciencia cierta no lo sé! - Shomo se golpeó la rodilla con el puño tratando de permanecer consciente-. !Estoy llenado todo esto de sangre. La cubierta de mi cabina ha desaparecido y tengo la impresión de encontrarme en medio de un torbellino huracanado! -

 

-¡Elevémonos un poco más y salgamos de aquí!

 

-Aguarda un momento. ¿Cómo andas de combustible?

 

-Crítico.

 

-En mis depósitos también escasea. Pero no podemos marcharnos aún.

 

 

 

 

(¿Pero que está empezando a insinuar el capitán Bill Shomo? Está herido, desconoce por completo la gravedad de sus heridas. Y del estado actual de su Mustang; todo esto agravado por la carencia declarada de combustible. Añadamos a esto el que se encontraba en pleno territorio enemigo, y tendremos una mezcla altamente explosiva.

 

Lo que va a ocurrir, aunque presentido, lo leeremos en la próxima entrega. Como excepción, yo no he hecho la pre-lectura reglamentaria. Y de verdad ya no me acuerdo de cuando leí este último capítulo del libro de Phil Hirsch.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Pues yo no me voy a la cama sin saber en qué queda todo esto. Lo podría leer in situ, pero no tendría la menor gracia. Eso se llamaría "vicio solitario", y yo tengo las manos para otra cosa: para hacer llegar la conclusión del capº a los Forero/lectores ipso facto.

 

Eso sí, sin que sirva de precedente en futuras actuaciones.

 

El que avisa no es...)

 

 

 

 

(Shomo) notaba algo que lo corroía interiormente, algo que trascendía por encima de su miedo y de su dolor: el bombardero.

 

-El Betty se perdió, alejándose por la derecha. Olvídalo. ¿quieres?

 

Shomo sacudió la cabeza. En el rincón de su cerebro situado más allá del punto hasta donde un hombre puede experimentar temor, se le habían aclarado las ideas.

 

Había conseguido lo imposible. Sin experiencia ni instrucción previa, Lipscomb y él habían derribado 9 aeroplanos japoneses en idéntico número de minutos. El propio Shomo, con 6, había igualado la marca de todos los tiempos en cuanto a aviones abatidos en un solo combate. Pero igualar esa marca, así como la presencia de la muerte, señalada por su misma sangre formando manchas oscuras y desagradables en la tela de su traje de vuelo, carecía de importancia. Shomo se sentía como el defensa de un equipo de futbol que, tras recorrer todo el campo desde su propio terreno, regateando jugadores del equipo contrario, pierde la pelota a 1 m. de la portería, cuando se dispone a marcar el gol decisivo.

 

-¡Bill contesta¡ ¡Suelta un grito!

 

Pero Shomo no dijo nada. Solo se daba cuenta avagamente de la existencia de Lipscomb. A través del frío y del dolor, vislumbraba un número ante sus ojos, más claro y real que la sangre, el destrozo causado a su aparato o el indicador de la reserva del combustible. Era el nº 7...el número que ningún piloto de combate, en toda la historia, había sido capaz de alcanzar.

 

El bombardero era una manchita confusa, visible apenas a lo lejos, por su ala derecha. Para Bill Shomo, aquel aparato tenía más importancia que su propia herida, que el modo en que el motor consumía su precioso combustible. Constituía el mayor premio que cualquier piloto de combate se atrevería a esperar... y la oportunidad de trocar toda su frustración en triunfo.

 

"Evidentemente resultaba incluso más importante que regresar a la base..."

 

-Bil, ¿te olvidarás de él y nos marcharemos de aquí?

 

-No puedo, Paul. Voy a ir a por ese Betty.

 

La única respuesta de Lipscomb fue su sosegada respiración, sonando rumorosa a través de los auriculares.

 

Shomo dió la vuelta. Su averiado Mustang respondió despacio a los mandos... demsiado despacio. El Betty fugitivo no era más que un puntito diminuto en la cortina roja que velaba los ojos del piloto americano.

 

Era una situación imposible, pero Shomo había tomado su decisión. Adivinaba la presencia del P-51 de Lipscomb tras él, siguiéndole de cerca.

 

-Supongo que no podré convencerte para que abandones la empresa, Bill, así que me prepararé para obtener unas buenas vistas...

 

-Mantén las cámaras en marcha...

 

El Betty volaba horizontalmente, a solo un pelo por encima del follaje de la selva. Shomo se le acercó a la máxima velocidad posible.

 

El bombardero trasladó la cola de un lado para el otro, miemtras su piloto trataba de inducir a Shomo a aproximarse más de la cuenta a las copas de los monstruosos árboles que sobresalían por encima del nivel medio de la selva. El yanqui se acercó más y más, al tiempo que la artillería del gigantesco aeroplano se esforzaba en alcanzarle con sus proyectiles.

 

Cuando Shomo abrió fuego, estaba a menos de 90 m del Betty.

 

El incauto piloto japonés se desvió a la izquierda. Shomo continuó tras el bombardero, notando al volverse la sangre que resbalaba por la herida de la cabeza.

 

-¿Es que no vas a abandonar eso y olvidarlo, Bill?

 

-¡Casi estoy encima de él!

 

La separación entre los dos aviones se redujo a casi nada. Shomo apretó el disparador de nuevo, y esa vez fue imposible fallar. Las trazadoras recorrieron toda la longitud lateral del fuselaje del Betty, atravesaron la torreta del artillero y avanzaron hacia el nacimiento del ala.

 

Pero las 6 líneas de fuego que salían de sus armas se convirtieron súbitamente en 5... y luego en 4.

 

¡Se estaba quedando sin municiones!

 

Apretando el acelerador hasta su tope en una intentona desesperada, envió las últimas balas hacia la proa del bombardero. Después se apartó.

 

El Betty vaciló en el aire durante una décima de segundo y luego se desplomó... cayendo violentamente sobre los árboles, estallando antes de llegar al suelo de la selva y deshaciéndose entre las llamas de su combustible incendiado, que lo envolvieron desde la proa a la popa. El Mustang de Lipscomb -con las cámaras funcionando- voló en círculo alrededor y a través del destrozo.

 

-Y "ahora" a casa -dijo Shomo tranquilamente-. ¿De acuerdo?

 

Lipscomb volvió a emitir su grito de vaquero.

 

-Conforme -añadió.

 

Los dos P-51 se reunieron, emprendiendo juntos el regreso a Mindoro...

 

La misión fotográfica de Aparri y Lagoac cayó en el olvido. Cuando la pareja se presentó en Mindoro, nadie lamentó que no llevaran las vistas de los aerodromos enemigos. La película que entregaron se encargó de demostrar que habían inflingido un duro golpe a la potencia aérea japonesa que operaba en Filipinas. ¡Entre los dos aviadores habían derribado 10 aeroplanos!

 

Los dos pilotos yanquis consiguieron llegar a un aerodromo auxiliar situado al norte de Mindoro, donde recibieron combustible y donde procurararon a Shomo una cura de urgencia. A continuación, reanudaron la marcha hasta su base.

 

Para cuando se apeó Bill, la mitad del 82nd Squadron había salido a su encuentro y al de Lipscomb, recibiéndoles apoteósicamente, curando la herida de la frente a Shomo, al que montaron en un jeep, que traqueteó rumbo al HQ del general George C. Kenney (el mismo que había sido el descubridor y protector del As Richard "Dick" Bong, y autor de su biografía "Ace of Aces"tal como leímos en este mismo Foro. N. del T.), situado al otro extremo del campo.

 

El propio Kenney firmó los documentos que concedían la Medalla de Honor del Congreso a Bill Shomo... único piloto que ha deribado 7 aviones en 7 pasadas. El general en persona escribió la anécdota, broche digno de la más selvática carnicería aérea llevada a cabo por un solo hombre en la SGM.

 

Cuando la marea de regocijo empezó a menguar, el general Kenney se llevó a un aparte al teniente Lipscomb, a quien le brillaban los ojos.

 

-Dígame -sonrió Kenney, preguntando en tono festivo-: ¡cómo es posible, muchachos, que dejasen escapar un par de ellos?

 

Mientras Bill Shomo les observaba, Lipscomb respondió del único modo posible:

 

-A decir verdad, señor, hubiéramos podido hacerlo mejor. Pero nos quedamos sin balas.

 

 

 

 

(Y así, con este capítulo tan agradecido, hemos acabado el libro de recopilaciones de relatos de guerra aérea tan bien escogidos por Phil Hirsch. No puedo omitir que al wingman Paul Liscomb le condecoraron con la DSC, Distinguished Service Cross, por sus tres Tonys derribados.

 

Ahora solo queda acertar con el texto siguiente que al menos nos interese tanto como éste que acabamos de terminar. El listón queda alto. Por ello solo pido un poco de comprensión, y la fidelidad de siempre.)

 

Saludos

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Con estas fotos enviadas por Jenisais cerramos el último capitulo :pilotfly:

 

 

Shomo, William en su F6-D versión recco del P-51, tal como está pintado edebajo de las 8 victorias.-

 

 

shomowilliamensuf6dvers.jpg

 

 

Shomo, William Maqueta 1.18 Factory Ass. P-51D,Flying Undertaker. 5th AF, Filipinas 1945

 

shomowilliammaqueta118f.jpg

 

Shomo, William Medal of Honor.-

 

shomowilliammedalofhono.jpg

 

Kawasaki Hien Ki-61, Tony, copia del Me-109 pero con el tren ancho.

 

kawasakihienki61tonycop.jpg

 

Kawasaki KI-61, Tony,.

 

 

kawasakiki61tony.jpg

 

Mitsubishi G4M Betty.j

 

mitsubishig4mbetty.jpg

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