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La epopeya kamikaze


jenisais

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Buenasss

 

Los acontecimientos se precipitan

 

Durante estos días aviadores de la 1ª Flota Japonesa tuvieron noticias de la llegada de un nuevo jefe. El hecho era desconcertante y cargado de consecuencias para el futuro. El vicealmirante Kimpei Teraoka no había asumido sus funciones de jefe de la 1ª Flota aérea el 12 de agosto de 1944, después del suicidio de su predecesor, el contralmirante Kakuji Kakuta. El hecho de ser reemplazado despues de tan solo 2 meses de haber sido designado, hacía suponer una desgracia a todas luces injustificada. ¿Qué habría de pensarse sobre este cambio tan inesperado?

 

El nombre del nuevo titular, el almirante Takijiro Onishi, era desde luego tranquilizador, puesto que se trataba de un especialista renombrado en el terreno de la aviación. ¿Había que ver en este sorprendente nombramiento la intención por parte de Tokio de establecer en las Filipinas nuevas tácticas revolucionarias? Todos se interrogaban en vano.

 

El almirante Onishi, apasionado por la aviación y hasta hacia poco director de las fabricaciones aeronáuticas del Ministerio en Tokio, percía ser el hombre indicado. Aunque fue nombrado jefe de la 1ª flota aéa en Filipinas el 2 de octubre, no se posesionó de su cargo hasta el 17 de este mes, en que aterrizó en el aerodromo de Nichols, cerca de Manila.

 

Este mismo día, 17 de octubre, una nueva noticia vino a precipitar los acontecimientos: desde la madrugada, mensajes procedentes de control anunciaron que fuerzas anfibias americanas había desembarcado en la pequeña isla de Suluan, cerca del golfo de Leyte. Los americanos intentaban asegurarse un punto de apoyo local antes de lanzar la gran invasión. Horas más tarde, nuevos mensajes anunciaron que los defensores de Suluan , que no contaban más que con algunas docenas de observadores, quemaban sus documentos, disponiéndose a morir en pro de la mayor gloria del Emperador.

 

Tal como prescribían las disposiciones tácticas establecidas, el Plan Sho-go se puso en marcha y, a partir del día siguiente, fuerzas navales japonesas dispuestas para este fin se dirigieron hacia las Filipinas, en busca de la batalla decisiva que iba a decidir el futuro del pueblo japonés. El 17 de octubre y los días que le siguieron , los americanos organizaron incursiones aéreas, con preferencia sobre los aerodromos japoneses de Luzón, destruyendo gran número de aparatos e instalaciones. La pérdida de estos aparatos tan preciados no hizo más que reafirmar las nuevas disposiciones y la resolución que el almirante Onishi había sido encargado de aplicar.

 

 

El 19 de octubre, jornada histórica

 

Taan pronto como llegó a Manila, el alnirante Onishi se hizo presentar sus subordinados y decidió poner en práctica sus proyectos. ¿Lo había ya pensado con antelación o lo hizo empujado por los aconteccimientos? Nadie lo sabía; lo que sí es cierto es que 2 días después de su llegada, es decir el 19 de octubre, a las 8h 30 se enteró que la flota americana invasora había sido descubierta.

 

Durante toda la mañana, numerosos aviones japoneses en vuelo recco expedían mensajes que confirmaban la noticia, dando intersantes precisiones sobre la composición de las fuerzas enemigas. Entre los cabos 94 y 110, a una distancia que iba de las 130 a las 180 millas de Taclobán (isla de Leyte), fueron vistas numerosas unidades enemigas.

 

No había duda alguna sobre las intenciones americanas: la gran invasión iba a iniciarse. El almirante Onishi comprendió que era urgente preparar la acción conjunta de la marina y la aviación según el plan Sho-go y realizar lo antes posible este proyecto que le tenía en vilo desde hacía varios meses.

 

El 19 de octubre por la tarde llegó al campo de aviación de Malabacat, a 110 kms al norte de Manila, un automovil portador del banderín amarillo de los generales. El coche se estacionó al borde del terreno y el almirante Onishi y su oficial ordenanza, Chikanori Moji, descendieron. La inesperada visita de un almirante a un aerodromo operacional a una hora tan tardía, era de un caracter insólito e incluso inquietante. Este hecho, agravado por la pesada atmosfera de la situación militar de aquellos momentos, no escapó a ninguno de los oficiales presentes.

 

El almirante respondió a los saludos y expresó el deseo de ser conducido hasta el centro de mando de la 201 Escuadra. En la única sala del pequeño edificio, tomó asiento y contempló durante largo rato la actividad intensa que reinaba en la base. Luego, después de varios minutos de enervante silencio, el almirante Onishi propuso dar una conferecia en el HQ de la Unidad, dejando entrever que había un punto especial que deseaba exponert a los oficiales presentes, de quienes deseaba escuchar la situación. El almirante y todos los oficiales presentes, subieron a los automovlles , y se dirigieron al poblado de Malabacat.

 

Las 3 grandes casas de estilo europeo con qu contaba este pueblo habían sido requisadas por el ocupante y en una de ellas se había instalado el estado mayor de la 201 Escuadra, junto con los acuertelamientos de los oficiales aviadores. Los oficiales reunidos por el almirante entraron en el edificio y subieron a una de las 7 habitaciones del 1º piso. En esta sala había como muebles tan solo, exceptuando una mesa arrimada a la pared, gran cantidad de camas plegables puestas una al lado de otra que pertenecían a los pilotos. La austeridad de la habitación , así como las de los restantes compartimentos de la casa era una clasica costumbre nipona que convenía perfectamente al estado de ánimo de los aviadores y a la atmósfera un tanto misteriosa en que la conferencia iba a desarrollarse.

 

Los oficiales se instalaron alrededor de la gran mesa y esperaron, en medio del mayor silencio, a que el almirante tomase la palabra. Estaban presentes en aquel lugar: el almirante Takihiro Onishi; Chikanori Moji, su oficial ordenanza y oficiales de la 26 Flotilla y dos jefes de escuadrilla, tenientes de navío Yokohama e Isubuki, así como Yoshioka, oficial de estado mayor de la 1ª Flota aérea.

 

El almirante Onishi, hombre habitualmente enérgico y dinámico, se hallaba visiblemente cansado y abatido. Todos se interrogaban sobre el secreto que tenía intención de revelarles. A la luz de la pequeña bombilla que pendía del techo, miró uno a uno a todos los asistentes y con voz apagada dijo:

"Todos los presentes sabéis que si el Plan Sho-go fracasa, la situación militar va a resultar muy grave. Es indispensable que todas las fuerzas de la 1ª Flota aseguren el éxito de la misión del almirante Kurita, protegiéndole en tanto que realizasu avance hacia el enemigo. Por desgracia, carecemos de fuerzas lo suficientemente potentes como para medirnos con el adversario en un combate aéreo; tan solo nos queda la posibilidad de impedir que los aviones americanos puedan despegar de sus portaviones durante una semana".

 

 

 

(Lo próximo será saber la interpretación que de estas palabras tendrán sus interlocutores. Demasiada responsabilidad puede llevarles a intentar soluciones apresuradas. Leeremos, pues, las consecuencias de estas palabras de Onishi.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Sigamos con el apartado "Los acontecimientos se precipitan".)

 

 

Los asistentes (a la reunión del recién llegado almirante Onishi) permanecieron mudos intentando captar los pensamientos del almirante. Todos se habian dado cuenta que desde hacía algunos segundos una extraña luz brillaba en sus ojos. Al cabo de algunos momentos prosiguió: "Estoy convencido de que el unico medio de conseguir nuestro objetivo es colocar bombas de 250 kgs bajo nuestros aparatos de caza las cuales irán a estallar sobre el enemigo. ¿Cuál es vuestra opinión?

 

El almirante Onishi calló para poder observar las reacciones de sus subordinados. Su mirada escrutaba penetrantemente los hombres pálidos que, estremecidos, oían su corazón latir con fuerza. La idea no era ninguna novedad, existían ya numerosos ejemplos y todos habíana pensado en ello. Pero el hecho de que un almirante expusiera y concibiera esta nueva táctica iba más allá de todo lo imaginable, incluso en el caso de un oficial japonés. Transcurrieron largos minutos de un silencio opresivo, durante los cuales los asistentes se dedicaron a la meditación. Finalmente, Asaichi Tamai no pudiéndolo soportar y deseando romper el silencio exasperante, preguntó a Yoshioka: ¿Qué efectos prácticos pueden obtenerse de un avión de caza portador de una bomba de 250 kgs que estalla sobre un portaaviones?

 

Yoshioka, que sin duda alguna esperaba se le formulara esta pregunta, respondió rápidamente. "Ciertamente, no puede esperarse que se hunda, pero sí que permanezca inutilizable durantes varios días y quizá durante algunas semanas".

 

Asaichi Tamai, que tenía el dificil honor de dar su parecer, pensaba en la desastrosa situación militar de Japón, en las pérdidas enormes sufridas, en la exaltación y valentía de sus subordinados y pidió al almirante permiso para retirarse unos momentos con uno de sus jefes de escuadrilla, el Tte. de navío Manasobu Ibusuki. Después de unos minurtos de conversación que parecieron interminables, volvieron a entrar en la habitación y Tamai anunció con una voz cortada por la emoción que le embargaba:

 

"No soy más que el 2º comandante de la 201 Escuadra, pero creo estar en disposición de hablar en nombre del comandante de la unidad, el capitán de navío Sakae Yamamoto que esta tarde se halla ausente. Asumo completamente la responsabilidad de mis actos; tanto Ibusuki como yo somos del parecer de sumarnos al proyecto del almirante. Además, le pedimos que confíe a nuestra 201 Escuadra el honor de reorganizar esta unidad especial de ataque".

 

A nadie escapó la gravedad extraordinaria ni la solemnidad del momento. No era tan solo un hombre que decidía, en pleno combate, estrellarse contra el objetivo enemigo, sino que se trataba de un grupo de individuos voluntarios y conscientesde sus actos los que premeditaban, con varios días de anticipación, e incluso algunas semanas antes, la hazaña sublime que iban a realizar. Este aspecto, claramente asiático en su esencia, es dificilmente asimilable para un espíritu occidental.

 

La histórica conferencia había terminado.

 

 

La delicada organización

 

El capitán de navio Asiachi Tamai, acababa de tomar una muy grave responsabilidad. Y aunque los oficiales presentes en la conferencia del almirante Onishi se habían mostrado de acuerdo sobre la utilización de un nuevo principio de ataque, faltaba todavaía saber cuál sería la reacción de los oficiales, suboficiales y restantes hombres de las unidades una vez recibieran el informe.

 

Tamai había sido instructor en 1943 y conocía bien el carácter de los jovenes de la 9ª promoción; él mismo había sido el encargado de formarlos. Había forjado en ellos las cualidades técnicas habituales de un aviador y desarrollado sus sentimientos de obediencia y entrega al Emperador, símbolo de la perennidad de la patria y de las altas virtudes niponas. Tamai pensó en ellos para ejecutar el nuevo sistema de ataque y les convocó en plena noche.

 

Los 23 jóvenes pilotos de la 9ª promoción, pertenecientes a la 201 Escuadra, se reunieron en una de las habitacionesde la casa de Malabacat. Si bien no sabían nada de los proyectos que iban a comunicarles, algunos tenían el presentimiento de lo que se les diría. La fe inquenbrantable en la victoria y la exaltación juvenil que les inspiraban les llevó a pensar en el Jibaku y a comentar las hazañas de quienes había tenido la valentía de realizarlo, haciendo sobre todo referencia al reciente ejemplo del almirante Arima.

 

Tamai les esbozó rápidamente una visión de las dificultades y de la gravedad de la situación militar , así como de la considerable importancia del éxito del Plan Sho-go, terminando finalmente por repetir las palabras del almirante Onishi. Los jóvenes habían escuchado a su respetado jefe, en medio de un silencio casi religioso y nadie había osado interrupirle. Cuando Tamai evocó la conferencia histórica recintemente celebrada y la terrible decisión en ella adoptada, pudo ver en los rostros, apenas iluminados por la única lámpara que pendía del techo, una luz que expresaba claramente su determinación. Todos levantaron los brazos en señal de aprobación entusiástica. Tamai no pudo, entonces, reprimr una lágrima de emoción; estaba orgulloso de sus antiguos alumnos, pero sobre todo conmovido al ver los efectos que sus palabras habían producido en ellos. El capitán de navío dió por terminada la sesión, no sin antes recomendarles guardar el más absoluto de los secretos la decisión que acabababn de tomar.

 

En el trascurso de la noche del 19 al 20 de octubre, todavía se produjeron numerosos acontecimientos. Asaichi Tamai encontró a Rikihei Inoguchi, quien también se hallaba presente en la conferencia dada por el almirante y le puso al corriente de los efectos producidos por la extraordinaria reunión informativa que había celebrado con los jóvenes pilotos. Tamai , tensos los músculos del rostro, hizo una pausa de unos minutos de meditación para proseguir: "En total son 23 y cada uno de ellos piensa que ha llegado el momento de vengar a los camaradas muertos tomándose un gran desquite. Son dueños de un cuerpo joven y por sus venas circula la sangre ardiente y audaz propia de la juventud".

 

Los dos oficiales abordaron otro problema; el de encontrar un jefe para la nueva unidad. Hacía falta hallar un hombre joven y voluntarioso, pero que además reuniese la cualidades técnicas y virtudes morales requeridaspara llevar a los pilotos al Jibaku. Se mencionaron varios nombres, y finalmente la delicada elección recayó sobre el Tte de navío Yukiho Seki. En diversas ocasiones Seki había demostrado poseer una resolución y unas disposiciones técnicas dignas de ser tenidas en cuenta; por eso se le eligió.

 

Con todo ello, lo más importante quedaba todavía en el aire: ¿aceptaría Seki voluntariamente la misión? Ni el almirante Onishi, ni los restantes oficiales habían intentado forzar la decisión de los combatientes. Cada uno era libre de dar su consentimiento.

 

 

 

(Lo dejamos aquí. Estamos ante el embrión de esta "nueva técnica de ataque". ¿Llegarían a desarrollarla?. Antes tendráin que vencer considerables dificultades. La penuria de material no sería la menor.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Vamos a acabar el apartado "La delicada organización" para dar paso al importante apartado siguiente.)

 

 

La noche estaba serena y silenciosa (la de la conferencia y las conversaciones que le siguieron); ningún ruido venía a turbarla. La tranquilidad de la naturaleza contrastaba con la tempestad dque las decisiones tomadas habían desencadenado en los corazones y ánimos de los soldados. Inoguchi y Tamai decidieron ir al encuentro de Seki para formularle la terrible pregunta.

 

Un ordenanza despertó a Seki, quien se vistió rápidamente y se presentó a los visitantes. Paternalmente, Tamai le hizo tomar asiento y poniéndole las manos sobre los hombros, le puso al corriente de la proposición del almirante Onishi. Le explicó que el nuevo método de ataque era el único capaz de acarrerar graves perjuicios al adversario y que a causa de sus cualidades, demostradas, se había pensado en él para dirigir el nuevo grupo. Seki escuchó a su jefe con gran interés, luego cerró los ojos y estuvo meditando algunos momentos. Con la cabeza entre las manos, Seki reflexionó. Y al cabo de unos largos momentos de silencio, con voz firme que no dejaba entrever duda alguna dijo: "¡Comprendo! Creo que se me puede confiar una misión de este tipo".

 

Entonces, los 3 hombres, intentando disimular la emoción que les embargaba, comenzaron a abordar las modalidades técnicas del nuevo sistema de ataque. Terminaron de perfilar los principios de aplicación táctica y la selección de los pilotos de cada escuadrilla. Finalmente, discutieron la mejor manera de utilizar los aparatos disponibles.

 

 

¡Kamikaze!

 

Según costumbre muy extendida por aquellos tiempos, en todos los ejércitos, cada cuerpo de combate, cada misión tenía un nombre propio. Era el modo de resumir en una sola palabra algo que la mayoría de las veces hubiera exigido largas definiciones. Este nombre se utilizaba con fines prácticos, tanto en el lenguaje de los combatientes como en los comunicados oficiales. Se hizo necesario buscar una denominación para el nuevo procedimiento táctico y fue Rikihei Inoguchi quien tras una tranquila reflexión propuso el nombre de "Kamikaze" que significa "Viento divino".

 

¿Por qué fue escogido este nombre? La elección había sido hecho en recuerdo del famoso viento divino de Ise que una vez salvó a Japón de la catastrofe. Según la antigua mitología sintoista, Ise, la diosa del viento, había preservado a Japón de una invasión enemiga con la ayuda de su soplo divino y los japoneses la veneraban piadosamente.

 

Esta leyenda se basaba en un hecho auténtico. En el siglo XIII, concretamente el 14 y 15 de agosto de 1281, una importante flota chino-mongol, compuesta por 3500 barcos al mando del tirano y déspota Kublai Khan, salió del continente chino con más de 100.000 guerreros, dirigiéndose al archipiélago japonés para invadirlo. Japón se hallaba diviido y destrozado por incesantes guerras internas, lo que le impedía hacer frente a la colosal invasión y sus habitantes se prepararon a sucumbir a la muerte o a la esclavitud.

 

Cuando la flota enemiga se hallaba en alta mar, se desencadenó una tempestad inesperada, de una violencia inaudita, que arrasó casi la totalidad de los bajeles chino-mongoles. Los supervivientes, espantados, se replegaron renunciado en lo sucesivo a una nueva invasión del archipiélago japonés. Esta inesperada e increible victoria se atribuyó a la intervención divina del Kamikaze, viento divino que sopló en ayuda de Japón.

 

La elección de este nombre, que a través de los tiempos había conservado sus dimensiones míticas y simbólicas, se hallaba justificada por la identidad de las esperanzas que el país ponía en los nuevos métodos de ataque, por los efectos destructores y decisivos que se esperaban de él y por la idea y por la idea de que el Imperio del Sol Naciente tan solo podía ser salvado por este nuevo espíritu, que tenía su orígen en las más altas virtudes seculares del patrimonio espiritual.

 

Durante esta misma noche, tan pródiga en acontecimientos, Rikihei Inoguchi se presentó al almirante Onishi para informarle de las diposiciones tomadas. El almirante, tan pronto como terminó su conferencia, se retiró a descansar en una de las habitaciones del piso superior. Inoguchi llamó a la puetta y entró; sumido en la oscuridad; el almirante se había tendido sobre una simple cama de campaña, pero no dormía. Meditaba sobre el futuro de Japón y sobre la enorme responsabilidad que pesaba sobre sus espaldas. Onishi sabía bien que para la historia é lsería el hombre que, por sus convicciones y decisiones, había enviado a hombres jovenes hacia una muerte concertada y aceptada.

 

A la llegada del oficial de estado mayor, el almirante se levantó de la cama, encendió la luz y escuchó su detallado informe. Cuando Inoguchi terminó, Onishi llamó a su ordenanza y comenzó a dictarle la órden oficial de creación del nuevo cuerpo.

 

El efectivo disponible de la 201 Escuadraera de 26 aviones divididos en 2 grupos de 13 aparatos cada uno. Uno de ellos estaba destinado a lanzarse contra el enemigo, en tanto que el otro debía servirle de guía y protección. Estos 26 aviones se distribuyeron en 4 secciones que recibiero nombres de carácter poético muy propios de las costumbres japonesas. Fueron: Yamazakura (cerezo salvaje), Yamato (la región de Tokio), Asahi ( el sol naciente), y Shikishima (nombre poético del Japón). El jefe de la unidad era, como se ha dicho, el teniente de navío Yukiho Seki y la fecha determinada para la operación, el 23 de octubre. El últimp punto importante era que el almirante había previsto la creación de nuevos cuerpos semejantes a medida que llegasen refuerzos.

 

 

 

(Se acaba aquí el apartado. El próximo tiene un nombre muy significativo: Una simplicidad conmovedora. Título muy apropiado a las ideas de este naciente nuevo método de ataque. Veremos.)

 

Saludos

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Buenasss

 

Una simplicidad conmovedora

 

La noche no había aún tocado a su fin cuando el Tte Seki se retiró de nuevo a su habitación. Sumergido en sus pensamientos, se paseaba como un sonámbulo de un lado al otro de la sala. ¿No existía en realidad una contradicción entre la terrible decisión que terminaba de tomar y su situación sentimental y social? En efecto, para él existían 2 personas a quienes quería con toda su alma: son para él, la madre y su joven esposa, con quien había contraido matrimonio recientemente. Su madre era viuda y le necesitaba. Ambas mujeres eran para él 2 poderosos lazos que hubieran podido muy bien retenerle impidiendo que se presentase voluntario.

 

Seki había sido alumno de la dura escuela militar nipona, en donde se había impregnado de los principios samurai. Nada podría, pues, frenarle ante el inexorable sacrificio, ya que el país le había escogido para ello. El alto sentido del deber y la plena consciencia del esfuerzo que era necesario realizar que era necesario para salvar al Japón eterno, le alejaban de los lazos familiares, aunque ciertamente ello provocase en él una profunda tristeza. Seki no lamentaba su decisión; su camino había sido ya trazado y de ahora en adelante nadie podría detenerle.

 

El almirante Onishi decidió pasar revista al nuevo cuerpo y hablar al día siguiente con los voluntarios que todavía no conocía. A las 13 horas, reunidos cerca de sus barracones, no lejos del riachuelo Banban, que bordea el terreno de aviación de Malabacat, los pilotos de las 4 secciones vieron llegar el automovil del almirante Onishi, pálido y contraido, pasando por delante de los hombres en fila, los contempló atentamente; luego habló:

 

"Todos vosotros sabéis que Japón se haya en grave peligro. No son los miembros del estado mayor ni los almirantes quienes pueden salvarlo; este atolladero tan solo puede ser sorteado por hombres jóvenes y valientes movidos por un gran ideal. Por ello, me dirijo a vosotros en nombre de los 100 millones de japoneses que ponen su destino en vuestras manos y os piden que realicéis este sacrificio, rogando por el éxito de vuestra misión. A los ojos de la historia sois ya unos dioses, y como tales habeis olvidado los fragiles deseos humanos. Teneis el derecho de saber si vuestro sacrificio no será inutil. Mi voz no podrá llegar hasta vuestro suelo eterno, pero os aseguro que se hará todo lo posible para que vuestra hazaña no pase sin sentido. El Emperador será informado de vuestras acciones. Os invito a que actueis según creais conveniente."

 

El almirante que había iniciado su arenga en tono imperativo y frio, embargado de emoción y de tristeza, no pudo contener la lágrimas al final del discurso. Todo lo dicho le elevaba todavía más; en ningún momento había traicionado sus convicciones. Se había dirigido a los jovenes heroes como lo hubiera hecho un padre, evocándoles los mas nobles sentimientos, sin halagarles el orgullo ni la vanidad.

 

 

La hora del sacrificio se acerca

 

Con el fin de poner en marcha las intrucciones recibidas, y deseando colocar las fuerzas lo más cerca posible del epicentro de la futura batalla, el almirante Onishi dió la órden de enviar una primera fracción del nuevo cuerpo de ataque "por percusión" a Cebú, es decir, cerca de la isla de Leyte, probable objetivo de los americanos.

 

En la tarde del 20 de octubre despegó de Malabacat una 1ª escuadrilla compuesta por 4 Zero cargados de bombas y 4 aviones de protección del grupo Yamato, yendo a aterrizar en Cebú, alrededor de las 17 horas. El screto de la creación e intenciones del nuevo cuerpo había sido tan bien guardado que la llegada de los 8 aviones no suscitó ninguna curiosidad. No obstante, se hacía necesario, para el éxito de las misiones previstas, que el personal de la base fuese puesto al corriente de la operación.

 

La urgencia de la situación obligaba de que de ahora en adelante todo el mundo fuera informado. Efectivamente, este mismo día, a las 10 horas, fuerzas anfibias americanas habían comenzado el gran desembarco en la costa oriental de la isla de Leyte, estableciendo acto seguido un frente de 30 kms que iba desde Tacloban hasta el norte. Innumerables fuerzas aéreas y navales se encargaaban de mantener la ofensiva del gral. Mac Arthur.

 

Tadashi Nakajima, oficial ejecutivo de la 201 Escuadra y piloto de uno de los Zero de protección, mandó reunir a todo el personal de Cebú y le informó de los postreros acontecimientos. Después de un breve esbozo de la situación, anunció la creación de un cuerpo de ataque por percusión y la aplicación inmediata del principio. Todos los presentes escucharon el discurso en medio de una muda estupefacción, pudiendo leerse el espanto en sus rostros con toda claridad. Nakajima terminó su alocución sugiriendo la creación de nuevos grupos especiales, pero precisó que tan solo serían aceptados aquellos que tuvieran razones de peso para realizar el sacrificio. Añadió luego que, aquellos que por razones familiares o de diversa índole no se sintiesen dispuestos al holocausto, no se presentasen voluntarios, pues el número de aviones disponibles era muy escaso.

 

Sin duda alguna, el elemento decisivo del discurso fue el puntualizar que el almirante Onishi no había tenido la idea de transformar toda la aviación nipona en un cuerpo Kamikaze y además que la creación y utilización de cuerpos especiales sería algo pasajero, hecho con la sola idea de intentar solucionar temporal y espaciadamente una situación.

 

Con gran sorpresa, Tadashi Nakajima vio como centenares de brazos se levantaban en señal de asentimiento y tuvo que contener a varios soldados que, espontáneamente, en un arranque de patriotismo, se ofrecían voluntarios. La noche siguiente, numerosos pilotos llegaron a Cebú para solicitar a Nakajima el honor de ser los primeros en salir. Aquellos que había preferido reflexionar antes de tomar una decisión, dejaron más tarde su respuesta dentro de un sobre. Un suboficial llevó el paquete a Nakajima, quien lo abrió emocionado: todos estaban de acuerdo sobre el nuevo método de ataque.

 

 

Refuerzos substanciales

 

Según el Plan Sho-go, la aviación de la 1ª Flota aérea que había sido diezmada por los incesantes bombardeos americanos, debía ser reforzada por los efectivos de la 2ª Flota. El 21 de octubre, la 1ª Flota contaba solo con unos 30 cazas Zero y unos 50 bombarderos de diversas modalidades. La falta de experiencia de los pilotos había retrasado el traslado de la 2ª Flota aérea que había sido creada en Kyusiu el 15 de junio de 1944 y efectuado sus primeros entrenamientos en Formosa, donde recibió el bautismo de fuego en los ataques realizados por los americanos el 12, 13 y 14 de octubre.

 

El 23 de octubre, bajo el mando del almirante Soemu Toyoda, jefe de la Flota combinada, la 2ª Flota se puso en movimiento y los 350 aparatos que la constituían aterrrizaron en las Filipinas. Su jefe, el vicealmirante Shigeru Fukudome, había recibido órdenes de combartir junto con la 1ª Flota y de someterse a los mandos superiores del almirante Gunichi Makawa, jefe del teatro operacional del suroeste del Pacífico.

 

 

 

(Interrumpo aquí. Lo siguiente, seguir con estos días previos a la iniciación de estos "ataques especiales por percusión".)

 

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Buenasss

 

Influido por los brillantes éxitos obtenidos por los japoneses al iniciarse el conflicto bélico, el almirante Fukudome, antiguo jefe de Estado Mayor general de la marina, se manifestaba partidario de los ataques aéreos masivos. Cuando llegó a las Filipinas y fue informado de la situación, organizó vuelo según el gran estilo clásico, esperando con ello librar importantes combates aéreos y obtener resultados positivos. Al día siguiente de su llegada, el 24 de octubre, 250 aviones de la 2ª Flota realizaron un ataque contra la flota americana. El mal tiempo y la gran eficacia de la defensa no permitieron el resultado apetecido; tan solo 5 barcos americanos fueron ligeramente averiados, lo que no les impidió continuanr sus actividades. Por el contrario, los aviones nipones sufrieron sensibles pérdidas.

 

En este mismo día, la flota recibió refuerzos que resultaron ridículos por la lentitud con que llegaron. A las llamadas apremiantes del almirante Kurita, la 2ª Flota aérea envió 14 cazas Zero para que escoltaran su escuadra en el mar de Sibuyán. Un número tan pequeño de aviones no podía garantizar la seguridad de la escuadra principal, encargada de jugar un papel de importancia esencial en el Plan Sho-go. Además, las dificultades de las transmisiones no permitían asegurar una comunicación tal como era necesario que se estableciera entre la flota y la aviación. Ocurrió, pues, que los artilleros de Kurita, mal informdos, al divisar los Zero los tomaron por aparatos enemigos y abrieron fuego contra ellos obligándoles a retirarse.

 

Finalmente, realizando un esfuerzo máximo en pro de la defensa de las Filipinas, el alto mando japones decidió volcar en el crisol del combate la 3ª Flota, la cual se hallaba entonces realizando una serie de cursos de entrenamiento. Sus aparatos, destinados normalmente a reemplazar los grupos aereos de los portaaviones japoneses que habían sido averiados, fueron enviados a las Filipinas poco después de la llegada de la 2ª Flota.

 

El almirante Onishi no había cesado de instigar a su colega Fukudome a que formase grupos Kamikaze. Le exponía su punto de vista haciendo especialmente hincapié en que aquel no era ya el momento de grandes ataques masivos de tipo clásico y que en realidad, la acción de pequeños grupos que se lanzaban temeriamente contra el enemigo era más provechosa y, por otra parte, sus componenetes podían escapar de la poderosa defensa enemiga con mayor facilidad. Fukudome permanecía sordo a las insinuaciones de Onishi y continuó dirigiendo, hasta el 25 de octubre sus vuelos convencionales, sin obtener resultado positivo alguno.

 

Durante este tiempo, las diversas escuadras japonesas, en su realización del aspecto naval del Plan Sho-go, se reunían en el golfo de Leyte, en donde iba a desarrollarse una de las más grandes batallas de la historia. El 24 de octubre, las 4 formaciones navales alcanzaron el punto de convergencia previsto por el Plan Sho-go. No es de nuestra incumbencia el detallar la gran batalla que tuvo lugar en Leyte, ya de por sí bien conocida. Tan solo expondremos el aspecto aéreo del Plan Sho-go prestando atención especial a los grupos Kamikaze.

 

 

¡No fue más que una repetición!

 

El 21 de octubre, a las 15 horas llegó a Cebú un mensaje en el que se anunciaba que a unas 60 millas al este de la isla de Suluan, había sido descubierta una escuadra americana compuesta por 6 portaaviones. Los pilotos voluntarios del grupo Yamato se hallaban descansando a la sombra de los mangos y sus aviones por medidas de seguridad, habían sido escondido entre el follaje, a fin que no fueran vistos por los observadores americanos. A una señal de alerta, los equipos de pista fueron a sacar uno a uno los aparatos colocados en el sendero, disponiéndolos para efectuar el despegue. Los pilotos se dirigieron hacia el puesto de mando para recibir las instrucciones de vuelo. La fomación Kamikaze se hallaba compuesta por 3 Zeros especiales y 2 de protección. Era necesario algún tiempo para colocar las bombas en los aviones de ataque y para que estos estuvieran en condiciones de despegar. Esta pausa permitió a los mandos transmitir sus órdenes e instrucciones a los pilotos.

 

20 minutos más tarde, los aviones estuvieron dispuestos y cuando los pilotos se dirigieron a ellos hizo su aparición, tal como ocurría diariamente, una formación de aviones americanos. Los cazas Hellcat se lanzaron contra los aviones japoneses que estaban al descubierto, no cesando de pasar y repasar sobre ellos. En menos de 5 minutos, los americanos habían tocado los 5 aparatos dispuestos para el despegue, llegando entonces otros bombarderos que remataron la obra: los 5 Zero estaban envueltos en llamas. Los mandos nipones decidieron entonces que partieran los aviones restantes que se hallaban en reserva.

 

Un cuarto de hora más tarde, en medio de una gran polvareda de arena, despegaron 2 Zero de ataque y uno de escolta. Al crepúsculo volvieron dos de los aviones, cuyos pilotos declararon haber sido víctimas del mal tiempo, el cual les había impedido divisar el mar. En cuanto al avión del tte de navío Kuno, su jefe, se había perdido de vista. Su supone que este logró divisar al enemigo, contra el cual se lanzó, al parecer sin resultado positivo, ya que ningún comunicado americano lo mencionó.

 

Este mismo día, en Malacabat, se preparaba para el despegue un grupo de pilotos voluntarios que iban a realizar su primera misión suicida. Los aviadores designados se hallaban en fila, frente al puesto de mando, al lado de sus jefe, el tte de navío Yuhiho Seki. Como símbolo de libación ritual reciibieron un pequeño cubilete que llenaron de agua de la cantimplora que el almirante Onishi había dispuesto con esta intención. Los pilotos los bebieron con solemnidad a pequeños sorbos, entonando seguidamente un canto heróico (tengo precisamente estas fotos, que envío a Rockofritz)

 

Los mecánicos había calentado los motores de los aparatos y, a la hora prevista, los aviadores despegaron haciendo señales de despedida. Todo el personal que permanecía en tierra los vió marchar con lágrimas en los ojos ¡Qué admirables eran estos voluntarios que iban hacia la muerte con tanta flema y alegre resolución! Pero el mal tiempo se ensañó con ellos impidiéndoles llevar a cabo su objetivo. Al caer la noche, volvieron decepcionados y tristes, excusandose por no haber hallado al enemigo.

 

El 22, 23 y 24 de octubre, las condiciones atmosfericas fueron tan desastrosas que todos los vuelos japoneses lanzados tropezaron con las mismas dificultades y contratiempos. En consecuencia, el 24 de octubre, a pesar del ensañamiento y tenacidad que demostraron tener los distintos grupos Kamikaze ningún piloto voluntario había podido realizar el Jibaku sobre un barco enemigo.

 

El lector puede preguntarse por qué las condiciones atmosféricas obstaculizaron la aviación japonesa, mientras que la aviación americana pudo realizar a la perfección sus vuelos destructores que tanto mermaron el potencial aereo japonés. La respuesta es muy sencilla: reside en el hecho de que, por un lado, muy pocos aviones japoneses poseian equipo especial de vuelo sin visibilidad (PSV), en tanto que los aparatos americanos lo poseían todos aparte de contar con excelentes radares que les permitían burlar las más espesas nubes. Esta pobreza técnica fue un grave contratiempo cuyas consecuencias se dejaron sentir tanto en el mar como en el aire durante toda la guerra.

 

 

 

(Acabado el apartado lo dejo aquí, para que el próximo tenga el atractivo título de "La gran jornada del 25 de octubre":)

 

Saludos

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(Vamos a comenzar lo que se puede conocer como la puesta de largo de estos "métodos de ataque especiales", que hemos estado prologando.)

 

 

La gran jornada del 25 de octubre

 

El 25 de octubre, tuvo lugar la ingente y múltiple batalla de Leyte, uno de los momentos cruciales más importantes en el curso de la guerra del Pacífico. Además, fue en esta fecha cuando los Kamikaze obtuvieron sus primeras victorias, abriéndoseles con ello las puertas de la historia. El 25 de octubre, los altos mandos japoneses comprendieron que no era posible hacer bambolear la compacta cabeza de puente americana en Leyte. Tan solo se podía intentar la destrucción de la flota enemiga y con ello desanimar a los americanos en su intento de continuar los avances en dirección a la metrópoli japonesa.

 

Hay también que señalar que en este mismo día, la 2ª Flota aérea lanzó de nuevo un ataque masivo según los sistemas clásicos, el cual a pesar de la ligera mejoría en las condiciones atmosféricas, no pudo obtener ningún resultado positivo. Este fracaso, juntamente con las presiones de que era objeto el almirante Fukudome, por parte de Onishi, lograron que aquel diese por fin su consentimiento para la creación de grupos Kamikaze en la 2ª Flota. Deseando unir las fuerzas y buscando con ello una mayor eficacia, se fundieron las 1ª y la 2ª Flotas tomando el nuevo organismo el nombre de "Flota combinada del teatro suroeste". El almirante Fukudome, de más edad que Onishi, tomó el mando del nuevo cuerpo, en tanto que su promotor pasó a ser jefe del estado mayor.

 

Fukudome que se había mantenido escéptico hasta el último instante, había cedido a la insistencia de Onishi, movido más por la presión sicológica de muchos de sus pilotos que por la realidad de la situación militar, o por su confianzaen el nuevo método de ataque. El almirante se hallaba convencido de que, tarde o temprano, si se seguian los métodos clásicos de los grandes vuelos masivos, se obtendrían resultados positivos, gracias al gran número de participantes, los cuales terminarían por agotar la defensa enemiga y destrozar la flota.

 

Sin embargo, los pilotos habían sido informados de la creación de grupos Kamikaze en la 1ª Flota e insistieron en que se tomaran disposiciones parecidas en el cuerpo de la 2ª. Bajo esta insistencia, Fukudome reconsideró las proposiciones de Onishi, y finalmente cedió. Una vez más eran los mismos pilotos, aquellos que iban a inmolarse, quienes pedían a los mandos que reglamentaran las modalidades de la nueva táctica.

 

Lo más sintomático es el hecho de que los aviadores no se hallaban al borde de un delirio patriótico ni de una exaltación mal contenida, sino que los movía un espíritu tranquilo y una decisión fría y madura. Se observaba que una vez que un voluntario había ya tomado su terrible determinación, hallaba de nuevo la serenidad y la tranquilidad de espíritu que le permitáin hacer frente a su cercana muerte, como un objetivo elaborado con perfecta lucidez. Este aspecto fue el que influenció al almirante Fukudome y contribuyó, en parte, a que tomara su decisión.

 

 

La escuadrilla Yamato

 

En tanto que desde las primeras horas de la madrugada se luchaba encarnizadamente en las inmediaciones del archipiélago filipino, llegó un telegrama procedente de los mandos de la 1ª Flota, el cual invitaba a los grupos de ataque por percusión a lanzar sus aviones, sin esperar a que se estableciese contacto con el enemigo. Había en el mar tantas fuerzas navales americanas que uno u otro de sus grupos acabaría por ser descubierto.

 

Al amaneceer, despegó de Cebú una escuadrilla compuesta por 6 aparatos que tomaron la ruta del este. La búsqueda del enemigo no fue larga; a las 7h35 un mensaje dió a conocer que se había establecido contacto con una fuerza naval americana, formada por varios portaaviones. Se trataba del grupo Taffy 1 (77-41), compuesto por 4 portaaviones de escolta y 7 destructores, a las órdenes del contraalmirante Sprague.

 

Dicha formación naval cruzaba las aguas de la costa norte de Mindanao, cuando sus vigías divisaron el grupo aéreo japones que se aproximaba. Los aviones japoneses se ocultaron entre las nubes, todavía numerosas, y se aproximaron al enemigo sorprendiendo su defensa de un modo tan perfecto, que ésta no tuvo tiempo de hacer fuego con sus cañones ni una sola vez.

 

Uno de los Zero de ataque se lanzó en picado contra el portaviones Santee (CVE 29), descendiendo, según los testigos, en una impresionante trayectoria, y lanzando al mismo tiempo descargas de ametralladora; luego, tuvo lugar un brillo cegador. El Zero se estrelló en la parte izquierda del puente de vuelo, ocasionando una gran abertura de 9 m por 4,5. Se desencadenó un incendio que muy pronto llegó hasta el hangar mismo de aviones, donde las llamas alcanzaron 8 bombas de 435 kgs almacenadas en el lugar. Por suerte, a estos proyectiles no les había sido colocado aún la espoleta. Ello evitó su explosión y salvó al Santee de un desastre seguro.

 

Mientras que los equipos de seguridad del portaaviones se esforzaban en apagar el incendio, otro aparato Kamikaze emergió de una nube y cayó en picado. El avión japonés parecía haber tomado como objetivo el Sangamon (VE 26), pero un obús lanzado por el Suwanee (CVE 27), que se hallaba en las inmediaciones le alcanzó y el aparato empezó a caer en espiral. Otro obús de 127 mm procedente taambién del Suwanee hizo que el avión japones se hundiese en el agua como una piedra, yendo a caer a unos 150 m de distancia del mismo portaaviones.

 

La DCA americana se desató y cuando el 3º Kamikaze se lanzó hacia su presa, los artilleros del portaviones Petrof Bay (CVE 80) tuvieron la suerte de hacer blanco totalmente. El avión se desintegró en pleno cielo y los fragmentos incadescentes del aparato cayeron al agua al lado del Petrof Bay.

 

Al mismo tiempo el Suwanee derribaba su 2º aparato aquel día. Los artilleros americanos dieron rienda suelta a su alegría cuando otro Zero Kamikaze empezó a describir círculos a una altura de unos 2500 m: El piloto escogía su objetivo. Los cañones del Suwanee iniciaron sus disparos y fueron a dar en el avión japonés, el cual empezó a bascular dejando tras sí una larga humareda. Los marinos americanos creían haber alejado el peligro, cuando se dieron cuenta que el piloto japonés había logrado tomar de nuevo el control de su aparato y se lanzaba directo contra el buque.

 

El Kamikaze cayó a una prodigiosa velocidad sin que ningún proyectil pudiera desviarle de su trayectoria. El Suwanee se estremeció bajo el golpe y se vió envuelto en un resplandor inmenso. El impacto se había producido en la parte central del puente de vuelo, a unos 10 m del ascensor posterior. De una gran grieta de unos 7 m y medio de diametro, surgían altas llamaradas. El Suwanee parecía haber sido gravemente tocado. El 6º y último avión japonés que quedaba desapareció y nadie supo de su suerte.

 

El incendio del Santee pudo ser apagado y aunque hubo que lamentar la pérdida de 16 hombres muertos y 27 heridos y ver interrumpidas sus operaciones aéreas, debido a las averías ocasionadas, muy pronto pudo continuar ocupando su lugar en el grupo naval. En cuanto al Suwanee, sufrió daños menos importantes de los que en un principio se había temido. El fuego fue ahogado gracias a la eficaz intervención de los bomberos de a bordo, que actuaron con gran rapidez. Algunos hombres resultaron muertos y el ascensor inutilizado. No obstante, las reparaciones de emergencia permitieron que hacia las 10h 10 el puente de vuelo estuviera de nuevo en condiciones de ser empleado.

 

 

 

(He aquí el resultado del primer "ataque especial" inaugurado en la invasión USA de las Filipinas. Era solo el comienzo.)

 

Saludos

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(Veamos ahora la composición y hazañas de otra de las escuadrillas de "ataques especiales: la Shikishima.)

 

 

En Mabalacat, el 25 de octubre, a alas 7,25 horas, la escuadrilla Shikishima lanzó un grupo especial de ataque hacia el este, en donde se había localizado una escuadra americana. Esta vez la búsqueda fue larga, a causa de la lluvia que reducía ostensiblemente la visibilidad. No obstante, cerca de las 10.10 horas el Tte de navío Yukiho Seki, encargado de dirigir los aviones especiales de este vuelo, divisó a unos 160 kms cerca de Leyte, una escuadra americana compuesta por 4 grandes barcos.

 

Cuando iba a dar la señal de ataque, Seki descubrió entre una brecha abierta en las nubes, una formación integrada por una treintena de cazas Hellcat, encargados de proteger la escuadra divisada. Rapidamente ordenó dar media vuelta a fin de evitarla y, en consecuencia, perdió de vista los barcos. Envuelto en las masas esponjosas, Seki pudo al fin encontrar de nuevo, cerca de las 10,40 horas, los buques americanos, y envió su único y último mensaje: "A 90 millas al este de Tacloban, 4 portaaviones y 6 destructores. ¡Atacamos!"

 

Se trataba del Taffy 3 bajo el mando del contralmirante Sprague e integrado en su orígen , por 6 portaaviones de escolta y 6 destructores. Este grupo naval había participado en la reciente batalla de Samar, donde había sufrido algunas pérdidas.

 

Apenas habían podido restablecerse los marinos de las emociones y del perjuicio sufridos , cuando a las 10,50 horas, los vigías divisaron, a escasa altura, los aviones japoneses. El vuelo a ras de agua de un Zero, que a unas centenas de metros cortó el paso al portaaviones de escolta Kitkun Bay (CVE 71), vino a sembrar la voz de alerta. Los aviones Kamikaze habían sorprendido a los americanos, cuyos radares resultaban inoperantes a baja altura.

 

Bruscamente, los aparatos japoneses se elevaron a unos 1600 m de altura, desde donde empezaron a descender en picado. Un primer Zero, procedente de estribor, cayó sobre el portaaviones Kitkun Bay al tiempo que ametrallaba al personal de la pasarela. Iba el avión a golpear el buque, cuando a unas decenas de metros de su objetivo, la explosión de un obús le obligó a desvisarse, pasando justo sobre el islote. Perdido el control, una de las alas del avión arrancó al pasar el balcón de babor y el choque producido hizo estallar su bomba. El aparato japonés fue a hundirse en el mar, pero la explosión de su proyectil causó considerables daños.

 

Al mismo tiempo, dos Kamikaze que se aproximaban a una gran velocidad hacia el portaaviones Fanshaw Bay (CVE 70) fueron derrribados a la vez. Otros 2 Zero que habían conseguido esconderse entre las nubes de baja altura, se lanzaron a su vez en picado contra el portaaviones White Plains (CVE 66), pero el intenso fuego abierto por la DCA derribó a uno de ellos que, arrastrando una larga cola de humo negro, se dirigió hacia el portaaviones Saint Lo (CVE 63).

 

El cielo se hallaba sembrado de copos negros producidos por los estallidos de los obuses y mostraban numeros estelas causadas por los múltiples disparos de armas autmáticas. Además, las chimeneas de los buques, cuyas máquinas funcionaban a escasa velocidad, así como sus departamentos envuelotos en llamas y los aviones japoneses que habían sido tocados, dejaban escapar grandes humaredas que, oscurenciendo el cielo, se elevaban en lo alto. En tales circustancias, los vigías distinguian con dificultad los puntos negros móviles que se lanzaban contra sus objetivos.

 

La defensa disparaba sin blanco preciso y algunas veces tardíamente. Todo esto hizo que los artilleros del Saint Lo fueran prevenidos con retraso de la llegada del enemigo, no pudiendo, en consecuencia, intervenir y aunque fueron lanzados algunos obuses, se hizo sin una eficaz coordinación. El avión japones descendía a una velocida escaloafrante y los marineros del Saint Lo vieron tan rápidamente sobre sus cabezas, que no tuvieron tiempo de tenderse bajo el puente. En medio de una enorme explosión que sacudió todo el buque, el avión Kamikaze reventó el puente de vuelo e inundó con gasolina inflamada todo el cobertizo inferior.

 

El fuego alcanzó 7 torpedos de reserva, que estallaron en el acto, produciendo una gigantesca explosión. Piezas importantes del puente de vuelo, juntamente con aviones enteros y ascensores fueron lanzados a decenas de metros de altura. Más tarde, los marineros explicaban haber tenido la impresión de que el barco se dividía en dos, como un trozo de papel.

 

El incendio se fue extendiendo por todo el portaaviones, en tanto que otras explosiones internas se iban produciendo y terminando de destrozar el Saint Lo. El barco se había convertido en un enorme brasero que desprendía su calor a 100 m de distancia. A bordo, todo había cesado de funcionar; se había abandonado la lucha contra las llamas y el capitán McKenna, comandante del navío, ordenó la evacuación inmediata. Apenas terminada la labor de salvamento, a las 11,25 horas, el Saint Lo se fue a pique.

 

 

La victoria del almirante Onishi

 

El avión que acompañaba al avión Kamikaze que había hecho blanco en el Saint Lo dirigió su objetivo hacia el White Plains, pero en el curso de su descenso, fue abatido por los proyectiles de este, empezando a describir movimiento incontrolados.El aviador japones había sido herido, y se le veía luchar por mantener el dominio del aparato. Con esfuerzos sobrehumanos intentaba controlar y desviarlo en la loca caída del avión.

 

Cuando estaba a una corta distancia de su objetivo (algunos metros), tocó vacilante, el borde del puente de vuelo y explotó antes de haber rozado la superficioe del agua. El White Plains fue alcanzado por la explosión que averió uno de los lados del portaviones e hirió a 11 de sus hombres. Los marinos recogieron toda clase de despojos, entre los que encontraron jirones de carne del piloto nipón.

 

Si, después de lo que procede, estos distintos ataques parecen haberse producido sucesivamente, es por el hecho de haber querido aportar los detalles necesarios, cortando con ello el ritmo real de la acción. De hecho, estos ataques Kamikazes fueron simultáneos o cuanto menos se desarrollaron en un intervalo muy corto de tiempo.

 

 

 

(Sigue, sin interrupción, la acción.

 

Mandé a Rockofritz las dos fotos de la escuadrilla de Yukijo Seki que conservaba en mi archivo; veo que las ha subido. Son dos documentos ciertamente impresionantes, y únicos.)

 

Saludos

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La Segunda Guerra Mundial fue uno de los hechos mas lamentables de la historia, pero hay tantas historias (valga la redundancia) impresionantes que desconocemos...

 

Un apunte sobre Kazuo Sakamaki. En el apartado de los submarinos de bolsillo se dice que su companyero murio a causa de los gases acumulados, cuando en realidad abandonaron la nave tras sabotearla. El companyero de Sakamaki desaparecio, pero Sakamaki consiguio llegar a nada a la playa absolutamente exhausto donde fue capturado. De hecho se convirtio en el primer prisionero de guerra japones en la Segunda Guerra Mundial.

 

Como curiosidad decir que llego a ser un alto cargo de Toyota y que falleció hace relativamente poco... en 1999.

 

Gracias por tu aporte, sabes si este libro esta descatalogado?

 

Un saludo

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Buenasss

 

(Sigue el apartado de "La victoria del almirante Onishi", ya con la mañana avanzada y en la segunda oleada de Kamikaze)

 

 

A las 11,10 horas, el portaaviones Kitkun Bay divisó a un grupo de aviones japoneses que se acercaba por la parte trasera. Dos de ellos se separaron del grupo, dirigiéndose uno hacia el Kitkun Bay, en tanto que el otro se lanzaba ya sobre el Kalinin Bay (CVE 68). Los artilleros del Kitkun Bay abrieron fuego con algo de retraso, pero lograron un golpe tan certero que arrancaron las dos alas del aparato enemigo. Bajo el impacto, la bomba japonesa se soltó, explotando a unos 25 m del portaaviones, que tan solo sufrió daños superficiales.

 

El otro Kamikaze se libró totalmente de los innumerables proyectiles que se lanzaron contra él y cayó como una flecha sobre el Kalinin Bay, que no puedo evitarlo. El avión nipón explotó en el puente de vuelo, en medio de una gran llamarada anaranjada, provocando grandes daños.

 

La tripulación del Kalinin Bay estaba aturdido por la naturaleza y la rapidez del ataque; todos los hombres contemplaban la humeante cavidad del puente y cambiaban impresiones, cuando un vigía señaló la llegada de 3 nuevos aviones. Los cañones empezaron sus disparos cuando los aparatos se hallaban ya muy cerca. El primer Kamikaze que se aproximó fue desviado en el último momento, por un golpe directo, que le hizo tambalearse. El avión chocó contra la chimenea del portaaviones arrancándola. Los despojos del barco y del aparato cayeron al mar en medio de un gran geiser de agua y espuma.

 

Los otros dos aparatos nipones pasaron por encima del portaaviones rozándolo, pero sin ocasionarle ningún desperfecto. Ambos fueron a hundirse a unos centenares de metos de distancia. El incendio del Kalinin Bay pudo ser contenido, con lo que el barco fue salvado.

 

Eran las 11,30 horas; en el cielo no se veía avión ninguno. Los americanos había sufrido ya ataques de este tipo a lo largo de la guerra, pero en este 25 de octubre de 1944 parecía que había algo que había cambiado. Los japoneses se hallaban movidos por una determinación y un fanatismo que, para un espíritu occidental, iba más alla de los límites de lo admisible. Todo hacía presagiar lo que iba a ser la continuación de la guerra.

 

Estos incontables éxitos nipones suponían una bien merecida recompensa para el almirante Onishi, al tiempo que confirmaban lo bien funtamentadas que estaban sus convicciones.

 

 

Un balance de pesadas consecuencias

 

Los 3 aparatos Zero que formaban la escolta protectora de la formación Kamkaze que acaban de obtener un éxito tan resonante, decidieron, después de unos momentos, tomar el camino de vuelta; como sea que a la mitad notaron la falta de carburante, el jefe de la patrulla decidió no volver a Mabalacat y dirigirse en su lugar a la base de Cebú, que se hallaba más cerca. Hacia las 12,20 horas, los 3 Zero llegaron en tromba al campo de aviación de Cebú, en donde aterrizaron, Del aparato que iba en cabeza descendió el célebre piloto Hiriyohi Nishizawa que se había cubierto de gloria en el transcurso de numerosos combates aéreos en Rabaul (Nueva Bretaña)

 

Enseguida marchó Nishizawa hacia el puesto de mando con el fin de presentar su informe. Con gran emoción contó las hazañas realizadas por su escuadrilla Shikishima, los éxitos obtenidos y el ejemplo del Tte de navío Yokiho Seki, uno de los primeros Kamikaze en lanzarse contra el enemigo.

 

Era el primer gran vuelo y las primeras victorias de los cuerpos kamikaze. Todos los pilotos presentes, así como to el personal de la base, escucharon con una muda, pero intensa exaltación el relato de Nishizawa. Los voluntarios que esperaban su turno enriquecieron sus conocimientos técnicos y supieron lo que más les inquietaba: si en los últimos momentos del Jibaku el hombre continuba conservando toda la lucidez que iba a permitirle dar al impacto toda su precisión.

 

Esta preocupación demostraba una vez más la naturaleza de los sentimientos que movían a los pilotos. El realizar el sacrificio no les espantaba, pero no obstante se inquietaban por sus propias reacciones con el fin de que acto Jibaku tuviera todo su valor táctico y toda su eficacia. ¡Qué gran ejemplo el de su abanegación llevada hasta los límites de lo sublime! El anuncio de la muerte de Seki y sus camaradas les llenó de tristeza pero la pena se confundía con la profunda alegría de los éxitos obtenidos y con las perspectiva de poder, al fin, inflingir al enemigo pérdidas irreparables. Merced a la brillante consagración de la nueva doctrina del almirante Onishi, podía esperarse una transformación en el equilibrio de las fuerzas enfrentadas.

 

En el transcurso de esta misma jornada del 25 de octubre, se desarrollaron, tal como ya sabemos, numerosos combates navales en las cercanías de las Filipinas, terminando todos ellos con la derrota de la marina imperial. El Plan Sho-go era saldado con un fracaso. Al Alto mando japonés no le había sido posible obtener la destrucción de la flota enemiga, ni tan siquiera habían podido llegar a realizar el objetivo básico del Plan Sho-go, es decir, contener la invasión americana de las Filipinas.

 

Con el fin de que el pueblo japones no se enterra del desastre y con la secreta esperanza de infligir importantes daños al enemigo, el alto mando se amparó en la noticia de los éxitos obtenido de los cuerpos Kamikaze, glorificando a los héroes voluntarios e insistiendo en el hecho de que este método constituía la salvación misma del amenazado Japón.

 

Este entusiasmo tuvo multiples consecuencias: en un principio multiplicó por 10 el número, ya importante, de los candidatos al Jibaku, incitando al almirante Onishi a aumentar la cantidad de unidades especiales y a prolongar su acción; finalmente influenció al almirante Fukudome, quien se agregó al nuevo método. Hay también que señalar una reacción importante, la del emperador Hiro-Hito. Cuando el jefe del Estado Mayor general informó al Mikado de las hazañas de los aviadores voluntarios de la muerte, el emperador respondió con esta frase que dice mucho sobre la psicología y la sensibilidad japonesa: "¿Era preciso llegar hasta este punto? De todas formas, estos jóvenes son unos héroes".

 

 

 

(Aprovechando un cambio de Apartado lo dejamos aquí. Hemos vuelto a hablar del Tte de navío Yukiho Seki, proto-héroe de los Kamikaze. Miraré de encontrar una foto suya como mínimo homenje.)

 

Saludos

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Rote Baron, acabo de ver que me has escrito mientras estaba subiendo el texto de esta noche.

 

Has tenido suerte: existen 7 ejemplares a tu disposición en Iberlibro. Cuatro en librerias de España y 3 en librerias argentinas. Y los precios no son nada caros. Desde 6,60 + 4,80€ pasando por 10 + 8,95 y 11 + 6,50€ y algunos más de parecidos precios. Iberlibro los manda enseguida y es facil. Lo digo por experiencia. El libro merece la pena, como ya habrás podido darte cuenta.

 

Saludos

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Buenasss

 

Unas enseñanzas útiles

 

Será quizá provechoso volver de nuevo sobre la idea del almirante Onishi. Este hombre había concebido, al principio, la creación y utilización del cuerpo Kamikaze como un método a emplear solo temporalmente a fin de realizar con eficacia la sacrosanta defensa de las Filipinas. Queda muy claro que una vez logrado el objetivo, se volverían a emplear las normas clásicas de combate. Era con esta idea que los altos mandos habían patrocinado la puesta en marcha de la nueva táctica. Además, la constitución de nuevos cuerpos se hallaba limitada y debía circuscribrise al ataque de objetivos precisos, por ejemplo, los barcos enemigos. Para objetivos de otras categorías se continuaban empleando los medios convencionales.

 

La noción del esfuerzo limitado en el tiempo y en el espacio había sido perfectamente comprendida por todos y fue la causa de esa gran cantidad de voluntarios. Parce ser que, si desde un principio se hubiera intentado transformar toda la aviación japonesa en cuerpos Kamikaze y destinarla a todo tipo de ataques, no se hubieran presentando tantos aspirantes espontáneos y quizá se hubiesen producido reacciones de consecuencias imprevisibles. Si bien los combatientes japoneses se hallaban impregnados de un fervor patrriotico muy exaltado, no por ello dejaban de ser hombres de carne y hueso, con reacciones psicológicas sanas y humanas.

 

En fin, en el plano sicológico, la esperanza cifrada en el esfuerzo y el aspecto temporal del método exaltaba las consecuencias. En las circustancias dramáticas que arrastraba Japón en aquellos momentos, los combatientes no podían dejar de pensar en las privaciones, en la miseria de sus familiares y en la suerte que correría el pais si no lograba vencer al enemigo. La concepcion japonesa del deber patriótica tomaba nuevas dimensiones pasionales que favorecían su predisposición mística al sacrificio. Creemos que es bajo este aspecto como debe ser considerado el principio de los ataques especiales, los cuales, todos los combatientes nipones estaban dispuestos a practicar en coyunturas particularmente trágicas, pero a lo que los aviadores dieron un carácter espectacular.

 

El almirante Onishi había ideado y creado el cuerpo con la esperanza de recuperar la eficacia perdida y con el deseo de aplicar el Plan Sho-go. Recordemos que, según los proyectos de dicho plan, el papel principal y la acción más destructiva correspondían a la flota naval, que debía asestar, el 25 de octubre un golpe terrible a las fuerzas navales americanas. La aviación japonesa era tan solo un complemento encargado de preparar la acción y rematarla. Cuanto menos, el adversario debía salir de la situación notablemente debilitado.

 

Aunque no lo dejase entrever, es probable que el almirante Onishi pesara tan solo emplear el Jibaku durante la jornada del 25 de octubre. Las destrucciones infligidas al adversario y, en consecuencia, la obligación de un equilibrio de fuerzas permitirían continuar con los métdos de ataque convencionales. Varios oficiales compañeros de Onishi habían interpretado en este sentido el punto de vista del almirante, el cual murió meses más tarde sin haberse pronunciado sobre este aspecto.

 

Sea lo que fuere, el desastre de Leyte traía de nuevo la cuestión sobre el tapete. Después de esta gigantesca batalla no quedaba nada de la flota imperial y las únicas fuerzas activas de Japón residían de ahora en adelante en el jército de tierrra y en la aviación. Por otra parte, ésta se hallaba diezmada, y sufría además penuria de material, de piezas esenciales y de carburante, además que sus pilotos no poseian ni calificación ni experiencia.

 

En estas condiciones se imponía ampliar y proseguir la acción de los Kamikaze como una tabla de salvación a la que se aferraban todas la esperanzas de Japón. Tambien es cierto que el número y la determinación de los voluntarios tuvieron un papel que no es despreciable en la continuación del esfuerzo Kamikaze, el cual, en pocos meses, se convirtió en el único método de ataque utilizado. La idea generadora que había presidido la creción del 1º cuerpo de ataque especial se hallaba ya muy lejos.

 

Otra enseñanza extraída de esta jornada histórica del 25 de octubre la constituía la actitud de los americanos. La mayoría de los japoneses tenían una confianza ciega en su superioridad moral y una gran fe en su preeminencia espiritual, pensando que su resolución y determinación, traducidas al espíritu Kamikaze, jugarían un gran papel psicológico sobre el enemigo. Se hallaban persuadidos de que, frente a su valentía y obstinación llevadas hasta el extremo, los americanos se desanimarían y abandonarían su proyecto de llevar la guerra hasta el mismo corazón de Japón. Este punto de vista reflejaba una gran candidez y una cierta ingenuidad, pero ¿era posible no sentir admiración frente al poderoso impulso de este aliento sublime, a la vez místico y patriótico?

 

Contra lo esperado, los americanos hicieron frente al nuevo sistema de ataque enemigo con una flema y una firmeza que aparentemente, muy bien pudiera tomarse como indiferencia. Materialistas por excelencia y dotados de una admirable capacidad de adaptación a las situaciones fluctuantes, los americanos reaccionaron con calma, pero con energía ante el nuevo aspecto de la lucha. En ninguno de los barcos atacados por los Kamikaze este 25 de octubre se extendió el pánico o el desánimo.

 

Ciertamente, la nueva demostración japonesa de fanatismo impresionó a los americanos, pero no les causó el miedo paralizador ni les provocó el choque psicológico que los japoneses esperaban. En una situación parecida, cualquier otra nación que no fuera Japón habría, sin duda alguna, renunciado a su objetivo en vista del fracaso, pero al contario, puesto que los americanos no parecían espantados, era necesario multiplicar los ataques y lograr por medio de la intensidad lo que no había podido obtenerse con el golpe innovador.

 

De todos modos, la aplastante desproporción que existía entre las fuerzas aéreas enfrentadas obligaba a Japón a emplear desde entonces el principio Kamikaze, como la mejor garantía de eficacia frente a las innumerables flotas de aviones americanos, cuya cantidad y calidad, iban en aumento. Bajo estas consideraciones, el principio aéreo Jibaku se extendió y se convirtió, según lo dicho anteriormente, en el principal procedimiento ofensivo japonés.

 

 

 

(Acabamos aquí el capº 3 que ha visto estas primeras escaramuzas del nuevo método de ataque. Lo siguiente: De la experiencia a la generalización: El nuevo rostro del Japón en guerra.

 

Promete.)

 

Saludos

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Buenasss

 

Capítulo 4 DE LA EXPERIENCIA A LA GENERALIZACION

 

El nuevo rostro del Japón en guerra

 

Todo el país había cifrado tantas esperanzas en el éxito del Plan Sho-go de defensa, que el fracaso de la marina japonesa japonesa en la batalla de Leyte, provocó gran consternación. Esta pena, acompañadapor la gran herida causada en el amor propiodel pueblo japonés, no trajo como consecuencia el desánimo, sino que hizo todavía más obstinada la voluntad de resistencia.

 

Puesto que la marina imperial no hgabía podido obtener el resultado esperado y se encontraba practicamente destrozada hasta ele punto de no poder realizar ninguna nueva acción coordinada, era preciso volcarse sobre el eínico medio ofensivo disponible, es decir. la aviación. Esta sufría ya un cierto número de males que no había que despreciar.

 

La industria aeronáutica, encargada de suministrar a la aviación, daba señales de desaliento: se hallaba falta de materias primas indispensables. Además, la aviaciónjaponesa no tenía carburante para el entrenamiento de sus pilotos y no había podido reconstruir los aparatos necesarios para luchar eficazmente contra el enemigo.

En el plano técnico, los ingenieros japoneses no había sabido crear y poner en servicio nuevos modelos, superiores a los del adversario. Desde 1943, la aviación nipona no había lanzado ningún modelo comparaable a los americanos y no logró reonquistar su admirable superioridad de los primeros tiempos de la lucha.

 

Los industriales japoneses se contentaban con mejorar los modelos existentes, inferiores a los nuevos tipos que en otoño de 1943 los americanos habían puesto en funcionamiento. Finalmente, los incesantes bombardeos de los aerodromos y el aniquilamiento sistemático de las líneas marítimas de comunicación, había reducido considerablemente el potencial de la aviación japonesa.

 

En tal situación, tan solo una nueva táctica revolucionaria podía compensar este decaimiento; el principio Kamikaze fue considersdo como el unico sistema lógico de acción. Este metodo no solo fue por fin admitido, sino extendido y generalizado. Ya naao hicieron falta discursos no exhortaciones para que los mandos y los aviadores japoneses se convenciesen de su utilidad

Puede decirse, si cabe, que los pilotos japoneses consideraron desde entonces el principio Kamikaze como algo natural dentro de la guerra.

 

 

La nueva organización

 

Las pérdidas sufridas por la 1ª Flota aérea, los cuales provenían en su mayor parte de los combates aéreos anteriores y de los bombardeos americanos en los aerodromos, hicieron que el alto mando japones decidiera reconstruir esta unidad, agregándole grupos de cazas de la 12 Flota. Esta formación se hallaba en Chishima, al norte de Japón, y el 26 de octubre llegó al aerodromo de Clark, al norte de Manila. Los pilotos y los aparatos fueron distribuidos entre las 4 escuadrillas Kamikaze de la 1ª Flota aérea.

 

Al día siguiente de la creación de los grupos Kamikaze por el almirante Onishi, los aviadores y sus jefes habían pensado en la mejor utlización del material disponible. Teniendo en cuenta la aplastante superioridad del enemigo y su eficaz defensa antiaérea, los jefes de las escuadrillas habían prpouesto la constitución de pequeños grupos, los cuales, según ellos, tenían más posibilidades de pasar inadvertidos y de cruzar con éxito la cortina de protección.

 

Despues de largas discusiones, se determinó el número de 5 aparatos, o sea 3 aviones de ataque especial y dos de escolta. Era, según parece, la organización más ligera y, a la vez, la más eficaz. La cifra no era imperativa y podía ser modificada en razón de las condiciones variables de la situación. Se consideraba que para obtener sobre un buque un resultado positivo eran necesarios 2 ó 3 impactos . La comprobación había sido llevada a cabo en los ataques del 25 de octubre.

 

En lo que se refiere a la eficacia de las fuerzas de escolta, se fijó el número mismo de dos, estimado que para proteger 3 aparatos e incluso 3 grupos eran necesarios dos aviones, uno por encima y otro por abajo, con el fin de prevenir toda intervención del enemigo.

 

Finalmente, otra constatación vino a confirmar esta nueva política, siendo quizá la más decisiva: la vulnerabilidad de las zonas donde se hallaba situada la aviación japonesa en las Filipinas, continuamente acechadas por la aviación americana, hasta tal punto, que debáin camuflarse los aparatos bajo los árboles, algunas veces lejos de las pistas. Tan solo pequeños grupos de aviones podían aprovechar una pausa, con frecuencia de poca duración, para salir de sus escondrijos y prepararse para el despegue.

 

Por otra parte, la táctica de los pequeños grupos de intervención requería un papel muy peculiar que, por derecho, correspondía a los aviones de protección. Efectivamente, los pilotos de escolta había recibidido órdenes de conducir y proteger los aparatos de ataque hasta el momento en que estos comenzaran su descenso Jibaku. Quedaba sobrentendido que, durante el vuelo los aviones que integraban el convoy no podían entrar en combate y debían procurar realizar precisas maniobras para despistar al enemigo, pero deberían permanecer siempre cerca de los Kamikazes. El papel de estos pilotos era, pues, muy importante y exigía unas cualidades técnicas y un autodominio muy superiores a los exigidos de ordinario a los pilotos.

 

Fue por ese motivo que los aviadores muy dotados o experimentados, no pudieron entrar nunca en los grupos Kamikaze a pesar de la obstinación con que algunos intentaron ser admitidos. Por el contrario, entre los numerosos voluntarios que se presentaron para el Jibaku, se escogía a los más jóvenes o menos dotados, pero cuyas cualidades profesionales fueran, no obstante, suficientes para efectuar el ataque Kamikaze. Aunque se deseaba que los pilotos de escolta pudieran volver a la base, no se excluía la posibilidad de que fueran obligados a sacrificarse para asegurar la protección de los aviones de ataque, hasta que éstos alcanzasen su objetivo.

 

Una vez convencido, el almirante Fukudome dió su consentimiento para la creación del cuerpo Kamikaze de la 2ª Flota aérea. El 27 de octubre, copiando la organización de la 1ª Flota, creó 4 escuadrillas cuyos componentes habían sido extraídos de la 701 Escuadra. Bajo las órdenes del comandante Tatsuiko Lido, se dió a estos 4 grupos los respectivos nombres de Chuyu, Seichu, Junchu y Giretsu. Se estaba aistiendo a la 1ª fase de la ampliación numérica del nuevo procedimiento de ataque y esta expansión iba a dar paso muy pronto a la generalización.

 

 

 

(Aprovecho el final de este apartado para dejarlo por esta noche. Se jugaba demasiado el Japón en el envite de las Filipinas.)

 

 

 

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La prolongación del esfuerzo

 

Si en el ámbito japonés, en el transcurso de la jornada del 25 de octubre y en la noche que la precedió, numerosas conferencias dieron lugar a las medidas citadas, los imperativos de la guerra obligaron, no solo a que estas decisiones fueron tomadas con rapidez, sinoaplicadas con la máxima urgencia. Las fuerzas americanas ejercían cada día una mayor presión alrededor de las Filipinas y no había duda alguna de que la reciente victoria de Leyte les daba una seguridad y una combatividad formidables.

 

Para los japoneses era fundamental destruir el mayor número posible de barcos americanos y lograr con ello romper el cerco enemigo, con el fin de permitir a las fuerzas de tierra resistir con éxito a las tropas del gral. MacArthur. En resumen, la aviación japonesa se hacía cargo de los objertivos frutrados del Plan Sho-go.

 

El 26 de octubre, a primeras horas de la madrugada, un mensaje procedente de un avión de recco. indicó haber descubierto una importante fuerza naval americanaen en los alrededores de Surigao. Se trataba de la escuadra que la tarde anterior había sido atacado por los pilotos voluntarios del Tte Seki. En Cebú, la escuadrilla Yamato preparó una operacíón y a las 8,15 horas despegó un primer grupo de dos Zero Kamikaze escoltado por un tercero. No se recibió noticia alguna . ¿Fueron interceptados en su vuelo por la aviación enemiga? ¿O quizá alcanzaron el objetivo previsto, pero no quisieron transmitir la noticia? Nadie lo supo. No obstante, nada impide creer en el éxito de estos tres hombres que desaparecieron como volatilizados.

 

Fue entonces cuando otro grupo decidio formr una expedición . Esta vez se reunieron 5 aparatos: 3 Zero de ataque y 2 de escolta. A las 10,30 los aviones despegaron y se dirigieron hacia el este, en dirección a la flota americana señalada. Despues de una hora y media de espera, llegó a Cebú un breve mensaje en el que se anunciaba que los barcos enemigos habian sido descubiertos a 150 kms al este de Surigao.

 

La formación japonesa logro abrirse paso entre una importante formación de cazas enemigos integrada, como mínimo, por 60 Hellcat y consiguió llegar hasta los buques. Los 2 primeros Kamikaze se lanzaron, respectivamente, contra los portaaviones Sangamon y Petrof Bay a los que no tocaron por muy poco. Parece ser que los 2 pilotos Kamikaze fueron muertos o heridos en el curso de su descenso, perdiendo el control de su aparato.

 

El 3º Zero aprovechó la confusión general para dirigirse hacia el portaaviones de escolta Suwanee. Los cañones americanos apuntaron, aunque con retraso, contra el nuevo atacante. Un avión torpedero terminaba de aterrizar sobre el Little Flat Top y los cargadores lo estaban empujando hacia la plataforma del ascensor anterior. En este preciso momento el Kamikaze atacó. El avión japonés fue a estrellarse contra el ascensor pulverizando el aparato americano que se encontraba allí. La explosion simultánea de ambas máquinas hizo temblar todo el barco y suscitó un gran incendio.

 

Las llamas avanzaron hasta donde estaban aparcados otros 9 Avenger. El fuego lo invadió todo y tan solo un verdadero milagro pudo salvar al Suwanee. Los aviones americanos se encontraban equpados con granadas antisubmarinas de gran capacidad explosiva y si estos artefactos hubieran explotado, el barco hubiera quedado totalmente destrozado. Las granadas no estallaron, pero empezaron a arder como vulgares fuegos artificiales. Los múltiples focos del incendio hicieron dificil y de larga duración el trabajo de los equipos de seguridad; solo pudo ser dominado varias horas después. El ataque había causado 245 víctimas, de las que 150 resultaron muertas. Y, además el Swanee se vió obligado a abandonar la formación para ser conducido a una base de reparación.

 

 

Evolución táctica

 

Se ha podido ver que, hasta el presente punto, los ataques especiales nipones habían tomado como principales objetivos los portaaviones enemigos. Este tipo de barco tenía un papel preponderante en el desarrollo de la guerra del Pacífico y era evidente -el almirante se había encargado de precisarlo- que destruir los portaaviones significaba impedir a la aviación americana que utilizase sus bases flotantes y, en consecuencia, obstaculizar su acción devastadora.

 

Desde los inicios de la lucha, la aviación había dejado ver, dentro de los dos campos, su preponderancia táctica y estratégica. En la mayoría de las batallas que se sucedieron después de la de Pearl Harbor, la aviación había jugado el principal papel y ella sola había decidido la suerte de la contienda. En virtud de estas consideraciones, los 2 adversrios habían dado gran importancia a los portaaviones.

 

Desde el principio, los americanos comprendieron que el desenlace de esta guerra dependía del número y de la utilización racional de este tipo de buques. Por este motivo, crearon las famosas Task Forces, es decir, un núcleo integrado por uno o varios portaaviones, rodeado de un cierto número de buques en calidad de escolta (cruceros, destructores y algunas veces acorazados) destinados a defender a los primeros más que a integrarse en la lucha.

 

Una de las razones de la inferioridad naval japonesa fue que Japón no pudo, en el curso de la guerra, disponer de un numero suficiente de portaviones, bien dotados de personal competente y de aviones. La industria naval japonesa no pudo luchar contra el enorme potencial americano y además Japon se vio incapaz de abstecer a los portaaviones en servicio, después de la batalla de Midway, de todo equipo aeronáutico y, sobre todo del personal adecuado que este tipo de buques requería.

 

Poco a poco, el desequilibrio de las fuerzas se fue acentuando, hasta convertrse en una desigualdad colosal, que no fue posible cambiar la situación En el curso de la guerra Japón utilizó 25 portaaviones, en tanto que los EEUU usó 125; las cifras son bien elocuentes y muestran hasta qué punto fue capital el factor industrial. Dicho esto se comprende perfectamente el porqué del ensañamiento contra los portaviones americanos. Además, hay que contar con que de la plataformas de estos barcos salían los vuelos que causaron tantos daños y paralizaron la acción defensiva de las fuerza niponas.

 

Mientras duró la invasión americana de las Filipinas, aunque el objetivo continuó siendo el mismo, hizo su intrvención un nuevo elemento. Es verdad que los portaaviones continuaron siendo para la aviación japonesa el objetivo número uno, pero otro tipo de barcos acapararon también la atención de los mandos japoneses. Numerosos elementos de transporte y desembarco cruzaban el golfo de Leyte, con el fin de abstecer y sostener la fuerza de invasión. Constantemente, el mar era surcado por multitud de barcos de distintos tipos, que garantizaban la existenciade la cabeza de puente americana, a la vez que constituía un verdadero desafío a la inmediata proximidad a las bases niponas.

 

Así pues, los mandos japoneses de las tropas aéreas decidieron atacar estso barcos. Al actuar así se dirigían directamente contra el enemigo, a la vez que sostenían las fuerzas niponas que aseguraban la defensa de Leyte. A partir del 27 de octubre, los ataques Kamikazes se fijaron como objetivos la flota de combate americana y los barcos de las fuerzas anfibias del golfo de Leyte.

 

 

 

(Acaba aquí este apartado. El siguiente es bastante expresivo: Un ambiente angustioso.)

 

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Un ambiente angustioso

 

En tanto que en la isla de Leyte se combatía encarnizadamente, la aviación americana no cesaba de bombardear los aerodromos, las instalaciones militares y las tropas japonesas de todo el archipiélago filipino. En el campo nipón reinaba una atmosfera angustiosa y los combatientes no se encontraban seguros en ninguna parte. Los aerodromos, en especial, eran el blanco de contínuos ataques, y las pistas desniveladas por las bombas, debían ser rápidamente reparadas para cada despegue. Con frecuencia, los aviones nipones eran bombardeados mientas recorrían las pistas. Este clima de inseguridad hizo aumentar el deseo de destruir al enemigo, costara lo que costase y multiplicó el número de candidatos al Jibaku.

 

Algunas veces, pequeños éxitos locales hacían menos duro el cerco americano, cuya presión debido a la enorme superioridad numérica y fenomenal omnipresencia de sus fuerzas, era cada vez más agobiante. El 27 de octubre, tuvo lugar entre Mabacalat y Cebú un desplazamiento de aviones, 17 Zero llegaron para reforzar los efectivos Kamikaze de la escuadrilla Yamato. Cebú, a 110 kms de Leyte, se había convertido en una base operacional de primera importancia. En la travesía, los aviones japoneses, que se hallaban a las órdenes del Tte de navío Kanno, chocaron con una formación de 16 Hellcat, con quienes entablaron combate rápidamente.

 

Movidos por un ímpetu y un coraje irresitibles, los pilotos japoneses se lanzaron a la lucha, con una valentía que desquició al adversario. Unos minutos después, 12 Hellcat eran pasto de las llamas y los 4 restantes se dieron a la fuga. La formación nipona llegó a Cebú, teniendo tan solo que lamentar la pérdida de un avión. Esta victoria inesperada en tan dificiles tiempos, dió una nueva confianza a muchos japoneses. El mismo 27 de octubre cuando el almirante Onishi tuvo su 1ª decepción. Él, que gozaba de una justificada reputación de energía y dinamismo, que había sido promotor consciente y decidido del proyecto Kamikaze, se hallaba melancólico durante aquel día. Era evidente que atravesaba una dolorosa crisis de conciencia. No había perdido la fe en el nuevo procedimiento de ataque, pero la situación desastrosa de Japón, las innumerables destrucciones causadas por el enemigo y especialmente, sin duda, la profunda tristeza que le ocasionaba la pérdida de sus valientes pilotos a quienes amaba como un padre y de cuya muerte se sentía el único responable, le habían sumido momentáneamente en el abatimiento. Onishi no pudo ocultar su dolor al subjefe del estado mayor de la 1ª Flota aérea que en aquellos momentos le presentaba el cotidiano informe. El Almirante le contó visiblemente abatido: "El hecho de habernos visto obligados a emplear este nuevo sistema de ataque demuestra hasta qué punto ha sido desastrosa nuestra estrategia desde que la guerra se inició. ¡De todos modos, es un procedimiento monstruoso!"

 

Estas palabras tomaban una dimensión inesperada en boca de un hombre que en condiciones ordinarias era duro y frío. No hacían más que demostrar que el principio Kamikaze se hallaba ligado al destino del Japón por medio de una voluntad superior y suprahumana, fruto de una simbiosis del patrimonio milenario y de la mítica patriotico-religiosa, lo cual suponíia que los hombres conservaban intacta toda su sensibilidad. Este "procedimiento monstruoso" no era la consecuencia demoníaca de una exaltación fanática y desordenada, sino que hay que considerarla como una dolorosa determinación, resultante de la situación militar del momento y del imperativo deseo de sacar al país del mal paso. La actitud serena de la mayoría de los aviadores japoneses, una vez su candidatura al Jibaku había sido aceptada, demuestra hasta qué punto su decisión era razonada e irrevocable. No podía tratarse de una explosión de cólera y, todavía menos, de una demencia colectiva y comunicativa.

 

Sobre este punto citaremos un ejemplo muy expresivo. En la tarde del 27 de octubre, en el campo de aviación de Cebú, el crepúsculo envolvía el paisaje con las sombras del poniente; todo estaba en calma. El enemigo no podía llegar a esta hora tan tardía y el personal de la base descansaba de las fatigas de la jornada. La penumbra se hacía cada vez más densa, cuando se dejó oir primero de un modo confuso el motor de un avión. Podía tratarse de un avión americano en vuelo recco o de un avión japonés extraviado que buscara una pista de socorro. La inquietud se disipaba cuando se reconoció en él un bombardero en picado del tipo Aichi 99.

 

El piloto esperó que las luces de las pistas se iluminaran, aterrizando como de costumbre. Era un joven oficial de la 701 escª que, en la mañana de este mismo día, había sido nombrado jefe de la escª Junchu del 2º cuerpo Kamikaze. Conducido al puesto de mando, el aviador explicó haber salido, a primeras horas de la mañana, para atacar, juntamente con sus camaradas, los buques americanos del golfo de Leyte, pero que poco antes de caer en picado, se había dado cuenta que el detonador de su bomba estaba atascado.

 

No pudiendo, pues, lanzar su proyectil, dió media vuelta y se dirigió al campo de reparaciones de Legazpi. Había permanecido pàrte del día arreglando la avería; finalmente, a primera parte de la tarde, se dirigió de nuevo al ataque. Cuando llegó al lugar donde pensaba descubrir al enemigo, no pudo divisarlo debida a la oscuridad reinante y decidió pasar la anoche en Cebú para partir, al día siguiente, al alba.

 

El joven ofiial hablaba con tranquilidad, como si se tratase de una operación de rutina. En el curso de su narración no se dejó adivinar ni la más mínima turbación. Para él la elección ya estaba decidida y no había motivo para volver a razonar desde el principio; unicamente se trataba de lograr las mejores condiciones técnicas para conseguir un resultado más destructor. Pasó la mayor parte de la noche redactando su informe y preparó una nota destinada a los futuros Kamikaze. Les decía que era necesario no "ponerse nerviosos" y verificar con sumo cuidado el buen funcionamiento de los proyectiles antes de realizar el Jibaku, con el fin de que el impacto fuera lo más violento posble.

 

El personal de Cebú tuvo la convicción de que el joven oficial pertenecía ya al reino de los muertos y que, como tal, actuaba con el mismo sublime despego que los japoneses creen propio de los difuntos. Su comportamiento era normal en lo que se refiere al calor de las relaciones humanas, pero su espíritu y su vocación profunda se confundían ya con la eternidad y la gloria inmutable de los antepasados valerosos. El 28 de octubre al nacer el nuevo día, el aviador despegó dirigiéndose hacia Leyte. Jamás se tuvo de él la menor noticia.

 

 

 

(Emocionante, sin duda alguna, estos últimos párrafos. Estaban ya más alla del bien y del mal. En un nivel superior al común de los humanos. El autor, Bernard Millot, sabe dar en el centro de la diana de la sensibilidad del lector. Merecen la pena, pues, estas cortas líneas.

 

El próximo apartado nos cuenta, cómo no, la "reacción americana".)

 

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La reacción americana

 

Si bien los americanos se habían enfrentado a los primeros ataques Kamaikaze de una manera metódica y flemática, sin manifestar ningun pánico ni actitud enloquecida, no por ello dejaban de sentir una cierta aprensión justificada. Su temor venía, más que por el aspecto ideológico y místico, de las consecuencias tácticas del principio de ataque nipón. En su conjunto, los marinos americanos no tenían nada de héroes, pero eran dueños de la tranquilidad y optimismo que siempre da el sentimiento de superioridad, lo cual les permitía superar el miedo natural.

 

Ciertamente no les hacía ninguna gracia ver como se lanzaban sobre ellos uno o varios de los diabólicos Kamikaze, pero sus reflejos les hacía reaccionar, en lugar de quedar paralizados por el terror. Este aspecto de su temperamento hizo que aprendiesesn muy pronto los mejores métodos de lucha, siendo así que las fuerzas americanas pusieron en funcionamiento una importante red de observación y de radares que les permitían conocer con bastante anticipación el horario y el número de los atacantes.

 

Ya sea en los barcos o en tierra, en las zonas ocupadas, los americanos instalaron numerosas piezas de la DCA de todos los calibres que permanecían siempre alerta. Destinaron patrullas de aviones caza, dada vez más numerosas, con el fin de destruir a los temibles Kamikaze. En pocos días, este especial sistema defensivo reveló su eficacia.

 

En tanto que el 25 de octubre la mayoría de los aviones especiales japoneses `pudieron llegar hasta sus objetivos, el número de los que desde entonces consiguieron efectuar el Jibaku disminuyó considerablemnte. Así pues, el 27 de octubre, tan solo 48 horas después del gran esfuerzo japonés, el coeficiente de pérdidas niponas aumento hasta tal `punto que pocas veces alguno de los atacantes pudo llegar hasta la flota americana. Tanto a bordo como en tierra, la DCA americana obtuvo una precisión e intensidad tal que los aviones japoneses tuvieron que franquear un verdadero muro de fuego y acero.

 

Con frecuencia, a los aviones de caza americanos especialmente dedicados a esta tarea, no les costó ningún trabajo alcanzar los Zero nipones, entorpecidos como estaban por el gran peso de la bomba transportada. Perdidas sus características aerodinámicas, era muy fácil derribarlos. Desde entonces, los superivientes se vieron obligados a hacer frenteal muro fulgurante de la DCA, que con frecuencia era de consecuencias fatales. En poco días aumentó sensiblemente el número de aparatos japoneses derribados en estas condiciones, disminuyendo la cantidad de los que pudieron llegar hasta los barcos y realizar la misión Jibaku. Hay también que precisar que, por otra parte, entre los que efectuaban el lanzamiento Kamikaze, algunos eran derribados en el último momento o no lograban su objetivo por culpa del control de pilotaje.

 

Puede comprenderse con facilidad que el número de impactos no fuesen importante y que, por otra parte, no provocase ninguna pérdida grave dentro del campo americano, durante los 30 días que siguieron a la jornada histórica del 25 de octubre de 1944. Es también evidente que los bombardeo incesantes a los aerodromos japonesesde donde salían los Kamikaze, contribuyeron a reducir el potencial nipón al aniquilar los aviones en el suelo y destruir las pistas

 

 

Una mentalidad insólita

 

Los mandos locales japoneses, aunque plenamente conscientes de la reacción americana, así como de sus propias pérdidas, no se alarmaron. Para ellos, se estaba asistiendo a un periodo de su puesta en práctica del nuevo método de ataque y se hacía necesario sacar una experiencia de ello. La deterninación de los aviadores continuó siendo la misma y las salida suicidas, aunque se efectuaron siempre en pequeño número, continuaron con todo entusiasmo.

 

Durante este mismo período, la organización de los cuerpos Kamikaze evolucionó y adquirió su coloración definitiva. Se establecieron las estructuras administrativas, en tanto que de las Filipinas iban llegando refuerzos. Numerosos grupos de aviones procedentes de la metrópoli, vía Kiusiu y Formosa (Taiwan en japonés), y casi siempre del tipo Zero, convergían en los aeropuertos operacionales de Luzón y Cebú. Al mismo tiempo que se llevaba este refuerzo técnico, se prepararon nuevas técnicas de ataque y las candidaturas al Jibaku aumentaron.

 

Los mandos japoneses se vieron obligados a efectuar una severa selección entre los voluntarios, con el fin de obteneruna mayor eficacia cara al futuro. Era necesario reservar los mejores y más experimentados pilotos , para que condujesen a los Kamikazes hasta el objetivo e instruyesen a la futuras generaciones de aviadores; los menos competentes y más jóvenes era admitidos en los grupos de ataque especial.

 

Finalmente, nacía un nuevo aspecto: al estado de ánimo de los pilotos, que sobradamente conocemos, se sumaba un cierto lirismo. Los cuerpos Kamikaze habían sido bautizados con palabras de carácter poético, pero desde ahora, eran numerosos los aviadores que escribian poemas, con frecuencia sibilinos, en los que siempre mezclaban , dentro de un romanticismo ditirámbico, las grandes cualidades morales y místicas de la naturaleza japonesa. Estos poemas, escritos la mayoría de las veces con énfasis, al modo de los cantares épicos de la Edad Media, exaltaban el culto a los antepasados, la supremacía moral del alma japonesa y la valentía de los héroes que se lanzaban contra el enemigo para gloria suprema del eterno Japón.

 

Este sesgo poético no era sorprendente en un pais como Japón, donde las relaciones humanas se hallan regidas por normas estrictas y refinadas sobre el modo de comportarse. Lo que sí era asombroso, es que esta llamarada entusiástica y la exaltación por este sistema de ataque, tuviesen su origen en las capas inferiores. Al revés de la mayoría de paises que en el transcurso de las guerras atraviesan periodos dificiles, viéndose obligados a dar ánimos a los combatientes, Japón no tuvo en ningún momento necesidad de recurrir a los métodos propagandísticos o de coacción para obtener estos resultados.

 

La idea de combatir sin supervivencia posible y máximo esfuerzo, es decir, el espíritu Kamikaze, estuvo siempre vigente y se puso en práctica tan pronto como la situación o las circustancias lo exigieron. Para la mayoría de los combatientes japoneses, esta actitud pertenecía al terreno de los reflejos que, por otra parte, el alto mando no se vio nunca obligado a despertar y aún menos suscitar.

 

Sin embargo, para algunos combatientes, ya sea marinos, soldados o aviadores, que no veían la situación militar demasiado clara, se hacía útil algunas veces una guía o información. Por esta razón, numerosos oficiales habían tomado la costumbre de arengar a sus hombres antes del combate, con el fin de hacerles ver hacia donde debían dirigir sus esfuerzos, y llegado el caso, la posibilidad de sacrificio voluntario, con sus consecuencias tácticas y estratégicas. En el fondo, los discursos tenían siempre la misma esencia; eran ante todo una reunión informativa destinada a adar un sentido al hecho y, eventualmente, una significación al sacrificio.

 

 

 

(Con esto ha acabado por quedar claro la esencia del comportamiento de los futuros Kamikaze. Desprendimiento de sí mismo y oblación a la patria. ¡Que diferencia, sobre todo moral, con respecto a las ideas con que entraban en combate los soldados enemigos, en general.)

 

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(Tras un mero Punto y Aparte)

 

 

Estas arengas no ponían nunca en duda la combatividad y determinación de los hombres, y si algunas veces lo sugerían era exhortándoles al holocausto bajo una inspiración superior.Tal como dice un artículo del reglamento, se invitaba a los hombres al total sacrificio en bien y salvación de la patria o para mayor gloria del Emperador. La entrega de sí mismo existía en potencia, y tan solo era necesario darle una justificación.

 

Para un combatiente japonés, la realización del deber suponía un cierto número de actos, de los que el sacrificio personal era la última fase.Esto no quiere decir que todos los soldados nipones quisieran morir, ni tampoco que esperaran ser salvados o evacuados a tiempo. Pero en tanto que se enontraban en situaciones especialmente dramáticas o acorralados a la defensiva, sin salida posible, se defendían con un coraje y una determinación que les conducía a la muerte voluntaria. Era entonces que la entrega de su propia persona tomaba para ellos todo su valor simbólico.

 

Cuando los aviadores experimentaron el deseo de realizar ataques sin regreso, contra los barcos americanos, la decisión partió del eslabón más bajo de la jerarquía y el alto mando se limitó a estructurar y coordinar las iniciativas. La organización del sistema vino más tarde, después que los mismos voluntarios hubieran trazado las líneas generales. Además, fue por este estado de ánimo de los combatientes que la nueva idea se fue propagando y que los voluntarios aumentaron. No está excluido pensar que si el proyecto hubiera venido de arriba, posiblemente hubieran sido menores el entusiasmo y la exaltación colectiva, en el sentido más noble de la palabra.

 

Lo más sintomático era el comportamiento de los hombres en general y de los aviadores en particular. No solamente numerosos pilotos afluían cada día para hacerse admitir en el cuerpo de Kamikazes, sino que aquellos que ya estaban inscritos hacían gestiones o insistían para ser los primeros en marchar. No hay que confundir esta actitud con estado de excesiva tensión nerviosa que estos hombres deseaban reducir. La razón de su impaciencia hay que buscarla en el hecho de que tenían miedo que la guerra terminara sin que ellos pudieran actuar.

 

Su comportamiento no deja de resultarnos sorprendente. Algunos llegaron a pedir qu el nombre de Cuerpo Kamikaze o de cuerpos especiales de ataque fiueran suprimidos. Uno de ellos, dijo actuando de portavoz de gran número de sus camaradas:

 

"Convirtiéndonos en soldados hemos dado implicitamente nuestras vidas al Emperador. En las circunstancias actuales todo combatiente, todo aviador, sea o no Kamikaze, está destinado a una muerte segura. Es por esto que la mayoría de denominaciones que nos caracterizan nos parecen impropias, ya que todos los ataques nos conducen al mismo sacrificio."

 

¿No hay que ver en ello la razón de su elección y el porqué de su tranquila valentía frente a las perspectivas que ofrecía la situación militar del momento? Si el comportamiento de estos "héroes en potencia" nos turba y nos llena de confusión, por otro lado parece ser que eran perfectamente conscientes y demostraban una gran lucidez.

 

Antes de emprender la que debía ser su última misión, ponían en orden sus asuntos, escribian una carta de despedida a su famiilia, escondían un sobre una especie de testamento que contenía casi siempre un mechón de cabellos y trozos de uñas, y distribuían su dinero y el contenido de sus bolsillos entre los compañeros. En el momento de marchar, sentados ya en la cabina del avión, agitaban las manos en señal de adiós, contestanto así a la emoción, mal contenida, de quienes asistían al despegue. ¿Puede considerarse esta actitud propia de unos hombres sobreexcitados o al borde del delirio?

 

Si el espíritu Kamikaze llegó a su paroxismo con estos aviadores voluntarios de la muerte, lo mismo ocurrió con el personal de tierra. Aquellos cuyo sacrificio consentido no podía tener el mismo aspecto simbólico, hacían todo lo posible por redoblar sus esfuerzos. Ya fueran oficiales administrativos, el servicio de la enfermería, mecánicos, equipos de pista o cocineros, todos vibraban al unísono de un mismo estado de animo. Trabajaban sin cesar y, con frecuencia, sin tomar descanso alguno, solo para que los pilotos pudieran gozar de mejores condiciones de vida hasta el momento de su vuelo. Era su ofrenda y su modo de participar en el Jibaku de sus camaradas. Fueron muchos los que tuvieron delicadas atenciones, privándose por ejemplo de su ración alimenticia, con el fin de ofrecer lo mejor a los pilotos. Esta espontánbea conducta era un modo de darse a los demás y la forma de expresar su gratitud y de pagar la deuda contraida para con estos aviadores gloriosos, sobre quienes reposaban todas la esperanzas.

 

 

La búsqueda permanente de la eficacia

 

No está en nuestro ánimo relatar todas las operaciones Kamikaze lanzadas en las Filipinas; tan solo expondremos algunas que fueron significativas por su carácter o consecuencias. No obstante, será quizá de utilidad esbozar la situacion militar del momento. El ejército de tierra del gral. MacArthur ejercía una presión cada vez mayor sobre los defensores nipones de Leyte. Los americanos, llegados del este y del sur de la isla, avanzaban hacia el noroeste, pero muy pronto chocaron con las defensas fortificadas que los japoneses habían construido en las partes altas. El ejército enemigo quedó estancado, en tanto que la aviación, muy activa, se dividía entre su labor de ayuda directa a alas tropas y el ataque a los objetivos militares, particularmente a los aerodromos enemigos. Una ingente flota sostenía las fuerzas anfibias en el Golfo de Leyte, aportándoles toda la ayuda logística necesaria. Las Task Forces, de la 3ª Flota, cruzaban sin cesar las aguas, asegurando especialmente la actuación aérea.

 

En el frente japonés, las circustancias eran bastante diferentes, puesto que estando diezmada la aviación, no podía acudir en ayuda de los defensores y se consagraba tan solo al ataque de los barcos americanos. En el interior de las islas, las tropas japonesas se servían del relive geográfico para resisitir el avance americano. El gral. Tomoyuki Yamashita, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Filipinas, hizo todo lo posible para hacer llegar a Leyte el mayor número de refuerzos. Falto de la ayuda de la marina, utilizó todo lo que podía flotar -sampanes, juncos, canoas y veleros-, los cuales transportaron pequeños contingentes de tropas. Estas operaciones dificiles y de poca importania cada una, pero realizadas de un modo contínuo, sirvieron para trasladar 22000 hombres hasta el 20 de octubre y 70000 hacia la mitad de noviembre. Estos refuerzos obstaculizaron considerablemtnte el avance americano.

 

El aerodromo de Taclobán, el único conquistado desde finales de octubre había sido inundado por las lluvias, y la aviación terrestre americana no pudo utilizarlo más que para un pequeño número de aviones. No obstante, los aparaatos allí instalados acrecentaron poco a poco la actividad de aquélla en las Filipinas. Los vuelos Kamikaze eran por aquel entonces cotidianos, llegando a convertirse para los americanos en una especie de rutina. Frecuentemente, los cazas y la defensa antiaérea destruían la totalidad de los asaltantes, por lo que esta forma de ataque enemigo dejó de ser, durante un tiempo, motivo de inquietud.

 

 

 

(Aprovechando un Punto y Aparte (otro), lo dejamos aquí. Me supongo que lo siguiente serán ya los vuelos Kamikazes en particular.)

 

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(Tras el Punto y Aparte anterior)

 

No obstante, el 30 de octubre, un vuelo Kamikaze logró inflltrarse a través de las alambradas americanas alcanzando una de las escuadras de la Task Force 38 que cruzaba a 75 kms al oeste de Suluan. La DCA se desencadenó de un modo infernal, pero no pudo detener a los japonese, los cuales inauguraron una nueva táctica. Procedentes de varias direcciones, todos al mismo tiempo y a diversas alturas, dos grupos, integrados cada uno por 3 aparatos Kamikaze, se lanzaron contra los barcos americanos. Dos de los aviones cayeron a la vez sobre el gran portaaviones Franklin, en tanto que el 3º se dirigía contra el portaviones de escolta. Por 3ª vez desde que había sido en puesto en servicio, el Franklin era gravemente dañado.

 

El 1º aparato de la 2ª sección cayó minutos más tarde sobre el mismo Franklin, pero no dió en el blanco. Los dos restantes fueron a estrellarse sobre un acorazado y contra otro portaaviones de escolta. Los dos barcos que quedaban continuaron en sus puestos en la formación. La nueva victoria nipona a los jefes de la aviación japonesa a intensificar los ataques, que fueron cada día en aumento y en los que tomaron parte un mayor número de aparatos.

 

Los mandos japoneses se enteraron, durante este período, de que un importante refuerzo había llegado al aerodromo enemigo de Taclobán. Según los informes más de 100 aviones tenían allí sus bases. Esta amenaza no demasiado precisa, llevó a los mandos japoneses a montar una operación importante. Según enseñaba la experiencia, era necesario soprender al enemigo antes del alba a fin de evitar los desastrosos efectos de sus cazas y de la DCA. En el campo de aviación de Cebú, durante la noche del 2 al 3 de noviembre, una formación de 12 aviones Zero se preparó para salir. Los pilotos se habían reunido en el puesto de mando, con el fin de recibir las postreras instrucciones, en tanto que los mecánicos calentaban los motores y verificaban con cuidado el buen estado de los aviones.

 

En la oscuridad casi completa de la noche se respiraba una extraña atmósfera. El ruido recalcitrante de los motores, que estaban ya calientes, despertaba los ecos de la naturaleza. A la luz de pequeñas llamas azuladas que salían de los tubos de escape, podían verse las siluetas de los hombres de tierra afanándose alrededor de los aviones alineados. Así pues, el 3 de noviembre, a ultima hora de la noche, 12 aviones volaron hacia Leyte bajo la dirección del Tte de navío Kenzo Nakagawa. El ruido de los motores fue alejándose y todo volvió a sumirse en la calma y la oscuridad.

 

Los japoneses habían cifrado grandes esperanzas en este vuelo; en la pequeña torre de control de Cebú se reunieron algunos oficiales que no podían conciliar el sueño. Discutían sobre la suerte de sus pilotos, cuando un poco antes del alba divisaron unos resplandores en dirección de Leyte. ¿Eran las explosiones finales del Jibaku o los estallidos de la DCA americana? Nadie podía saber lo que pasaba.

 

Empezaba a nacer el día cuando aterrizó un Zero. Descendió de él un suboficial herido que, llorando, declaró no haber podido efectuar su lanzamiento, por lo que decidio volver a la base en espera de mejor ocasión. Bajo la insistencia de los oficiales allí presentes, el piloto reveló que los 11 aviones restantes, sin duda descubiertos por los radares americanos, habían sido derribados antes de que pudiesen llevar a cabo su ataque. Este acontecimiento produjo gran consternación.

 

El fracaso japonés demostró hasta qué punto era eficaz la defensa antiaaérea norteamericana. A pesar de lo infructuososo de este vuelo, los mandos nipones continuaron sus ataques, aunque redujeron el número de participantes. Además, se hacía necesario el empleo de nuevas tácticas de aproximación, con el fin de llegar hasta los objetivos. Los pilotos japoneses lo venían discutiendo desde hacía mucho tiempo y de hecho se hallaban divididos en dos opiniones.

 

La 1ª, consistía en volar a ras de agua con objeto de convertir en ineficaces los radares americanos, cuya captación a una tan escasa altura de vuelo, se limitaba a una decena de millas. Luego el avión debía elevarse gradualmente, entre los 500 y los 600, cerca del objetivo para caer rápidamente sobre el barco escogido. Esta técnica tenía la ventaja de soprender al enemigo y reducir al mínimo la acción de sus cazas protectores, los cuales verían obstaculizadas sus maniobras cerca del agua. El 25 de octubre se había empleado esta táctica con gran éxito.

 

La otra opinión preconizaba la aproximación a una gran altura (6000-7000 m.) entre un aire rarificado que exigía el uso especial de inhaladores de oxígeno. En estas circunstancias, la acción de la DCA y de los cazas enemigos resultaba ineficaz. Los defensores de este modelo defendían que una caída en picado desde tal altura permitía seleccionar mejor el objetivo y obtener una mayor precisión en el impacto. El inconveniente de esta solución era la necesidad de pilotos experimentados que supieran utilizar los instrumentos y los aparatos provistos de un sistema de oxigenación.

 

Ambos métodos tenían sus ventajas y los dos fueron empleados. Incluso algunas veces, si el número de participantes lo permitía, su utilizaron simultáneamente. Esta táctica suponía la enorme ventaja de dispersar la defensa americana, obteniendo con ello un coeficiente más alto de penetración en el campo enemigo.

 

Las esperanza cifradas en el principio de ataque Kamikaze eran tales que algunos oficiales japoneses soñaban con modelos de aviones concebidos y estudiados para ello. Imaginaban flotas enteras de tales aparatos que se lanzaban sobre los buques americanos destruyéndolos, y a Japón alzándose de nuevo victorioso. Entre los oficiales, algunos trabajaban en privado en la creación de modelos de este tipo, en tanto que los departamentos de estudio de las fábricas de la metrópoli comenzaban a interesarse por el problema.

 

Un hecho sintomático que demuestra el espiritualismo Kamikaze de los aviadores japoneses, es que en los debates o discusiones entre pilotos, la mayoría de las veces no era necesario que los oficiales de los mandos interviniensen a título directivo. Los pilotos se reunían frecuentemente y discutáin con calma y sangre fría el mejor método de aproximación y la mejor forma de situarse para caer sobre el barco enemigo. Los aviadores escogían, según el buque, el punto más vulnerable o vital , lo que les garantizaba un mayor número de posibilidades de aniquilar al adversario. Hablaban de ello con serenidad e impasibilidad, lo que muchas veces les llevaba a bromear como si se tratase de una banal cacería. Pero en su intención no había ningún vestigio de lo que nosotros , los occidentales, llamaríamos cinismo mórbido; se trataba simplemente de una forma de resignación imperturbable, por la que era mejor reir que tomárselo como una tragedia. ¡Algo nuevo que todavía nos sorprende!

 

 

 

(Acaba aquí este Apartado. Lo siguiente se titula "Una mezcla de realismo e idealismo". Mezcla que casa muy bien con el método adoptado, como hemos visto, por la ideología Kamikaze.)

 

Saludos

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Buenasss

 

(Exacto, Bear. Cuán distantes estamos de esos seres auto-elegidos paea el sacrificio. A años luz de nuestras terrenales apetencias y egoismos.)

 

 

Una mezcla de realismo e idealismo

 

Es preciso comprender que, para los voluntarios, el proceddimiento de ataque por percusión no significaba la muerte honorable más que en la medida en que la acción realizada era "rentable", es decir, que tenía como desenlace la destrucción del enemigo. El sentimiento casi general de incertidumbre y peligro hacian insoportable la idea de morir inutilmente. Sabemos ya lo que representa para un soldado japonés la perspectiva de morir sin gloria; así pues, era mucho mejor adoptar el sistema Kamikaze siempre que pudiera dársele un sentido.

 

El acto de ofrecerse voluntario era el fruto de un razonamiento sorprendentemente lógico. Por estas mismas razones, los militares nipones que, por diversas formas, no podían formar parte del cuerpo Kamikaze se hallaban sumidos en una gran tristeza y les dominababa un sentiminto de inutilidad. En este caso dirigian su atención por entero, a los que tenían la posibilidad de realizar el Jibaku.

 

Los voluntarios eran objeto de numerosas atenciones y regalos; se les encargaba la puesta a punto de los aviones, el cuidado de las pistas y disfrutaban de ciertos privilegios, dentro de la vida diaria de los aviadores.

 

Más tardes veremos cómo, a pesar de estos esfuerzos admirables y conmovedores, la existencia de los voluntarios se desarrollaba en unos medios muy mediocres e incluso rayando en la miseria. El personal auxiliar se encontraba en una situación especial; por el hecho de no poder realizar el Jibaku se sentía humillado, y cualquier infracción o falta cometida relacionada con el provecho y entrega en pro de los voluntarios habría sido consideradacomo una grave deserción.

 

A partir de aquí podemos sacar una conclusión: estos hombres, fueran o no voluntarios, poseían una pureza y una honestidad moral tales que nos turba y que no debe confundirse con la expresión de un candor ingenuo. El espíritu Kamikaze era, más que nada, la manifestación de una profunda integridad moral y una gran nobleza de sentimientos, unidas a un realismo imperturbable de la situación militar, juntamente con una resolución impávida y patética.

 

El alto mando japones fue informado del estado de ánimo reinante en las unidades operacionales y, a pesar de las urgentes e innumerables demandas de material que llegaban procedentes de los más diversos frentes de lucha, se sentía incapaz de hacer caso omiso de los insistentes ruegos de los jefes de la aviación en las Filipinas, que pedían refuerzos. Se les tuvo en especial consideración, dándoles prioridad. Los argumentos decisivos de esta determinación fueron el papel principal, y de ahora en adelante único, que tenía la aviación, despues de la derrota de Leyte, en el plan de defensa de las Filipinas, así como el carácter extraordinario de sus grupos Kamikaze. El viaje que el almirante Onishi hizo a Tokio en apoyo de esta tesis tuvo una influencia determinante.

 

Ya sea en Genzan, Corea, Tsukuba, Konoike (cerca de Tokio), Kanoya, Iwate, Omura y demás bases aéreas de instrucción en las islas de la metropoli, se realizaron reclutamientos, que dieron como resultado 150 aviones, con sus respectivos tripulantes , los cuales fueron retirados y enviados a Formosa, donde siguieron un entrenamiento a fondo de unos 10 dias de duración antes de ser trasladados a las Filipinas.

 

La operación no era sencilla, ya que estos jovenes pilotos habían recibido en su mayoría una formación elemental. Además, en el viaje era necesario realizar numerosas escalas y el vuelo tenía que hacerse durante la noche, con el fin de no verse interceptados por la aviación americana. Los diferentes grupos se diriigieron hacia el sur pasando por Okinawa o Amami O Shima, pero muchos de ellos que se alistaron en la empresa, cayeron al mar o se estrellaron al aterrizar. Como resultado de estas numerosas pérdidas fueron mínimos los aparatos que alcanzaron los dos principales aerodromos de Formosa, Taichung y Tainan.

 

La causa principal de estos accidentes era la falta de experiencia de los aviadores, pero también el mal estado de los aviones que en su mayoría habían sido utilizados en las escuelas de pilotos de formación acelerada. Si bien algunos grupos llegaron íntegramente, otros desaparecieron casi en su tottalidad durante el trayecto. Uno de ellos formado por 15 aviones de caza tipo Zero, tuvo tantos accidentes y dificultades que tan solo 5 pudieron llegar a Manila después del período de instrucción en Formosa, sin contar que, de estos 5, dos sufrieron accidentes al aterrizar.

 

Entre estos aviones de refuerzo había una gran mayoría de cazas tipo Zero, pero se notaba la presencia de un cierto número de bombarderos en picado biplazas, modelo Suisei. Los intructores de Formosa habían realizado una ingrata tarea, pues tan solo en 10 días habían transformados aquellos jovenes principiantes en aviadores capaces de volar a la perfección y del realizar el Jibaku. La formación era muy sumaria y debía limitarsea lo más esencial. No obstante, los jóvenespilotos no estaban faltos de valor y en su alma ardía el fuego del espítitu Kamikaze, aunque no por ello podían reemplazar las excepcionales cualidades de sus mayores al principio de la guerra.

 

Independientemente de estos importantes contingentes de refuerzo, numeros grupos de aviones salían de las bases metropilitanas para ir a reunirse con los grupos Kamikaze de las Filipinas; estas sucesivas aportaciones mantuvieron, hasta mediado diciembre, un cierto equilibrio dentro de los efectivos en operación. Se reservaba el mayor número posible de pilotos y aparatos, pues se preveía la necesidad de realizar un esfuerzo especial cuando los americanos desembarcasen en Luzón, la mayor isla del archipiélago.

 

 

 

(El próximo apartado lleva por título el demostrataivo título de "Los semidioses del siglo XX".

 

Sigue la epopeya.)

 

Saludos

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