Jump to content

La epopeya kamikaze


jenisais

Recommended Posts

Buenasss

 

La agonía de Japón

 

Tal como acabamos de ver, las pérdidas materiales en Okinawa sufridas por los americanos eran muy importantes y pensamos que ningún otro país del mundo que no fuera Estados Unidos hubiera sido capaz de spoportar sin sucumbir parecida sangría. La marina americana había pagado un pesado tributo al dios de la guerra, pero gracias a su calidad y cantidad no vió por ello comprometida su existencia. Sin embargo, la desaparición o alejamiento de un número tan importante de buques obligó al alto mando americano a variar el programa de sus conquistas ulteriores.

 

Tenía previstas 2 grandes operaciones anfibias destinadas a rematar la gigantesca escalada en dirección del Japón metropolitano. Estos dos grandes desembarcos, denominados Olympic (conquistas de Kyusiu) y Coronet (conquista de Hondo) requerían la presencia de fuerzas considerables. Así pues, tuvieron que ser retrasados varios meses, o sea, noviembre de 1945 para el primero y marzo de 1946 para el segundo. Los acontecimientos políticos y militares de Japón así como ele empleo de una nueva arma americana revolucionaria, hicieron q

Link to comment
Share on other sites

  • Replies 109
  • Created
  • Last Reply

Top Posters In This Topic

(Vaya, se subió sin querer - sin querer yo... Sigo, pues.)

 

que estados dos operaciones no tuviesen nunca efecto.

 

Después de la campaña de Okinawa, la situación militar de Japón era desesperada. Todos los obstáculos que se creían infranqueables, todos los bastiones que servían de escudo a la metrópoli, habían caído en manos de los americanos y el último , Okinawa, dejaba entrever lo que podría el últimos esfuerzo de Estados Unidos, resuelto a ir hasta el fin. En Japón, considerables fuerzas terrestres se acumulaban en las zonas litorales y los últimos centenares de aviones disponibles se hallaban dispuestos a intervenir. La población civil, impregnada de propaganda ultrapatriótica y provista de armas, se preparaba para luchar en el postrer combate que iba a confundirla con la muerte. Las islas madres japonesas estaban, pues, decididas a realizar un gigantesco suicidio, aunque tenían la certeza de que este sublime esfuerzo no bastaría para contener la marcha inexorable del flujo americano.

 

El gobierno del viejo almirante Kantaro Suzuki multiplicaba las gestiones y los contactos para poner fin a la guerra pero chocaba con la obstinación fanática y ciega del clan militarista del ejército, resuelto a continuar la guerra costara lo que costase. El emperador Hiro-Hito, tomando cada vez una participación más activa en las deliberaciones, hacía progresar lentamente la idea de una capitulación, pero la influencia política del clan del ejército era tal, que la acción pacífica resultaba lenta, sin contar que se veía además perjudicada por la actitud ambigua de la Unión Soviética, escogida como mediadora.

 

Sobre este último punto hemos de recordar que Stalin tenía la intención de intervenir en Extremo Oriente y que esta inercia favorecía sus planes. Los soviéticos codiciaban parte de los territorios japoneses, pero debido a la lucha contra la Alemania de Hitler no habían podido poner sus proyectos en ejecución. Después de la caída del III Reich, los rusos se habían visto obligados a reconstituir sus fuerzas y transportarlas a las antípodas de su inmenso país. Los grandes movimientos de tropas fueron lentos y retrasaron la intervención soviética en Asia. Además, Stalin conocía los sufrimientos de su pueblo y no quería aumentarlos volcando sus fuerzas en una nueva guerra. Escogió, pues, el momento oportuno, para sacar la mayor cantidad de ventaja al menor precio. Fue por esto por lo que entretuvo las gestiones diplomáticas niponas.

 

Así pues, el movimiento pacifista del Emperador y de los partidarios del primer ministro Kantaro Suzuki no avanzó durante las largas semanas en que la situación militar de Japón y las destrucciones se agravaron considerablemente. No obstante, el gral. Korehika Anami, ministro de la guerra y líder del clan faanático, se hallaba convencido de que con la intervención de todas las fuerzas todavía disponibles se obtendría la victoria final. Su oposición a toda forma de capitulación procedía de este argumento, pero también del hecho de que Japón no había sido nunca vencido en el curso de su larga historia. El clan militarista había hecho de esto ultimo una cuestión de principio y orgullo nacional; para él y sus partidarios era inconcebibles y se consideraba como una abominable traición que un japonés, aunque fuera el propio Emperador, pudiera concebir tal ignominia.

 

El ejército nipón tenía una influencia tal sobre todas las esferas del país que las gestiones pacifistas no progresaban en absoluto. Fue preciso que Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos, tomara la terrible decisión de utilizar un arma nuclear con el fin de que la situación política evolucionara rapidamente. El 6 de agosto dre 1945, la primera bomba atómica de la historia cayó sobre la ciudad de Hiroshima, causando innumerables víctimas y destrucciones sin precedentes. Este tremendo golpe no fue decisivo y, si bien los pacifistas encontraron en él un argumento suplementario para poner fin a la guerra, los miembros del clan no salieron de su obstinación. Tres días después, el 9 de agosto, una segunda bomba atómica arrasó la ciudad de Nagasaki.

 

Este acontecicmiento extraordinario no pudo permanecer ignorado durante más tiempo y empezaron a prepararse las primeras disposiciones en vistas entablar conversaciones. Sin embargo, continuó siendo poderosa e irrevocable la oposición militar, hasta de llegar a tomar el aspecto de una rebelión regicida. Con todo, el proceso iba adelante, dirigiéndose hacia la capitulación sin condiciones de Japón, conforme a los términos del ultimatum aliado de Potsdam. Los postreros días de Japón se vieron señalados por graves acontecimientos políticos y numeroso suicidios, entre los que destaca el del gral. Korechika Anami.

 

 

 

(Aquí termina el texto propiamente dicho de La Epopeya Kamikaze.. Queda no obstante el último capítulo, "no operativo". A partir del próximo día, extractaré lo más interesante, empezando por el Apartado: "El sol poniente". Quedan, pues, unos días más para acabar con esta impactante descripción de lo que fueron "las fuerzas especiales" y su implicación en la guerra del Pacífico.)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

El eterno Japón.- El sol poniente

 

Cuando el 10 de agosto de 1945 las esferas gubernamentales japonesas fueron informadas de la explosión de la 2ª bomba atómica sobre Nagasaki, el movimiento pacifista reclutó numerosísimos adeptos, entre las que se hallaban los que todavía permanecían indecisos, es decir aquellos que oscilaban entre las tesis del partido del primer ministro Suzuki y las del clan militarista. Por estas fechas, tan solo los ultras del clan seguían obstinados en proseguir la guerra a cualquier precio y su influencia y poder eran tan grandes que se hacía siempre necesario transigir con ellos.

 

El emperardor Hiro-Hito, convencido de la inutilidad de continuar la lucha e informado sobre los sufrimientos que su pueblo soportaba, reafirmó todavía más su actitud iniciando gestiones positivas con vistas a encontrar un país mediador que no fuese la URSS. Las fuerzas niponas habían sido rechazadas por los americanos al sur y por los soviéticos al norte en Manchuria y Corea. La industria nacional se hallaba paralizada por los bombardeos y el bloqueo. La población civil, hambrienta, sufría considerables pérdidas.

 

Por la intervención de Suecia y Suiza, los aliados fueron informados de la apertura de negociaciones de paz japonesas. Desde entonces, Tokio fue escenario de luchas políiticas muy violentas, que habían de desembocar en las conversaciones de armisticio. No por ello dejaron de continuar las operaciones militares; no obstante, fue quizá en el interior del país donde se desarrollaron las más duras luchas entre los partidarios de las dos tendencias políticas.

 

El 14 de agosto, la mayoría de las unidades japonesas estacionadas en el territorio metropolitano empezaron a sospechar, más que a saber con certeza que se tramaba alguna cosa importante. No hacía falta ser un gran adivino para comprender que la guerra estaba perdida y que el final se acercaba. Algunos creían que quedaban todavía posibilidades, en tanto que otros esperaban la confirmación oficial a sus deseos de paz. Los generales, mejor informados, estaban al corriente de las negociaciones de paz que se llevaban a cabo, y si bien algunos reconocían que era ésta la conducta más acertada, había quienes rehusaban obstinadamente admitir la triste verdad, colocándose con ello, lo supieran o no, en el partido del clan militarista.

 

Es evidente que la oposición de ambas tendencias declarada u oculta, tomó en algunos lugares un aspecto dramático cuando no sangriento. A este respecto, chocaron unidades enteras luchando entre sí. En la noche del 14 al 15 de agosto, los combates llegaron hasta el mismo palacio del Emperardor, temiendo éste por su vida. Japón parecía de dragón fabuloso y simbólico que, en su agonía, intentaba morderse la cola.

 

Altas personalidades civiles y militares, comprendieron la inutilidad de su negativa frente a las negociaciones, dieron fin a sus días, ya sea en su domicilio en el mayor secreto, o en público, a fin de que el suicidio tomase un aspecto simbólico y marcase su oposición a cualquier idea de derrota. Estos hombres, se identificaban con las reglas ancestrales del código Bushido, el cual tan solo podía concebir para la guerra una única salida: la victoria o la muerte.

 

En mediodía del 15 de agosto, el Emperador leyó por Radio Tokio el parte imperial de capitulación. Anunció al pueblo japonés que el Gobierno y él mismo, frente a la inutilidad de proseguir la lucha y para ahorrar a la población mayores desastres y sufrimientos, habían decidido deponerr las armas. Millones de japoneses , escucharon por su aparato receptor el mensaje. La mayoría lloró, no pudiendo soportar la intensa emoción que les provocaba este instante histórico y solemne. Vertían también sus lágrimas por la humillación que suponía para ellos que el Emperador hubiera pronunciado él mismo la alocución.

 

El mensaje desencadenó una verdadera marea de suicidios. Millares de japoneses, hombres y mujeres, jóvenes y viejos se daban muerte para no sobrevivir a la vergüenza de la derrota, la primera que conoció Japón después de muchos siglos. Observando los ritos antiguos. muchos civiles y militares nipones dieron fin a sus días en su domicilio, en sus acantonamientos, en la calle y, en gran mayoría, frente al palacio imperial, en señal de respetuosa sumisión.

 

 

El sacrificio del almirante Ugaki

 

En las primeras horas de la noche del 14 al 15 de agosto, el almirante Matone Ugaki dió a uno de sus oficiales órden de preparar un ataque especial sobre Okinawa. El tono y la actitud del almirante no dejaban ninguna duda sobre sus intenciones. Si bien no había hecho ninguna alusión, el oficial comprendió que Ugaki quería tomar parte en la expedición. El capitán de navío Takashi Miyazaki, subjefe del estado mayor, una vez fue informado de la decisión del almirante, se hizo anunciar y conducir a la presencia de éste. Ugaki ocupaba un pequeño rincón del sótano que servía a la vez de alojamiemto y cuartel gral., y tenía su estancia resguardada por un biombo. Como mobiliario, había solo un escritorio tosco apenas apropiado y un diván, sobre el que se hallaba tendido el almirante. Miyazaki se inclinó según el ritual y en un tono que disimulaba mal su curiosidad e inquietud le dijo:

 

"Almirante, el oficial de servicio termina de informarme que Vd ha dado la órden de preparar una salida. ¿Puedo permitirme preguntarle cuáles son sus razones?

 

Ugaki, sin duda alguna irritado por haber sido molestado durante el reposo, presentaba un aspecto severo, pero se templó desarrugando el ceño y esbozó una sonrisa:

 

"Simplemente por la razón de que quiero participar en ella. Son órdenes mías y espero que las ejecuten."

 

Miyazaki comprendió la insolencia de su pregunta, pero acuciado por la ansiedad continuó:

 

"He comprendido muy bien cuáles son sus intenciones , almirante, pero le pido tenga a bien sopesar sus decisiones, pues no creo que sus órdenes puedaan ser ejecutadas."

 

El almirante Ugaki se impacientó y replicó secamente:

 

"Le repito que son mis órdenes. Cumpla con su deber; ¡vaya a transmitirlas!"

 

Miyazaki no se conformó con ello y dejando a Ugaki corrió a advertir al contralmirante Toshoyuki Yokoi, jefe de Estado Mayor. Este permanecía enfermo en cama y al tener conocimiento de la noticia saltó del lecho y acudió con toda rapidez al encuentro de Ugaki.

 

"Almirante, Miyakazi ha tenido la feliz iniciativa de iformarme de su decisión. Le ruego encarecidamente que renuncie a ello."

 

Ugaki alzó la mano con gesto fatigado, luego con calma y serenidad dijo:

 

"¡Déme la ocasión de morir!"

 

Varios almirantes intentaron disuadirle, pero fue en vano. Ugaki anunció:

 

"Para mí, esta es la mejor forma de morir como un samurai. Se lo agradezco; pero no insistan. Mi sucesor ha sido ya elegido y se halla al corriente de todos los asuntos"

 

 

 

(Dejamos aquí esta emocionante conversación. Seguirán las posteriores advertencias del almirante Ugaki.)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

(Seguimos con la actuación suprema del almirante Ugaki.

 

Tras el Punto y Aparte anterior)

 

Fue el Tte de navío Tatsuo Nakaruzu quien organizó, tal como estaba previsto por el almirante Ugaki, el vuelo de tres bombarderos en picado. La preparación de los aparatos le llevó varias horas. Al mediodía, el parte imperial de capitulación fue difundido por los altavoces. Ugaki no cambió de parecer y a primera hora de la tarde reunió a todos sus miembros del estado mayor y a los oficiales de la base en una ceremonia de despedida. El almirante estaba tranquilo, aunque un poco triste, pero nada dejaba entrever su extraordinaria resolución. Finalizó su pequeña alocución con estas palabras:

"...Lamento que los ataques suicidas que ordené no dieran los resultados que esperábamos. No obstante, os pido continuéis en vuestro trabajo y continuéis en vuestro trabajo y realicéis escrupulosamente vuestros deberes obedeciendo al que me reemplace después de mi muerte".

 

Ya mediada la tarde, el almirante Ugaki llegó al aerodromo vestido con uniforme de campaña y desprovisto de todas las insignias de su graduación, viéndose muy sorprendido de encontrar en el lugar, no 3 sino 11 aviones Suisei, cuyos motores estaban ya en marcha . La tripulación de los aparatos permanecía alineada ene perfecta formación, en una guardia de espera impecable. El Tte de navío, Tatsuo Nakazuru, adelantándose a cualquier pregunta del almirante, dijo jadeante de emoción:

 

"No he podido hacer nada, tanto es lo que han insistido estos hombres para poder acompañarle. No pueden permitir dejarle marchar con 3 aviones, mientras que los otros ya no podrán realizar ninguna otra misión. Ellos mismos han hecho preparar todos los aparatos disponibles y están decididos a seguirle".

 

El almirante Ugaki se acercó a sus hombres y en un tono paternal les preguntó:

"Está bien. ¿Queréis, pues, morir todos conmigo?

 

El "sí" de los 22 hombres en formación estalló como una descarga de fusil. El Tte de navío Nakazuru se instaló en el puesto de pilotaje del Suisei de mando, en tanto que el almirante se situaba detrás, en el puesto de observación. En el último instante, el jefe Akiyoshi Endo reivindicó el sitio que el almirante acababa de ocupar y haciendo caso omiso de los convencionalismos saltó sobre el ala y se instaló entre los dos asientos. Los otros aviadores montaron a bordo de sus aparatos y los 11 Suisei despegaron en medio de un fragor estruendoso.

 

Todos los hombres de la base se hallaban en las pistas y agitaban sus gorras en señal de despedida. Muchos de ellos lloraban a lagrima aviva. Cuando se difuminó la nube de polvo levantada por las hélices, la formación se hallaba ya lejos y desapareció muy pronto en dirección a Okinawa. Poco después del despegue, 4 de los aviones que integraban el grupo sufrieron averías y tuvieron que aterrizar en las bases intermedias. Los 7 aparatos restantes continuaron el vuelo.

 

Hacia las 18h30 se oyó el crepitar de la radio y en el aerodromo pudieron escuchar el largo mensaje, mejor diríase testamento, del almirante Ugaki:

 

"Reconozco mi entera responsabilidad en el fracaso de las fuerzas especiales que no lograron destruir al enemigo. No he podido proteger a la patria a pesar de la resolución, bravura y heroismo de mis hombres, los cuales, desde hace 6 meses, ofrecen su vida por el Imperio. Dentro de breves momentos voy a picar sobre un buque enemigo y encontraré en Okinawa la tumba en que tantos de mis valientes hombres cayeron como flores deshojadas del cerezo. Se lanzaron al abismo mortal para respetar nuestras tradiciones ancestrales, estando seguros de la perennidad del Japón eterno y de la gran nobleza del espíritu Kamikaze. Voto porque aquellos que me escuchan comprendan las razones de mi gesto y entiendan que no puedo actuar de forma distinta. Deseo que trabaje con ardor para que la patria renazca y viva eternamente. ¡Banzai!"

 

En el aerodromo, inmóviles como estátuas, los hombres habían escuchado el mensaje y ningún músculo de su rostro se había contraído; solo las lágrimas resbalaban dulcemente por sus mejillas. Nadie hizo el menor comentario. Un poco más tarde, a las 19,24 horas llegó a la base un mensaje muy breve:

"Vamos a picar"

 

Con algunos minuto de intervalo llegaron otros 6 mensajes parecidos; luego se hizo el silencio. No se supo nunca si la escuadrilla de última hora logró llegar hasta Okinawa, pero lo que sí es cierto es que ningún buque americano de aquellos parajes fue tocado durante este día. El almirante Ugaki había vivido y muerto como un samurai y lo que importaba en este último instante, no era tanto el hecho de destruir uno o varios barcos enemigos, como el actuar según sus convicciones y el pensaamiento Kamikaze, heredero del patriotismo nacional.

 

 

El fin de Onishi

 

El almirante Onishi, el que había inaugurado la táctica suicida de las Filipinas, ocupaba desde los últimos meses de la guerra el puesto de subjefe del Estado Mayor de la marina. Su gran competencia, conocimiento perfecto de los problemas operaciones y fe patriótica inquebrantable, eran reconocido por todos y le habían abierto el camino hacia las más altas responsabilidades.

 

Covencido de que Japón no podía hundirse en la derrota, Onishi era partidario de la lucha hasta el último esfuerzo. Se identificaba con las resoluciones del clan militarista, aunque en Onishi no se daban ni el orgullo ni la ambición, pero sí la grandeza de espíritu de los guerreros samurai, sublime institución feudal que educa y predestina al héroe. El almirante multiplicó las gestiones y las entrevistas, y ejerció presiones y chantajes en su intento de hacer cambiar la decisión de capitulación del Gobierno. Luchó hasta el final, pero todo fue en vano.

 

Desde el mediodía del 15 de agosto, Onishi había recuperado de nuevo su calma aparente e invitó a su domicilio a algunos oficiales. Se habló mucho y se bebió hasta que la velada terminó hacia medianoche. El almirante Onishi entró entonces en su despacho, se sentó y se dispuso a escribir una larga carta. Varios de los oficiales invitados a la reunión habían ya comprendido cuál sería la conducta posterior del almirante. Así pues, antes de partir, le recomendaron que feflexionase y que no cometiera un gesto irreparable que privaría a Japón de un hombre notable. Onishi respondió secamente, a ellos y a los restantes que le rodeaban:

 

"¡Dejadme tranquilo!"

 

El 16 de agosto, hacia las 6 horas, el almirante terminó la carta. Repasó y ordenó sus papeles; luego se arrodilló. Después de una corta meditación se hundió een el vientre un fino puñal. Corrieron en su ayuda, pero Onishi, agonizando, rehusó que se le socorriese y rechazó todos los cuidados. Durante 12 horas el almirante soportó atroces sufrimientos, expirando a las 18 horas. Varias personas descubrieron entonces su larga carta, que era, tal como nadie puede dudar, su testamento ológrafo:

 

"Me dirijo a esta élite que representan los voluntarios de las unidades especiales, a estos héroes que lucharon con una valentía que va más allá de todo elogio y la cual les agradezco desde lo más profundo de mi ser. Transformándose en bombas volantes han dado su vida con una fe inquebrantable en la victoria final. Desgraciadamente, ha sido en vano y he tenido que abandonar la esperanza de vencer al enemigo. Soy responsable de haberles conducido hasta la tumba sin resultado alguno. Mi vida ya no tiene ningún sentido y me doy muerte como ofrenda de consolación y de aliento a las almas de mis valerosos hombres y a sus familias. Dirijo mi mirada hacia la juventud. Que la muerte de los voluntarios Kamikaze no les entristezca; que comprenden que el sentido de la responsabilidad es la gran lección de esta trastornadora aventura y que la apatía es el peor de los males. Que continúen obedeciendo al Emperador, símbolo de la perennidad del país, y que permanezcan fieles a sus héroes aprendiendo de sus antepasados el mensaje de paciencia, de perseverancia y de abnegación. Los niños son el tesoro de una nación. Deseo que, en la paz, los jóvenes cultiven el espíritu Kamikaze para la dicha y grandeza del pueblo japonés".

 

 

 

(Poco más se puede añadir a estos dos mensajes de despedida. Supieron acabar siguiendo la senda que mostraron a sus hombres.)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

De cara a la historia

 

Los almirantes Onishi y Ugaki, los dos responsables del sistema de ataques especiales, habían muerto dentro de la dignidad de sus profundas convicciones. No habían sido solo unos jefes que llevan sus hombres al combate, sino que habían desempeñado también el papel de guias espirituales, compartiendo hasta el final el ideal sublime de sus subordinados. Educados segín el molde de las tradiciones milenarias, no habían faltado a sus deberes ni un instante, siguiendo escrupulosamente el precepto de Confucio, adaptado y glorificado por el código Bushido de los samurai: "¡Un hombre debe vivir de tal forma, que siempre ha de hallarse dispuesto a morir!"

 

Aunque esta forma de conducta no implica necesariamente el suicidio, prepara y condiciona sin embargo la elevación del alma sobre todas las contingencias terrestres. Esta ética, resultado del patrimonio milenario japonés, es también el fundamento del espíritu Kamikaze.

 

No se trata de alimentar un error, es decir, confundir al hombre con la grandeza de su espíritu. El almirante Onishi, al igual que la mayoría de voluntarios de la muerte, no era un ser perfecto, y no hay por qué asociar de un modo implícito o explícito la imágen de estos combatientes con la de unos héroes de leyenda. Estos hombres no era infalibles, tenían defectos y vicios y pueden ser merecedores de un buen número de reproches. No obstante, lo importante no es tanto el hombre como la elevación de su alma, que es la que le lleva hacia los actos sublimes.

 

El pueblo japonés, a pesar de la intensa y lírica propaganda que se hacía alrededor de los Kamikaze y su táctica inaudita, no se hallaba totalmente convencido de la oportunidad y necesidad de este procedimiento, y sería falso creer que la población nipona daba su unánime aprobación. En la naturaleza humana siempre existe la duda, propia también de toda sociedad organizada.

 

Volviendo a los almirantes Onishi y Ugaki, es casi cierto que estos dos hombres, así como la mayoría de los restantes jefes Kamikaze, no se dieron muerte para expiar sus errores y faltas o para no sobrevivir a la derrota, tal como hicieron muchísimos otros suicidas japoneses. Para ellos era distinto; habían lanzado la idea, organizado los grupos de ataque y enviado a la muerte a centenares y millares de sus hombres. En lo más profundo de sí mismos, sentían un desgarramiento al iniciarse cada vuelo, como si una parte de su ser se marchara con los voluntarios. Su aparente insensibilidad no era más que una actitud, exigida por la firmeza de su jerarquía y es evidente que jamás pensaron en sobrevivir a sus hombres. Para ellos, el desenlace mismo del conflicto iba más allá de sus sentimientos, y la muerte, su propia muerte, era la única y debida conclusión de sus actividades. Es muy probable que, en caso de que los japoneses hubieran obtenido la victoria, estos hombres hubieran realizado el mismo gesto.

 

En el país, su suicidio no sorprendió a nadie y lo que sí hubiera resultado extraño es que no hubiesen actuado de este modo. El espíritu Kamikaze tenía una esencia tan elevada y sublime, que la muerte de sus jefes fue considerada como un epílogo natural y lógico de la terrible epopeya.

 

 

Los hombres

 

Si a lo largo de todo este libro hemos intentado rendir homenaje a los voluntarios japoneses de la muerte y hecho posible por desmitificar el aspecto superficial y excesivamente difundido de su historia, no queremos, sin embargo, trazarles una corona de gloria especuñativa y desnaturalizada. Eran unos hombres, es decir, seres que poseían un potencial de bien y de mal, y no entra dentro de nuestras intenciones hacerles protagonistas de una leyenda exagerada. Preocupados como estamos por ser imparciales y objetivos, nos sentiríamos decepcionados que no fuera así. Hemos intentado conocer estos hombres, sondear su espíritu y analizar sus sentimientos sin intentar esconder ni un solo instante que estaban hechos de carne y sangre, capaces de amar y sufrir.

 

A lo largo de la epopeya Kamikaze -pues sin duda se trata de una epopeya - millares de hombres desfiilaron por las pistas de despegue, marchando hacia la muerte con la finalidad de destruir al enemigo, pero sujetos, la mayoría de las veces, a sentimientos completamente distintos. Estos voluntarios, con frecuencia unidos en un mismo crisol, tenían reacciones psicológicas que merecen ser consideradas. Entre los voluntarios Kamikaze y Tokubetsu hubo de todo, es decir, hombres de naturaleza, procedencia y condiciones sociales distintas y sería lamentable que les asimiláramos a un individuo tipo, a una especie de robot fanatizado con unas reacciones personales vacías de contenido.

 

Es naturalmente imposible estudiar el temperamento y comportamiento de cada auno de los voluntarios, pero podemos dividirlos en 3 categorías o grupos principales, según sus características psicológicas. En un princio hallamos al héroe, es decir, al hombre impregnado desde hacía mucho tiempo por la tradición marcial y capaz de las más hermosas gestas patrióticas. Era héroes por naturaleza y necesitaban tan solo de una chispa, una arenga o una circustancia, para que se exteriorizase su exaltación subyacente. Estos hom bres formaban parte, generalmente, del ambiente aristocrático, en el que el nacionalismo ocupa un destacado lugar, e incluso pertencían al medio de la pequeña burguesía, que siente una especial devoción por el militarismo. Este estrato social, con frecuencia de orígen samurai, tenía un especial interés en dar a la nación militares der carrera, formados en la dura escuela de educación de Hagakure. Estos jóvenes, soldados en lo más profundo de su alma, constituían lo esencial de los cuadros militares del ejñercito y de la marina. Eran seres para quienes la noción de patria llegaba a su punto culminante, al pináculo que domina cualquier otra consideración y que justifica todos los métodos, incluso los menos nobles. La muerte para ellos era una ofrenda natural, una contrapartida de su estado y un don lógico al Emperador, para quien nada era demasiado hermoso. Los pilotos de este temple eran quienes. a lo largo de la guerra, habían lanzado su avión contra el objetivo para obtener con ello un mejor resultado táctico. Actuando de esta forma desde que se iniciaron las hostilidades y a ttulo individual, habían sido los iniciadores voluntarios del principio Kamikaze.

 

Seguía otra categoría de hombres, procedentes de diversos medios sociales, pero que habían sido formados en los principios religiosos sintoistas, budistas Zen o confucionistas. Si para ellos la noción de patria y la entrega ciega eramenos imperativa que para los primeros, su educación y convicciones religiosas les hacían sensibles a la idea de sacrificio. No importa cuáles fueran la naturaleza y los móviles; el holocausto se presentaba para ellos como el medio ideal de alcanzar la elevación espiritual deseada y para entrar dentro del reino de sus antepasados venerados. La ideología de estos hombres no se hallaba forzosamente impregnada de nacionalismo ni militarismo, pero las leyes de obediencia y la búsqueda metafísica de un más allá redentor les conducían hacia el gesto sucicida como un paso hacia la purificación y trascendencia.

 

 

 

(Ha sido un texto muy explicativo. Dejamos para la reflexión la cantidad de veces que en este capítulo hemos mentado la palabra "muerte". Estaban en otra galaxia que la que conocemos los occidentales.)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenass
; (Seguimos en la segunda clasificación que hace el autor sobre la extracción u orígenen de los voluntarios a las "operaciones especiales"

Por otro lado, estos combatientes (los segundos en el órden establecido ayer por Bernard Millot) fueron los más sensibles al ejemplo. Las hazañas ya realizadas, la resolución y determinación de los que muy pronto iban a realizar el Jibaku y, en último lugar, las arengas y el clima psicológico que provocaba la situación militar, les sensibilizaban al máximo y provocaban en su alma ecos profundos. Si bien sus concepciones no les llevaban priorísticamente hacia el sacrificio, se dejaban arrastrar por un fenómeno de ósmosis y por una lenta comunión de ideas que les hacía converger hacia un mismo fin glorioso. Este proceso psicológico no se hallaba desprovisto de orgullo y no cabe ninguna duda que el sentimiento de vergüenza jugaba un gran papel. Efectivamente, si el temperamento de estos hombres difería sensiblemente del del primer grupo, su sensibilidad se acomodaba mal a la situación, por el hecho de que otros realizaban hazañas fogosas y extraordinarias que les cubrían de gloria y les llevaban a ser considerados como héroes venerado, en tanto que ellos meditaban todavía sobre la conducta a seguir. En el fondo sentían una gran humillación; y muchos - por no decir la totalidad - se presentaron voluntarioos por no verse desmerecidos. Esta manifestación de orgullo, en el sentido más noble de la palabra, les permitía, en consecuencia, no verse obligados a bajar la cabeza y alcanzar, al mismo tiempo, la trascendencia espiritual, base y criterio de sus convicciones religiosas.

 

Finalmente, la tercera categoría agrupaba un gran número de hombres cuyas reacciones psicológicas les hacían parecidos a los occidentales y a los refljeos de estos. No se trataba de objetores de conciencia, pero razonaban sobre las normas menos subjetivas y hacían cáculos sobre el vaalor y laa utilidad del gesto sucicida. En oposición con las dos categorías anteriores, podría muy bien asimilárseles a los representantes de los librepensadores, los cuales, no obstante, quedarían también dentro de la tradición específica japonesa. Estos hombres, en su mayoría reservistas, no aceptaban el principio Jibaku y para ellos el finde la vida era algo más que un lanzamiento mortal. Entre estos combatientes se hallaban intelectuales, estudantes que habían recibido una ainstrucción y conocimientos que les abría otras perspectivas, nuevos horizontes e inquietudes. Dentro de esta categoría de individuos fueron muy pocos los que se presentaron espontáneamente como voluntarios.

 

Sin embargo, fueron quizá los Kamikaze mas numerosos. Esta aparente contradicción, que parece una verdadera paradoja, puede explicarse perfectamente. Los aviadores, movidos por una alta conciencia profesional, no permanecían del todo insensibles a las hazañas heroiscas realizadas, y el análisis frio y lógico de la situación hizo presa en ellos. Efectivamente, su disposición al razonamiento, despejado de fanatismo patriótico y de exaltación religiosa, les condujo a aprehender de una forma implacable la situación militar del momento, tanto en el aspecto táctico como estratégico.

 

Estos hombres, sensibilizados al extremo e incluso traumatizados por la coyuntura del país, se dieron cuenta muy pronto que los métodos tácticos clásicos quedaban ya en desuso. Las espatosas hecatombres humanas y las terribles pérdidas de material que, en la mayoría de los casos, no habían dado el menor resultado, probaban que los procedimientos de ataque convencionales no podían continuar utilizándose y que era preciso servirse de nuevos métodos. Entonces se impuso, ignorándolo ellos, la idea del ataque suicida, no como un camino que conducía al panteón de los héroes, sino como el únco medio eficaz de poder llegar hasta el enemigo. En medio su fría lucidez, estos aviadores no podíaan ignorar el hecho de que un hombre con un solo aparato tenía la oportunidad de lanzarse contra un buque enemigo, causándole más daños que una escuadrilla de avuiones en un ataque clásico. Este razonamiento que, aunque excesivo, puede muy bien ser admitido por un occidental , fue el fundamento de la resolución de muchos pilotos voluntarios japoneses y puede afirmarse incluso que el de la inmensa mayoría.

 

En lo que se refiere a los pilotos Tokubets dessignados en las circunstancias que ya conocemos, parace ser que después de un período de desarrrollo y de angustia muy comprensible, la mayoría adoptaron un estado de ániimo y un comportamiento muy parecidos a los del grupo de aviadores descritos anteriormente.

 

 

Testimonios

 

Todo este análisis psicológico no pertenece en absoluto al terreno especulativo, ni tan siquiera al de la interpretación más o menos erronea de la realidad ho¡istórica, pues si bien muchos de estos hombres desaparecieron, quedaron sus cartas. Un cierto número de voluntarios no pudieron realizar su lanzamiento suicida debido al fin de la guerra; su testimonio es de gran valor, pero es quizá en las cartas de los que murieron es donde hallamos los más hermosos matices de veracidad . Hay que señalar que fueron sobre todo los voluntarios de formación universitaria quienes escribieron estas cartas, tanto más importantes y significativas cuanto que pertenecen a unos hombres que realizaron su misión mortal sin el fanatismo exacerbado de unos ni la exaltación entusiástica de los otros.

 

No tenemos la intención de multiplicar el testimonio escrito de estos héroes y solo mencionaremos dos cartas, de las cuales reproduciremos los pasajes más esenciales. La primera pertenece al aspirante Teruo Yamaguchi de 22 años de edad, nacido en la región der Nagasaki. Estaba diplomado en la Universidad de Kokugakuin de Tokio, de donde salió para enrolarse en la aviación naval.

 

"Querido padre:

 

Estoy desconsolado por finalizar mi vida sin haber podido hacer nada por Vd. Me hubiera gustado ayudarle y testimoniarle mi gratitud por todo lo que ha hecho por mí. He sido destinado muy pronto a un cuerpo especial y acabo de saber que dentro de poco marcharñe hacia Okinawa. Todo ha acontecido brutalmente, pero voy a realizar mi deber hasta el final como corresponde a un buen japonés y espero lograr con ello una victoria. Sin embargo, siento mucha nostalgia; no puedo evitar el pensar en nuestro magnífico país, al que me siento muy atado. Temo que ello sea una debilidad. Desde que fui incorporado en una unidad Kikusui, no dejo de imaginar el rostro de Vd del de los amigos que he dejado a su lado y el de mi difunta madre. Me sirve de apoyo el repetirme que Vd desea tener un hijo valiente, pero me pongo meláncolico pensando en Vd No tengo un buen concepto de la vida militar; hay que ser demasiado resignado y debe olvidarse la propia personalidad, pero sé que es aquí donde encontraré el medio de morir utilmente por el país. . Si no me encontrase en una situación especial no habría tenido nunca la valentía de hablarle de esta forma. Debo también decirle que me llena de amargura pensar en los hombres políticos de nuestro país, que engañan a los ciudadanos; a pesar de ello, porque estoy convencido de la perennidad del Japón y de sus instituciones les obedeceré por medio de los jefes militares, sus agentes ejecutivos. Amo la historia de mi país, su pasado y las tradiciones de la familia imperial, símbolo de la eternidad. No tengo el espíritu de un militar, pero estoy lleno de orgullo y me siencontento de haber sido escogido para defender nuestro patrimonio. Sé que Okinawa será mi tumba y espero el cercano momento en que mi madre me acogerá en su reino. Ya no tengo miedo de morir y mi mayor deseo es que Vd viva el mayor tiempo posible para cuidar de mis hermanas a las que ruego trasmita mi eterno afecto. Hago votos para que todos puedan ver renacer un nuevo Japón, grande y pacífico. Estamos atravesando grandes desgracias, pero estoy seguro de que la raza japonesa sobrevivirá. Permítame pedirle difunda entre los que le rodean que es preciso pensar frecuentemente en la muerte. Voy a dar fin a mi carta, pues un ordenanza ha venido a convocarnos al puesto de mando. Vamos a partir en misión. Le dedico mi postrer Haiku. Su hijo Teruo"

 

"Podamos morir

como en primavera

las flores del cerezo

puras y brillantes"

 

 

 

(Mañana seguiremos con la segunda carta, que seguro será tan emocionante como la que acabo de transcribir)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

(Ahora va la otra carta de despedida)

 

La otra carta mencionada, fue escrita por el aspirante Susumu Kijitsu, perteneciente a la escuadrilla Genzan. Nacido en Omura, se haabía enrolado a los 22 años en un cuerpo especial, tan pronto como había obtenido su diploma del Gran Colegio Técnico de Nagoya.

 

"Muy queridos padres, amadísimos hermanos Takeshi y Hisoshi, querida hermana Eiko:

 

"Sin que vosotros lo supiésesis, hace unos días os dije adios volando sobre vuestra casa. La sombra de mis alas pasó sobre el techo y mis pensamientos iban enteramente dedicados a vosotros. Sé que muy pronto va a sonar mi hora, pero no tengo miedo a morir. Me preocupa la eficacia de mi actuación y me pregunto si me va a ser posible hundir un portaviones enemigo. Hablo frecuentemente de ellocon mis camarados y estamos convencidos de que nuestro sacrificio se verá coronado por el éxito. No nos sentimos desgraciados, pero lo que más me sorprende es la actitud de los voluntarios. Pienso que soy como ellos; estamos tranquilos, con frecuencia bromeamos y pasamos el tiempo leyendo o jugando a las cartas. ¿No creéis que, con la ayuda de esta clase de personas, Japón podrá superar sus desgracias y terminará triunfando? Pienso con frecuencia con Vds, queridos padres, y me pone muy triste la idea de que nunca podré testimoniarle mi reconocimiento por haberme educado en condiciones tan favorables. Me consuela el pensar que hoy o mañana tendré el honor de dar mi vida por el Emperador. No haré más que devolverle lo que él me dió. No tengan pena y estén orgullosos de mí, pues si mi cuerpo va a desaparecer, mi alma estará eternamente cerca de Vds.

 

"Hasta la vista, el momento ha llegado.

 

"Vuestro Susumu."

 

 

Nos parece inutil añadir ningún comentario a estas cartas, que traducen y resumen de un modo perfecto el condicionamiento psicológico de la gran mayoría de japoneses y el alma de los voluntarios de la muerte . Solo referiremos un hecho que se divulgó en las encuestas realizadas después de la guerra y que nos da una nueva dimensión de la grandez moral de estos hombres. Efectivamente, bastantes personalidades, curiosas por conocer la verdad sobre los voluntarios de los ataques especiales, descubrieron que los héroes eran casi siempre los mejores hijos de cada familia. Salvo raras excepciones, se pudo constatar que el enrolado con los cuerpos especiales era el hijo más afectuoso, el más instruido , el menos turbulento y aquel que daba mayor cantidad de satisfacciones a sus padres.

 

Esta particularidad, que agravaba la pena de las familias, era muy significativa, pues desvirtúa la creencia muy extendida según la cual los pilotos suicidas eran seres gregarios insensibles e incapaces de experimentar sentimientos humanos. Si exceptuamos el puñado de individuos exaltados que siempre podemos encontrar en todos los paises del mundo, vemos que los voluntarios japoneses fueron, al contrario, hombres tranquilos, conscientes y lúcidos. La serena valentía y resolución razonada de la mayoría de los combatientes desmiente también la opinión de que los ataques suicidas fueron accesos de cólera o rabia, ya que en tal caso nos es dificil imaginar a estos hombres, presos de tales sentimientos, esperando, con frecuencia durante varios días e incluso varias semanas, la ocasión de desatar su cólera.

 

 

Una gran lección

 

Es irrefutable que las tradiciones y el patrimonio espiritual japonés son los grandes responsables de este condicionamiento psicológico. Ambas circunstancias hicieron, de los combatientes y civiles japoneses, seres en los que las nociones de patria, respeto místico y entrega absoluta, estaban tan arraigadas que eran como su segunda naturaleza. Ello no excluía, sin embargo unas reacciones psicológicas parecidas a las nuestras. Entre ambas naturalezas no existe un abismo tan desmesurado y si nos remonatmos varios siglos en el curso de nuestra historia hallamos sentimientos muy parecidos y disposiciones de ánimo muy semejantes. Consecuentemente: ¿Hay que ver en el comportamiento japones una supervivencia del pasado? Sí, no cabe la menor duda.

 

Japón estuvo durante mucho tiempo cerrado a la evolución de las influencia occidentales. Cuando a finales del siglo pasado se abrió al exterior, sus gobiernos sucesivos quisieron asimilar todo aquello que consideraron todo lo mejor y rechazaron lo que creyeron sería nefasto. El Imperio del Sol Naciente se levantó sobre bases modernas, pero con una ética medieval. Los dirigentes nipones descartaron a propósito el influjo de la occidentalización. Para realizar sus objetivos más o menos confesables, o para servir a unas ambiciones desmesuradas, fueron infiltrando todo lo que podía enriquecerles. Al tiempo que recogían los frutos de la ciencia y de la técnica europeas, mantenían a la población al márgne de las grandes corrientes del pensaamiento moderno y ayudados por la propaganda, la religión sintoista y la educación, prolongaron el estado y el condicionamiento de la arcaica mentalidad nacional.

 

¿Sostuvieron una apuesta o dieron pruebas de una gran ingenuidad? Es muy dificil responder a esta pregunta. Lo que sí es cierto es que quisieron disociar el progreso técnico del progreso humano, pues no comprendieron, o no quisieron admitir, que el avance científico y la evolución humana forman un todo indivisible. Es muy posibles que los dirigentes japoneses, dándose cuenta de las condiciones filosóficas de la evolución occidental, quisieran evitar sus efectos sobre el pueblo nipón. La actitud de docilidad servil de una población condicionada y dispuesta a seguir los tabúes místicos tradicionales, se hubiera visto dañada por las corrientes materialistas, nihilistas y demás tendencias de la época. Es tan solo en este aspecto de las condiciones psicológicas donde quizá encontramos una simplicidad popular, que por otra parte no se halla exenta de grandeza.

 

Cuando Japón empezó a sufrir las consecuencias de la guerra, no hizo ni tan siquiera falta apelar a las tradiciones milenarias para obtener de los combatientes nipones un rebrote de agresividad y fanatismo; surgió espontáneamnete. Cuando el archipiélago filipino se vió amenazado, reapareció como cosa natural la propensión japonesa al sacrificio, manifestación lógica de la entrega y del espiritu místico específico. No se hizo necesario encauzarlo como un torrente impetuoso que hay que canalizar. Si bien el almirante Onishi quiso utilizar esta forma de guerra de un modo local y temporal, la extensión de la práctica suicida fue igualmente lógica. Para un japonés no había ninguna otra solución, si quería poner remedio a la dramática situación militar.

 

 

 

(Seguimos leyendo los condicionantes internos que condujeron a la creación/imposición de la idea de sacrificio supremo por la patria en la sociedad japonesa)

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

(Seguimos con las consideraciones finales.

 

Tras el Punto y Aparte preciso)

 

Aunque después de la guerra ciertas personalidades japonesas emitiesen críticas sobre el empleo de la metralla humana, considerándola como un procedimiento propio de un vencido, la mayoría de combatientes nipones tuvieron una fe inquebrantable en sus efectos tácticos y psicológicos. Las fuerzas armadas japonesas habían abrigado siempre el principio del desprecio a la muerte, e incluso, inspirándose en la vieja concepcion prusiana, sostenían que el combatiente no era más que un componente anónimo, una fuerza destructora que tenía que tratarse con tan pocos miramientos como al adversario. Esta concepción, que conducía de un modo implícito al principio Kamikaze, era la prolongación del ideal samurai. Podía considerarse como el corolario del culto sintoista, elevado al propósito a rango de religión del Estado, la cual divinazaba la guerra y sus héroes, por lo que tan solo poseía dioses guerreros, demonios de muerte y destrucción.

 

Japón se abrió a la industrialización en una época muy tardía y muy pronto quiso volar por sus propias alas, rechazando todo aquello que no podía servir a sus oscuros deseos. Rehusó especialmente la lucha aparentemente esteril entre las corrientes progresistas y espirituales modernas, pugna propia de los pueblos evolucionados. Se encerró dentro de sus tradiciones y, en los últimos meses de la guerra, aventajado por la tecnología americana, solo pudo oponer sus métodos procedentes del pasado, es decir, el combate suicida, especie de artesanado de muerte.

 

No sonriamos, pues sin duda alguna, el pueblo japonés fue el último del mundo en dar a la grandeza humana un sentido profundo, el verdadero. Un occidental no puede admitir naturalmente el sistema del gesto del suicidio táctico, tanto más si se considera que los japoneses asociaron a éste la noción de colectividad, pero ¿es posible permanecer insensible a las virtudes de los voluntarios? No importa cuál fuera la ética que los movía. Es de admirar el valor, la abnegación y la resolución conque demostraron hasta dónde puede llegar un hombre.

 

Quizá juzgamos severamente a Japón porque fue vencido, tal como se censura a un almirante que acaba de perder una batalla. Es la habitual parcialidad de la justa causa del vencedor contra la necesariamente in justa del vencido Posiblemente el mundo entero en general y en especial los propios japoneses, en caso de que Japón hubiera resultado vencedor, hubieran adorado el sistema de ataque. ¿No lo habían hecho ya en el siglo XIII cuando el viento de Ise (Kamikaze) les había salvado de un desastre de parecida naturaleza?

 

Después de la guerra, los japoneses criticaron severamente el método de ataque suicida y los jefes que lo habían aplicado. Siempre existe una cierta facilidad a emitir a posteriori, juicios rigurosos, en unas condiciones que no son las mismas que las de aquel momento, sobre todo cuando es cuestión de sensibilidad emocional. No se trata de defender un principio que condenamos desde el fondo de nosotros mismos, pero hay que comprender las razones de este pragmatismo japonés. La presente obra habrá logrado su objetivo si ha podido aportar una cierta luz sobre este fenómeno espiritual extraordinario sin prececedentes en la historia..

 

Nuestra intención ha sido demostrar que los ataques suicidas japoneses no fueron la consecuencia de una exaltación demencial y colectiva, sino que hay que considerarlos como la prolongación y la consecuencia lógica nacional que hizo su aparición bajo la presión de los acontecimientos y de la situación militar que resultó de aquéllos. Fue como el fruto de un viejo árbol de mas de 2000 años de vida que el cariz de la guerra hizo madurar. Es cierto que la vanidad de este impulso patriótico puede parecernos irrazonable y que el sacrificio de todos estos hombres fue inutil, tal como lo son todas las guerras, pero por más excesivos y monstruosos que puedan ser sus procedimientos tácticos, los héroes japoneses dieron al mundo una gran lección de pureza. Desde su lejano pasado milenario, transmitieron al mundo un mensaje olvidado de grandeza humana.

 

 

 

(Y aquí acaba la transcipción del libro "La epopeya Kamikaze" del francés Bernard Millot. Poco me queda más que añadir a los textos ya leídos. Solo me gustaría recordar que fue escrito en su original en el año 1970. Y que la la primera versión en castellano data de junio del año 1975 (Bruguera; Barcelona. Colección Libro Amigo nº 328; todavía disponible en Iberlibro).

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Bufff...

Que decirte, amigo Jenisais. Sobre todo agradecerte el inmenso trabajo que te tomas para mostrarnos esos estupendos libros. Y que decir de este libro. De un tiempo acá, todo lo oriental, y en especial lo japonés, se ha revestido de una mística gigantesca.

Está claro que hay una grandeza en ese sacrificio individual, pero no pienso lo mismo en el colectivo. Ese sentimiento no podemos disociarlo del mismo que provocó la marcha de la muerte en Filipinas, lo ocurrido con la población civil en los territorios que ocuparon o el trato a los prisioneros, por decir algo sin salirnos de la II GM.

No puede haber grandeza en el desprecio la vida humana de los demás, por mucha mística poesía o flores de cerezo que les pongamos. En la propia, cada uno sabrá lo que quiere hacer, y ese sacrificio si puede parecernos sublime.

 

Y suerte tuvieron que la II GM ya estaba decidida, que si no, los EEUU no dejan un japonés con la cabeza en el sitio, que bastantes generales pedían por ello y no tuvieron las represalias que podrían esperarse, fruto de las tensiones con la URSS.

Edited by Bear
Link to comment
Share on other sites

Buenasss

 

Bear, como de costumbre agradecerte tu gentileza. Piensa lo que suelo repetir cada vez que acabo un libro: vuelvo a disfrutarlo yo, y lo hago disfrutar a los forero-lectores.

 

En efecto, es una obra muy completa. Y muy importante: Neutral. Porque es aquí muy facil posicionarse en cualquiera de los dos sentidos: Barbarie o Lirismo. Bernard Millot, su autor, nos deja elegir. Todo lo más se preocupa porque conozcamos todos los recovecos, que los tiene, del mundo de los Kamikaze. Han pasado casi 70 años desde los hechos narrados, y la controversia (y el interés) no han perdido fuerza.

 

Mientas La Marcha de la Muerte. Bear, ese atroz comportamiento es la conclusión natural de las consecuencias del código Bushido: No se contemplan los prisioneros. Ni propios, ni meno extraños. Y qué decir de la masacre de Nanking hace ya 75 años con cerca de 300.000 víctimas inocentes...(Ví la película en Internet no hace tanto, y aún me duran las secuelas)

 

También tú te has dado cuenta de lo que hubiera supuesto el tener que llegar a la invasión pura y dura del Japón metropilitano. Por ello, seguro recuerdas la cita que hice durante la transcripción, de lo que tenía pensado el gral. Curtis E. Le May...

 

En fin, podremos tener cada uno un sentimiento acerca del fenómeno de los aviadores japoneses suicidas, pero lo que es seguro es que a ninguno de nosotros nos ha dejado indiferentes. A mí el primero.

 

Saludos

Link to comment
Share on other sites

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Reply to this topic...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.


×
×
  • Create New...

Important Information

Some pretty cookies are used in this website