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Anécdotas curiosas de pilotos de la 2ª Guerra Mundial


Gran colibrí

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Como llevaba el post una buena temporada quieto y el otro día me topé con una anécdota con un punto de picaresca curiosa, no me he resistido a escribirla a continuación. ¡Ah!, y así aprovecho para recordaros que todos estais emplazados para contar aquí las anecdotas que sepais. Saludos.

 

 

 

EL PILOTO QUE SE HIZO EL MUERTO

 

El 23 de noviembre de 1939 tres Hurricanes británicos se encontraron sobre Alsacia con un solitario Dornier Do-17.

 

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El bombardero trató de huir, pero los cazas le dieron alcance y abrieron fuego contra él. Cuando comenzó a caer, alcanzado en un motor, dos tripulantes saltaron en paracaídas. El teniente Cyril Palmer puso su Hurricane en paralelo al Dornier y vio al piloto abatido sobre los mandos.

 

 

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Se acercó más, confiado, cuando de repente el alemán resucitó, redujo bruscamente la velocidad para colocarse detrás del Hurricane, se cambió de un salto al asiento del navegante y abrió fuego con su ametralladora. La ráfaga alcanzó de lleno al caza británico. Palmer logró aterrizar con su Hurricane gravemente dañado en un campo cercano. A poca distancia tomó tierra el Dornier, pilotado por el sargento Arno Frankenberger, el hombre que le había engañado con el viejo truco de hacerse el muerto.

 

Extraido del Blog: "Con las alas en mi pecho" por Francisco Lavin.

Edited by Gran colibrí
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Hay que tener sangre fría, el cerebro muy lavado para matar enemigos o unas ganas inmensas de lograr la Cruz de Hierro, para hacer semejante tontería. Menudo el señor Arno.

 

Y algo que me sorprende. A finales del 39, ¿Qué hacia una patrulla de Hurris volando tan al sur? Alsacia está a más de 500 kilómetros de la costa inglesa, casi es Suiza.

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  • 3 months later...

El piloto que combatió contra los nazis junto a su osito de peluche

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Imagen de Stephen Beaumont y de su inseparable compañero de fatigas "Beaumont"

 

Para entender la historia del teniente Stephen Beaumont y de su curiosa mascota es necesario viajar en el tiempo hasta julio de 1940, mes en que la temible Luftwaffe comenzó a bombardear Gran Bretaña como parte de una gigantesca operación ideada por Adolf Hitler para tomr las islas. Fue en ese momento cuando la RAF movilizó a sus pilotos para, en inferioridad de condiciones, combatir contra los cazas nazis y obligarles a retirarse hasta Alemania. Una tarea ardua en la que falleció hasta un 20% de los aviadores ingleses.

Precisamente uno de aquellos valientes de la RAF era el teniente Stephen Beaumont quien, a los mandos de su Spitfire luchó en los cielos contra los pilotos de la Luftwaffe de forma valerosa. Sin embargo, además de por su pericia con los aviones, si por algo llamaba la atención este militar era porque siempre iba acompañado en su cabina de un curioso compañero, un osito de peluche con el escudo real y las letras AM (Ministerio del Aire) cosidas en su pecho. ¿La razón? Afirmaba que le traía suerte.

Así debió ser, pues Stephen fue uno de los pilotos que sobrevivió a la contienda. Con todo, tanto él como el resto de sus compañeros entraron a formar parte de «Los pocos» (en alusión a la famosa frase que Churchill dijo sobre la RAF de «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos»). Aquella contienda supuso todo un reto para los pilotos británicos, los cuales estaban sometidos a una gran tensión mental y dormían muy pocas horas debido a que tenían que estar siempre atentos a las emboscadas de la Luftwaffe.

«De los 3.000 aviadores que sirvieron en este período, un sexto murieron en combate. Los objetos de peluche se convirtieron en mascotas populares que ayudaron a reforzar el valor y la voluntad de los hombres que participaron en un conflicto donde la supervivencia era una cuestión de suerte y de habilidad. En concreto, este oso acompañó al teniente, de 30 años, en multitud de sus misiones», explica, en declaraciones al «Daily Mail», un historiador local.

Tras la Batalla de Inglaterra, «Beaumont» viajó junto a su dueño, recién ascendido a comandante de escuadrón, hasta la retaguardia. Y es que, allí Stephen se dedicó a entrenar a los pilotos más jóvenes, a los que enseñó a manejar los Spitfires y los Hurricanes, y formó parte del equipo que planificó la invasión de Normandía. Después de la guerra, el teniente –que era abogado antes de la guerra- regresó a su ciudad natal, donde se hizo forense y, en 1979, Sheriff. Finalmente, murió a los 87 años, aunque siempre guardó su preciado osito de peluche.

 

Recientemente, la familia del piloto sacó a subasta al osito por un minimo de 10.000 libras en una conocida casa de subastas británica.

 

 

Edited by Gran colibrí
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  • 5 months later...

Franz Von Werra y sus evasiones

Habiendo relatado anteriormente la historia de Douglas Bader, creo que es de justicia comentar las aventuras de Franz Von Werra, que a pesar de ser poco conocido, se le podría conceder mucha más importancia de la que los libros sobre la segunda guerra mundial le han dado, por la importancia de los hechos relacionados con él que aquí se van a presentar. Es lo que tiene el formar parte del bando perdedor en una guerra.

 

He desestimado el “relato resumen” porque sería descafeinar sus peripecias, así que, sin más preámbulos, paso al relato de la rocambolesca historia de este piloto alemán.

 

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El teniente Franz Von Werra era un tipo que le echaba mucho morro a todo, pero lo hacía porque tenía mucha imaginación, era inteligente y porque cuando llevaba cierto tiempo en la Luftwaffe, se dio cuenta de que el mejor modo de progresar era que hablasen de uno, al ver que lo que impresionaba era la osadía, el arrojo,..., en una palabra la excentricidad. Incluso a la hora de hacerse con una mascota fue diferente a sus compañeros y tomó como tal a un cachorro de león al que puso de nombre Simba. Como colofón a su curriculum se añadió el título de barón para darse cierto lustre ante sus camaradas y superiores.

 

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Nada más comenzar la guerra su primer objetivo fue convertirse en as y consiguió derribar 8 aviones, derribos que en su momento fueron confirmados. En cierta ocasión tras regresar de una patrulla en solitario se jactó de haber derribado 5 Hurricanes y destruido otros cuatro en tierra, esos dudosos derribos y destrucciones pusieron a Franz entre los mejores pilotos al comienzo de la guerra, pero le quitaron cuatro de esos Hurricanes lo que no fue obstáculo para que le fuera concedida la Cruz de Caballero. Tardaría mucho tiempo en lucir esa distinción pues antes de que se le fuera entregada y en su décima misión en el verano de 1940 fue derribado sobre los cielos de Inglaterra y hecho prisionero.

 

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En un primer interrogatorio llevado a cabo por un hábil oficial inglés, éste le comenzó a hablar sobre Alemania y otras cuestiones aparentemente triviales, pero que proporcionaron a dicho oficial una valiosa información sobre el prisionero sin que Von Werra se percatase de su propia indiscreción, Von Werra había tenido la precaución de quemar cuantos papeles llevaba encima para evitar que los ingleses pudieran saber más de lo que él conscientemente pudiera decir, pero aún así el oficial inglés consiguió sacarle todo lo que pudo que no fue poco. Von Werra se dio cuenta de cuanto había dicho de un modo inconsciente durante ese primer interrogatorio, cuando en un segundo interrogatorio otro oficial le espetó tras una larga conversación, nombres de su mejor amigo, su mascota, grupo de caza y unidad a la que pertenecía; en sucesivos interrogatorios sufrió el acoso de diferentes oficiales de inteligencia que pusieron en práctica todos los medios posibles para conseguir sacarle más información, sin darse cuenta que Von Werra era un tipo inteligente que había aprendido la lección, no dando información militar a sabiendas de que lo hacía, sin embargo, esos interrogatorios sirvieron para que el piloto alemán aprendiera casi todos los trucos de los ingleses para hacer hablar a cualquier prisionero. Lo aprendido por Von Werra tendría consecuencias en un futuro no muy lejano, como veremos más adelante.

 

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A unos 35 kilómetros de las costas del mar de Irlanda, en Grizedale Hall, había un caserón de piedra con 40 habitaciones, que era usado como “albergue” para prisioneros de guerra y que estaba muy bien vigilado, allí fue conducido Franz Von Werra.


A los pocos días de encontrarse allí ideó un plan para fugarse. Durante los paseos que se llevaban a cabo cada dos días, para que los prisioneros pudieran hacer ejercicio y caminar, estos tomaban dos direcciones aleatorias, hacia el norte o hacia el sur, dependiendo del criterio de un sargento que guiaba la comitiva de prisioneros y guardianes, compuesta por el sargento montado a caballo que iba al frente de la comitiva, un oficial jefe de la comitiva y ocho guardianes, cuatro de los cuales iban detrás, y los otros cuatro al lado de los prisioneros. La distancia a recorrer era de aproximadamente tres kilómetros, al cabo de los cuales se detenían a descansar unos 10 minutos para tras el descanso volver a la casona prisión.

 
Cuando la comitiva se dirigía hacia el norte, las posibilidades de fuga eran casi nulas, pues el terreno estaba configurado por un prado abierto y amplio, guardado por una valla de alambre y sin lugares donde poder ocultarse. Por el contrario, el camino hacia el sur ofrecía al menos una posibilidad de escapar, era el momento en que el grupo se paraba a descansar, haciéndolo junto a una tapia de piedra. Von Werra pensó que si sus compañeros entretenían a los guardianes, él podría saltar la pequeña tapia y escapar agachado junto a la misma, para más allá internarse en el bosque, e intentar llegar a la costa con la finalidad de tomar un buque de un país neutral que le condujese a la libertad.


En uno de los paseos, uno de los prisioneros dio orden de seguir la ruta del sur, y todos emprendieron dicho camino, ni el sargento dijo nada, ni el oficial puso objeción alguna, los vigilantes tampoco notaron el engaño y todos creyeron que el sargento había dado la orden, y éste a su vez, pensó que aquel día el oficial había decidido elegir la ruta. Al llegar al lugar de descanso, se repitió el protocolo de siempre, los vigilantes se situaron a un lado de la carretera mientras los prisioneros se situaban del lado de la valla para permanecer de pie o moverse a uno y otro lado. Von Werra se situó tras sus compañeros más altos, todos los cuales se agruparon en un determinado momento con arreglo al plan preconcebido, Von Werra se subió a la pequeña tapia de no más de un metro, y a una señal de uno de sus amigos, saltó al otro lado.

 

Al reiniciarse la marcha, unas mujeres que habían visto la fuga comenzaron a agitar las manos para alertar a los guardianes, pero uno de los prisioneros comenzó a devolver los saludos, acción a la cual se sumaron otros compañeros, con el resultado de que las señales de las mujeres no fueron tenidas en cuenta por los guardianes. Tras el incidente los prisioneros empezaron a cantar para (en otra señal acordada) indicar al fugitivo que todo iba bien y no había sido descubierto, no obstante el hecho de que los prisioneros cantaran alertó al sargento y al oficial, pues estaba prohibido cantar durante los paseos. El sargento sospechando que algo ocurría, empezó a pasear arriba y abajo intentando contar á los prisioneros, pero estos dándose cuenta de lo que pretendía empezaron a moverse, a agruparse y separarse para impedir que consiguiese su propósito. La actitud de los prisioneros incrementó las sospechas del sargento, que tras comentarlo con el oficial se dirigió a la parte delantera de la columna e hizo al grupo de prisioneros detenerse a punta de pistola, entonces el oficial y el sargento comenzaron a contar, y tras la comprobación se dieron cuenta que faltaba un prisionero. Tras varios días vagando por la campiña, Von Werra fue localizado pero volvió a escapar, dos días más tarde fue pillado definitivamente y al regreso a su prisión estuvo incomunicado durante varios días antes de ser enviado a una nueva prisión.

 

Franz Von Werra llega a su nuevo destino, el campo de prisioneros de guerra de Swanwick, situado en el centro de Inglaterra, nada más llegar ya empieza a pensar en el modo de volver a fugarse, poniéndose de inmediato manos a la obra comenzando a estudiar los sistemas de seguridad de su nueva prisión. Swanwick, estaba rodeada por dos robustas vallas de alambre de púas y entre ellas paseaban constantemente patrullas de vigilancia. A lo largo de la valla exterior se alzaban torres con centinelas provistas de ametralladoras y proyectores de luz, incluso las mismas vallas estaban iluminadas permanentemente de noche, solo se apagaban durante las alarmas por ataque aéreo, durante los cuales se reforzaba la guardia. A la vista de la situación, Von Werra llegó a la conclusión de que para poder escapar debía cavar un túnel.

 
El barracón donde estaba alojado estaba a un metro, quizás algo más, de la valla interior, tras hacer sus cálculos llegó a la conclusión que un túnel de entre unos 13 o 15 metros sería suficiente y aunque la posible salida del túnel estaba muy cercana a una de las torres de vigilancia, observó que había algunos matojos y árboles que le ayudarían a ocultarse.

 
A los pocos días, cinco oficiales alemanes prisioneros apoyaron su idea y formaron la “Compañía Minera de Swanwick”. Los seis comenzaron a trabajar con entusiasmo en el túnel, usaban palas de mango corto para excavar, y cubos de los usados contra los incendios que podían producirse por las bombas incendiarias que los aviones de sus compatriotas lanzaban durante los bombardeos.

 
Uno de los miembros del equipo descubrió una enorme cisterna parcialmente vacía, en donde descargaban la tierra que se extraía del túnel. El mal olor y algún que otro leve derrumbe fueron problemas adicionales que por fortuna no ocasionaron problemas mayores ni levantaron sospechas entre los centinelas. Todos los prisioneros colaboraron de algún modo en el plan, vigilando o avisando por medio de palabras clave sobre la presencia de guardianes, así en ocasiones, y cuando al excavar se producían ruidos, se ponían a cantar o montaban alguna algarabía para enmascarar dicho ruido.

 
Se fue construyendo el túnel durante un mes de trabajo casi continuo, al cabo del cual dicho túnel ya estaba listo para proceder a la fuga, todos los que iban a escapar, excepto uno que desistió, tenían planeado ya los movimientos posteriores a su salida del campo. Cuatro de ellos habían decidido dirigirse a dos puertos para abordar un buque neutral que les condujera a la libertad definitiva, dos habían decidido ir a Glasgow, y otros dos a Liverpool, Von Werra decidió llevar a cabo la aventura en solitario, pues su experiencia anterior le había servido para darse cuenta de que una vez fuera del lugar de confinamiento se debía salir inmediatamente del país, antes de que se iniciase la búsqueda, pues una vez comenzada ésta, las posibilidades de escapar eran casi nulas. El audaz piloto alemán decidió que el mejor medio de conseguirlo era hacerse pasar por un piloto aliado derribado, presentándose en un campo de la RAF para buscar el modo de hacerse con un avión para escapar.


Tras meditar de que modo podría llevar a cabo su propósito, decidió hacerse pasar por un piloto holandés que se hubiera estrellado al regreso de una misión de bombardeo, la idea era creíble por cuanto en Gran Bretaña había cantidad de pilotos de diferentes países, entre ellos Holanda, los cuales hablaban un inglés horrible, y Von Werra aunque con cierto acento, lo hacía de un modo muy aceptable. Se haría pasar por piloto del “escuadrón mixto de bombardeo” con base en Aberdeen (norte de Escocia), pensó en ese nombre porque la ambigüedad de la designación de escuadrón, le permitía cierta libertad para contestar a ciertas preguntas que pudieran hacerle si alguien le pedía explicaciones.

 
Von Werra se equipó con ropas que consiguió de otros prisioneros e incluso se compró una bufanda de lana con cuadros y colores escoceses para dar mayor realismo a su indumentaria, el mayor problema fue el disco de identificación vulcanizado que por fin y con cartón, consiguieron falsificar el “grupo de falsificaciones” del campo. A las nueve de la noche del 20 de diciembre de 1940, Von Werra salió del túnel, la suerte se había aliado con él pues la noche estaba muy oscura y la alarma antiaérea había provocado que las luces del campo se apagaran, tras salir uno a uno los cinco fugitivos, se reunieron en una especie de cobertizo situado lo suficientemente alejado como para que no fueran vistos y se despidieron deseándose mucha suerte.

 

Von Werra se quedó junto al pajar y esperó a que la alarma antiaérea cesase, pues no deseaba ser detenido como superviviente de un avión alemán derribado, con un poco de suerte la fuga no sería descubierta hasta la mañana siguiente a la hora de pasar lista, lo que le daría un margen de tiempo suficiente para huir lejos.


Como a las tres de la mañana aún seguía el bombardeo, Von Werra no se atrevió a seguir esperando, pues la proximidad del campo unido a un menor tiempo para alejarse incrementaba el riesgo de ser capturado de nuevo, así que salio de su escondite, y se fue con paso firme y rápido del lugar con su “flamante” uniforme, llevando debajo del brazo un ejemplar del Times que también había conseguido en el campo de prisioneros. Posiblemente estaría más preocupado si supiera que ya se había descubierto su fuga, uno de sus compañeros había robado una bicicleta que resultó ser de un policía que se había bajado a echar un vistazo, y que al percatarse del hecho dio la alarma.

 
Tras recorrer varios kilómetros, Von Werra oyó una locomotora que se encontraba en un desvío, próximo a una estación, y se puso a correr para alcanzarla, subiendo a la cabina con gran asombro del maquinista al que le dijo que era el capitán Van Lott de la fuerza aérea holandesa y actualmente en la RAF, añadiendo que acababa de hacer un aterrizaje forzoso en un aparato Wellington tras haber sido alcanzado en un ataque sobre Dinamarca, concluyendo que debía llegar lo más pronto posible al campo más cercano de la RAF y preguntando que donde podría haber un teléfono cerca.

 
El maquinista le dijo que el fogonero dejaría el servicio y le acompañaría a la estación, paró la máquina, y Von Werra y el fogonero se bajaron, ambos caminaron por la vía llegando a la estación hacia las 5:30 de la madrugada, el lugar donde se encontraba el teléfono estaba cerrado, era la taquilla y el taquillero no llegaría hasta las seis. El taquillero al llegar, escuchó la historia que Von Werra ya le había explicado al maquinista, añadiendo que la dotación estaba sana y salva, y él se había encargado de ir a buscar un teléfono para pedir ayuda.

 
El taquillero le hizo algunas preguntas y llamó a la policía, cuando acabó de hablar le dijo a Von Werra que no se preocupara, que enseguida llegaría alguien que le podría ayudar, entretanto llegaba esa ayuda, le ofrecieron té que había preparado el empleado del andén, y los tres charlaron sobre el accidente. El taquillero impresionado por la historia y las explicaciones del fugitivo se ofreció a llamar de nuevo directamente a la base más cercana, Von Werra le dijo que lo hiciera y el empleado se puso en contacto telefónico con el oficial de servicio de la base de Hucknall, el interlocutor tras las explicaciones de primera mano, pidió que el presunto piloto holandés se pusiera al teléfono. Al final, tras algunas dificultades, Von Werra consiguió convencerle, sintiendo cierto alivio cuando oyó decir que enviarían un vehículo a recogerle.

 

A las siete, aparecieron en la estación tres policías, dos de ellos iban vestidos de paisano y un tercero con uniforme de sargento. La primera pregunta tras un rato de observación fue un “Sprechen sie deutsch?” (¿habla usted alemán?), Von Werra no cayó en la repentina y hábil trampa, y respondió en inglés: “sí, lo hablo, la mayoría de los holandeses lo hablan”. Tras una serie de preguntas a las que el piloto “holandés” respondió con firmeza, los policías le pidieron la documentación y Von Werra les respondió sonriendo: “¿No sabe usted que está prohibido volar con documentación personal?”. Tras otra serie de preguntas y al conocer que un coche del aeródromo de Hucknall iba a recoger al piloto, los policías dieron por supuesto que estaban ante un piloto holandés, le desearon suerte y le comentaron que la noche anterior se habían escapado unos prisioneros alemanes, y que habían pensado que él podía ser uno de ellos, de ese modo Von Werra supo que ya había sido descubierta su fuga.

 
Al poco de irse la policía, apareció un vehículo del que bajo un soldado de aviación, que tras saludar marcialmente le dijo: “transporte para Hucknall, jefe”. Tras recorrer los 16 kilómetros hasta el campo de aviación, el soldado detuvo el coche ante el cuartel general del campo y llevo al piloto a la oficina del oficial de servicio. El oficial británico sospechaba que el tal Van Lott podía ser un impostor y cerro todas las ventanas al tiempo que subía la calefacción al máximo, para forzar así a Von Werra a quitarse el traje de vuelo que llevaba sobre el uniforme, incluso al entrar le pidió que se lo quitara, a lo que el alemán respondió que no merecía la pena porque su avión llegaría enseguida.

 
Tras una larga conversación en la que de nuevo Von Werra repitió a petición del oficial inglés, su supuesta odisea añadiendo todo lo ocurrido hasta su llegada al aeródromo incluido el interrogatorio de la policía, pareció que su interlocutor se convenció de que lo narrado era cierto.


Por fin, el oficial inglés le pidió que le mostrara el disco de identificación y Von Werra se dispuso a sacarlo de debajo del traje de vuelo, pero al tocarlo, se dio cuenta de que con el sudor que el calor le había provocado, el cartón se haba vuelto un amasijo de pasta, entonces no se atrevió a enseñarlo y empezó a buscar por los bolsillos con intención de ganar tiempo, de nuevo la fortuna le sonrió al sonar el teléfono, era la llamada que estaban esperando de Aberdeen, momento que el alemán aprovecho para indicar con un gesto que iba al baño, abrió la puerta del servicio de caballeros y la cerró de nuevo para escabullirse por la puerta principal del cuartel en dirección a los hangares, delante del segundo de los cuales había un grupo de Hurricanes, y de nuevo hizo gala de su inventiva y determinación.

 
Se encontró con un mecánico y le dio los buenos días al tiempo que decía: “Soy el capitán Van Lott, piloto holandés, me acaban de destinar aquí, pero nunca he volado en Hurricanes, el oficial de guardia me manda para que usted me enseñe a manejar los mandos y pueda hacer un vuelo de práctica ¿Qué aparato está listo para despegar?”. Tras el intercambio de algunas palabras en las que el mecánico mostró su extrañeza, preguntándole que si no se había equivocado de lugar, y la insistencia de Von Werra en que el oficial de guardia le había dicho que se presentara precisamente en ese lugar, el mecánico le dijo que no podría atenderle mientras no hubiera firmado en el libro de visitas y añadió: “espere un minuto”, mientras se iba hacia el hangar en busca del gerente.

 
El mecánico regreso con un hombre, el gerente, que pidió a Von Werra que le acompañara para cumplir con las formalidades preceptivas, tras cubrir un impreso y firmar en el libro, el gerente le indicó que solo faltaba recibir los papeles de instrucciones para la entrega del avión, Von Werra le dijo que mientras llegaban esos papeles, le podían dar algunas indicaciones sobre los mandos, a lo que el gerente accedió, cuando estuvo a bordo del avión Von Werra se dispuso a pulsar el motor de arranque y el mecánico le indico que solo se podía arrancar con un acumulador, una nueva pérdida de tiempo del que ya el piloto alemán apenas disponía, pues el oficial de guardia ya estaba buscando al falso piloto holandés. El mecánico se alejo en busca del acumulador, al volver, y tras colocar los cables del mismo, mientras Von Werra comenzaba a accionar la bomba de inyección de combustible, apareció el oficial de guardia apuntándole con una pistola y ordenándole bajar del avión. Así acabó la segunda intentona de fuga del osado piloto alemán, aún habría un tercer intento.


Si nos fijamos un poco en el relato, incomprensiblemente todas las explicaciones dadas por Von Werra fueron aceptadas, a pesar de que algunos de sus interlocutores, caso de los policías que conocían la fuga del campo de prisioneros, por ende el traje de vuelo tampoco se ajustaba a ningún tipo reglamentario, ni siquiera a los tipos de traje de vuelo usados por pilotos de otras nacionalidades, nadie se molestó en comprobar la identidad del piloto con su disco o chapa de identificación, salvo el oficial de guardia del aeródromo al que también consiguió engañar y por poco consigue su propósito, la suerte que le había acompañado en momentos puntuales le abandonó en el último segundo. Al respecto, uno de los miembros de la base dijo: “Muchos de nosotros que tenemos sangre deportiva casi lamentamos que no se saliera con la suya”.

 

Al reintegrarse de nuevo al campo de prisioneros de Swanwick, Von Werra y el resto de compañeros de fuga, en total cinco, fueron castigados a 14 días de encierro. Por la mañana del día 14 de dicho encierro, les comunicaron a los cinco que serían enviados a Canadá junto a otro grupo de prisioneros. A Von Werra no solo no debió de importarle demasiado, si no que además, comenzó a recabar información de otros prisioneros que pudieran conocer algo de dicho país, por supuesto lo hacía con la intención de repetir el intento de fuga.


Con todo, el piloto alemán estuvo custodiado por una guardia especial hasta el momento de zarpar a bordo del buque Duchess of York del puerto escocés de Greenock, era el 10 de enero de 1941. Durante la travesía se pasaba horas metido en una bañera llena de agua de mar fría como el hielo. El objeto de hacerlo era para aguantar mejor el frío y para en caso de poder saltar al agua al llegar a puerto, estar acostumbrado a soportar las bajas temperaturas. El 21 de enero el buque llega al puerto canadiense de Halifax pero a Von Werra no se le presenta ninguna oportunidad de saltar al agua y huir. Todos los prisioneros fueron conducidos a un tren, y Von Werra pensó que en el tren podría tener la oportunidad que no tuvo en el puerto. En cada vagón iban 35 prisioneros custodiados por 12 guardias, de los cuales, tres montaban guardia en el pasillo, cada vez que un prisionero iba al retrete era acompañado de un guardia y no se le permitía cerrar la puerta del mismo, las ventanillas eran dobles y presuntamente serían difíciles de abrir, pero en todo caso no se permitía a los prisioneros abrirlas.


Tras la opípara cena que ofrecieron a los prisioneros, algunos de los que habían pensado en fugarse olvidaron su propósito, pero Von Werra seguía pensando en escapar y su intención se reafirmó al enterarse de que iban a un campo de prisioneros de Ontario en la ribera del lago Superior, y muy cerca de la frontera con EE.UU, por entonces país neutral.

 
Pensó que si saltaba del tren podría conseguirlo, pero no podía hacerlo a plena marcha porque era demasiado arriesgado y podría matarse, tampoco podía saltar en una estación porque la vigilancia se hacía más estrecha, e incluso se colocaban guardias en el exterior, estaba claro que el mejor momento era cuando el tren fuera a baja velocidad tras salir de la estación y poco antes del amanecer.

 
Von Werra se puso a intentar abrir la ventanilla interior mientras sus compañeros distraían a los guardianes, consiguió que se abriera más o menos un centímetro, era una abertura pequeña pero de ese modo el calor del coche llegaría a la ventanilla exterior e iría descongelándola, lo que facilitaría la apertura de la misma. Tras una larga espera a ver que ocurría, Von Werra pidió a sus compañeros que abriesen del todo las válvulas de calefacción. Aún así, tenía una serie de problemas sin solventar, debía abrir la ventana exterior sin que los centinelas se diesen cuenta, luego ponerse el abrigo (si se lo ponía antes con el calor que había en el vagón, levantaría sospechas) y saltar eligiendo el momento más oportuno.

 
De nuevo la suerte vino en su ayuda, aquella noche los prisioneros volvieron a tener una suculenta cena y tras ella comieron cantidad de manzanas, por lo que a partir de la medianoche el ir y venir de prisioneros al lavabo fue continuo, lo que para los guardianes resulto ser un hecho divertido que les relajó en sus labores de vigilancia, además, la inesperada situación requería su continua atención, y por momentos en el vagón solo quedaba un vigilante. Las molestias de los prisioneros eran tantas que algunos incluso se pusieron el abrigo y se acurrucaron en sus asientos sujetando su vientre, por tanto Von Werra pudo ponerse el abrigo, pues no había nada de sospechoso en que lo hiciera, se sentó con una manta sobre sus rodillas y la cabeza entre las manos, y así, cuando el tren empezó a aminorar la marcha para parar en la próxima estación, se levantó y empezó a sacudir la manta, mientras, un compañero tapado por ella, abría la ventanilla interior. Durante la parada en la estación la ventanilla exterior se desheló del todo, de modo que aquel cristal absolutamente limpio era un peligro porque destacaba sobre el resto, por fortuna, ninguno de los guardianes se fijó en el detalle.

 
Nada más arrancar el tren, varios prisioneros se levantaron y pidieron ir al retrete, mientras uno de los compañeros repetía la maniobra de la manta tapando la ventana, Von Werra tiró de la ventanilla que no sin cierta oposición, se abrió, entonces saltó. Tras el salto, sus compañeros cerraron de nuevo ambas ventanillas y la fuga no se descubrió hasta que el tren estuvo a mucha distancia. Se supone según los canadienses que Von Werra se habría tirado del tren a unos 50 kilómetros de la frontera.

 
A las siete de la mañana del 24 de enero, Von Werra llegó a la localidad de Johnstown en la orilla norte del río San Lorenzo, en la orilla opuesta estaba la localidad de Ogdensburg (estado de Nueva York), el río estaba helado y pensó que podría cruzarlo a pié, se encontró con un canal de agua, regresó a la orilla canadiense y se dirigió a un campamento en el que encontró una canoa, estaba pegada al suelo por el hielo pero consiguió despegarla, la arrastró y a bordo de ella, llegó a la orilla estadounidense arrastrado por la corriente, paró un coche que iba conducido por una enfermera a la que pregunto si estaba en la orilla estadounidense, tras confirmarle que así era, Von Werra se identificó como oficial de la fuerza aérea alemana añadiendo: “soy  prisionero de guerra”.

 

A pesar de encontrarse en un país neutral (lo era oficialmente pues aún no había entrado en guerra) Von Werra distaba de estar del todo a salvo de ser de nuevo enviado al campo de prisioneros. No hacía mucho que un prisionero huido de Canadá, llegó a Minnesota, y fue devuelto de nuevo a Canadá. En principio Von Werra fue acusado de entrada ilegal en el país y fue encarcelado en Ogdensburg, pero los reporteros sensacionalistas comenzaron a interesarse por sus exageradas historias (había comentado que se había escapado a unos 160 kilómetros de la frontera y cerca de Ottawa), y todas sus declaraciones hicieron que su huida tuviera una repercusión internacional.

 
El cónsul alemán pago una fianza de 5000 dólares que más tarde se elevó a 15000 para evitar algunas de sus indiscreciones, se lo llevó a Nueva York e hizo lo posible porque se distrajera en cabarets, teatros y otros lugares de diversión. En Alemania fue elevado a la categoría de héroe nacional, gracias a toda la publicidad internacional que se había montado en torno a él. En Canadá, para reforzar los argumentos de su extradición, le acusaron del robo de la canoa valorada en 35 dólares, a la vez que se estaban llevando a cabo grandes esfuerzos jurídicos y diplomáticos para conseguir que fuera devuelto. Los funcionarios del consulado alemán tras algunas gestiones, supieron que con toda posibilidad sería devuelto a Canadá, por tanto, decidieron que lo mejor era olvidarse de la fianza y huir del país.


Agentes del FBI estuvieron encargados de su vigilancia, eso no suponía mayor problema para alguien que había burlado varias veces a los británicos y canadienses, tras varios cambios de taxi les despistó, se subió a un tren que le llevó a El Paso y cruzó el puente internacional disfrazado de campesino mexicano. La embajada alemana le preparó un pasaporte con nombre falso y le consiguió un pasaje aéreo vía Río de Janeiro y Roma, tras lo cual llegó a Berlín el 18 de abril de 1941. Su llegada se mantuvo en secreto algún tiempo por motivos de seguridad (recordemos que Von Werra sabía cuestiones muy importantes sobre el interrogatorio de los británicos a prisioneros), por fin se le entregó la Cruz de Caballero que se había ganado, se la dio Hitler personalmente, felicitándole por su evasión, Göering le ascendió a capitán y se hicieron muchas fiestas particulares en su honor.

 
La fuga de Franz Von Werra tuvo consecuencias desproporcionadas en lo referente al hecho en sí, pero las consecuencias fueron nefastas para los servicios de inteligencia ingleses en el interrogatorio de pilotos alemanes. Von Werra fue adscrito a los servicios de inteligencia de la Luftwaffe y redactó un informe que fue compilado en un folleto de 12 páginas sobre los métodos interrogatorios de los británicos que resultó de obligado estudio por todas las dotaciones y pilotos.

 
Von Werra había intercambiado impresiones con otros prisioneros y oficiales de alta graduación sobre los interrogatorios británicos y llegó a la conclusión de que cualquier frase por inocua que pareciera, era una pista que tenía su espacio en el enorme rompecabezas que era la información obtenida por diferentes prisioneros. Descubrió que los británicos se tomaban excesiva molestia en saber algo tan aparentemente inútil como el número de estafeta de campaña de los prisioneros, con lo que los servicios de información alemanes estudiaron el porqué de ese interés, descubriendo que por ese número, los británicos llegaban a saber la unidad a la que pertenecía el prisionero y el lugar en el que estaba estacionada dicha unidad. Tras ello, los alemanes cambiaron el sistema de numeración.


Asistió a interrogatorios de prisioneros ingleses en Dulag Luft (centro aéreo de interrogación alemán) y descubrió que los interrogatorios a los pilotos británicos eran muy deficientes. Tras ello los alemanes adoptaron los métodos británicos de interrogación.


Visitó varios campos de prisioneros ingleses para recomendar medidas contra las evasiones, pero las hizo sobre el medio de mejorar las condiciones de vida de los prisioneros.

 
Escribió un libro titulado “Mein flucht aus England” (Mi evasión de Inglaterra), libro que el ministerio de propaganda nazi prohibió por considerarlo pro-británico. Destinado a Rusia dos semanas después del ataque alemán, como jefe del 1er grupo de la escuadrilla 53 de caza, se le reconocieron 8 victorias aéreas con lo que llegó a los 21 aviones derribados. Más tarde, en septiembre de 1941, fue destinado a la defensa costera en Holanda con su grupo. El 25 de octubre de 1941 durante un vuelo de patrulla rutinario, su avión tuvo un fallo en el motor y cayó al mar, se investigó la perdida del avión y la conclusión fue “fallo del motor y descuido del piloto”.
 

Fueron muy extrañas las circunstancias de su muerte. A su regreso a Alemania se había transformado en un personaje muy popular, pero veamos los siguientes hechos:

a) Escribió un libro titulado “Mein flucht aus England” (Mi evasión de Inglaterra) libro que el Ministerio de propaganda nazi prohibió por considerarlo pro-británico.

Un as de la aviación con un futuro brillante como él es retirado del frente principal (Rusia) pese a que le iba muy bien (8 derribos más confirmados) y trasladado a un frente secundario, es decir, a patrullar las costas de Holanda.

c) Poco después -1 o 2 meses- durante una de sus patrullas rutinarias, el avión cae al mar y nunca se encontraron rastros ni del aparato ni del cuerpo de Von Werra.

d) Sin ningún tipo de pruebas, la investigación se concluyó con que el accidente fue debido a “un fallo del motor y descuido del piloto”. ¿Es creíble que un piloto que hizo un aterrizaje forzoso durante la Batalla de Inglaterra, que no se daba jamás por vencido, pueda morir a causa del fallo del motor? Por eso es de suponer que agregaron "descuido del piloto".

Pudo ser que la popularidad de Franz no encajaba dentro de la tiranía nazi con su libro y quizá, con otros hechos que se desconocen. Una muerte más que dudosa.

 

Fuentes:
Bibliografía:
Secretos de la segunda guerra mundial de selecciones del Reader’s Digest
Filmografía:
”El único evadido”, protagonizada por el actor alemán Hardy Kruger

 

 

Edited by Gran colibrí
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  • 3 weeks later...
  • 2 months later...

Me he encontrado con este hilo, de anécdotas de la 2ª G.M., ..y he creído interesante dejaros una poco conocida historia, que relata el kommodore del JG77 de la Luftwaffe,que consiguó 176 victorias,y que después de la guerra llegaría a General de la OTAN, Johannes Steinhoff en su libro "Diario de un jefe de la Luftwaffe; El estrecho de Mesina"

 

Sucedió en mayo de 1943 cuando el ala de caza JG 77 que Steinhoff mandaba, recibió orden de retirarse del norte de Africa a Sicilia, y no tenían transportes suficientes para todo el personal. ..Asi lo relata en su libro:
 

"" Desde que en África concebimos el plan de meter a los mecánicos en los fuselajes de nuestros aviones y de ese modo traérnoslos a Europa, hay una especial relación entre los soldados, que de ese modo escaparon de la muerte o del cautiverio, y «sus» pilotos. Ya no sé quién tuvo la idea de establecer una especie de puente aéreo a Sicilia con aviones de caza, pero surgió una vez que empezamos a concretar el número y nombre de aquellos soldados que debíamos dejar abandonados, en el caso de que recibiéramos la autorización para evacuar el teatro bélico africano. Su destino sería el cautiverio.

  La víspera del primer ensayo, los especialistas de todas las especialidades rodearon llenos de interés el avión que debía recibir al primer pasajero, por así decirlo, en prueba de carga y centrado. Se quitó la placa blindada de detrás de la cabeza del piloto y el suelo del diminuto portaequipajes de detrás de la cabina se cortó de manera que el pasajero, que tenía que ir de rodillas en el estrecho fuselaje del «Me», podía ver al piloto por encima del hombro.

El «embarque» del pasajero requería cualidades acrobáticas, dado que debía ser metido a la fuerza con los pies por delante a través de la estrecha tapa de registro, que estaba pensada como acceso para realizar trabajos en el aparato de radio. Pronto descubrimos que no se podía llevar ninguna bota o zapato claveteado, dado que los pies del acompañante quedaban junto a la brújula maestra y ésta indicaba erróneamente cuando era perturbada por el metal.

En aquella jaula se estaba estrecho y al pasajero se le dormían las piernas, pero para el vuelo de traslado de menos de una hora aquello podía pasar. Alguien ingenioso descubrió que alguien «muy pequeño» en caso de apuro podía caber en la oscura parte final del fuselaje, donde convergen los cables del timón de dirección y encaja el amortiguador de la rueda de cola. Esa prueba también salió bien, claro que hubo que respetar una determinada sucesión en el embarque y en la estiba de las extremidades.

También conseguimos con ello reírnos mucho y con ganas, aunque la ocasión y las perspectivas tenían verdaderamente poco de divertido. Entonces comenzó la búsqueda de los «pequeños» entre los mecánicos y se estableció una lista precisa de pasajeros.

El despegue y el vuelo con esa carga es peligroso, debido a la posición totalmente diferente del centro de gravedad y exige una gran habilidad del piloto.

Que Reinhold con el Me 109 pesadamente cargado, dos mecánicos a bordo, llegara incluso a meterse en un combate aéreo y derribara un kittyhawk, le valió el respeto unánime de todos.

Algún mecánico de motores o mecánico de radio que había pedido insistentemente que lo llevaran, fue llevado en vuelo hasta Sicilia para allí ser reventado por una bomba. Desde entonces los hombres del personal de tierra hablan de «su» piloto, incluso aunque ya no esté con vida. ""

Este es el esquema aproximado de como se colocaba al personal para viajar como pasajeros en el Bf-109G en caso de emergencia.

Instalación de pasajeros en un Bf-109





 

 

 

Aunque no queda demasiado claro quien fué el osado piloto,que llevando dos personas de pasajeros en el Bf-109, que entabló combate contra un P-40 "Kittyhawk", Imagino que se refiere a Gerhard Reinhold que consiguió 41 victorias aéreas durante la guerra, y que después de su paso por el JG77, y JG5, formó parte del ala JG7, comandada por el mismo Steinhoff y equipada con los Me-262. 

Edited by IIIJG52_Otto+
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On 17/8/2017 at 1:32 PM, Gran colibrí said:

Buena aportación, IIIJG52_Otto+.

 

Habrá que investigar al piloto Gerhard Reinhold. Eso de entrar en combate con los compañeros ahí escondiditos..., a saber qué pensarian en esos instantes, qué dirian (o gritarian) y qué caras pondrian.

 

De terror absoluto.  Con cualquier problema, o daño, el piloto podria saltar en paracaídas... para ellos era una muerte cierta.

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  • 4 months later...

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