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Historias De Los Pilotos En Malvinas


Trébol

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Hola a todos.Estuve viendo que a algunos les interesa la historia sobre los cielos del mundo.

Les voy a dejar una nota periodistica que salio en el Diario La Nacion de Argentina, sobre uno de los tantos heroes argentinos de la Guerra de Malvinas.Particularmente me gusta estudiar la historia de la Guerra de Malvinas y por si alguien le interese tambien, tengo varios relatos, fotos, etc etc sobre los pilotos de la Fuerza Aerea Argentina durante el conflicto

 

Aqui les dejo esta apasionante nota/anecdota:

 

 

La espectacular aventura de Guillermo Dellepiane, un piloto que atacó el campamento inglés en Malvinas, tiró bombas sobre Jeremy Moore y al escapar vivió una odisea de película. Un hombre al que los británicos reconocen y los argentinos ignoran

 

Jorge Fernández Díaz

LA NACION

 

Tenía veinticuatro años, volaba a ras del mar y estaba a punto de bombardear un destructor y una fragata misilística.

 

Le decían Piano porque se llamaba Guillermo Dellepiane, y era alférez en una fuerza que no tenía héroes ni próceres porque jamás había entrado en combate. Se trataba de la primera misión de su vida y acababa de despegar de Río Gallegos. Su padre se había muerto sin poder cumplir el sueño de realizar en el terreno de la realidad lo que a lo largo de toda su carrera había simulado hacer: la guerra del aire.

 

Tan inquietante como entrar en batalla debe de resultar el hecho de consagrar una vida a un acontecimiento que no ocurrirá. Guerreros de la teoría y el entrenamiento, muchos cazadores se reciben, se desarrollan y se retiran sin haber cazado jamás una presa verdadera. El padre de Piano , cerca de la jubilación, había muerto hacía dos años en un accidente absurdo, cuando se derrumbó un ala del edificio Cóndor. Volando hacia el blanco en un A-4B Skyhawk, el hijo venía a cumplir ahora la escena deseada y urdida por el fantasma de su padre.

 

Era el 12 de mayo de 1982 y una escuadrilla de ocho aviones argentinos avanzaba en silencio de radio hacia dos barcos británicos. Los cuatro primeros iban adelante y dispararían primero. Los cuatro halcones de atrás, a una distancia prudencial, tendrían una segunda oportunidad o entrarían a rematarlos.

 

Para Piano , era una misión iniciática, la última lección de un profesional de la guerra: la guerra misma. Hasta entonces todo habían sido aprendizajes y pruebas. Alférez es el primer escalafón de los oficiales, y Dellepiane ni siquiera había experimentado el reabastecimiento en vuelo, una compleja operación que en este caso consistía en acercarse volando a un Hércules, encajar la lanza de la trompa del A-4B en la canasta de combustible y cargar tanques para seguir viaje. Muchos fallaban en ese intento: se ponían nerviosos y no podían meter la lanza. "Mirá si yo no puedo, es una vergüenza", se decía. Estaba más preocupado por ese bochorno que por la muerte. Pero cuando tuvo al Hércules frente a frente no falló, y rápidamente se unió a su jefe, un primer teniente, que ordenó bajar a menos de quince metros de las olas y avanzar a toda máquina. Volaban tan bajo que dejaban estelas en el mar.

Evadiendo misiles

 

Con el alma en vilo escucharon que, cinco minutos antes de llegar al blanco, los primeros cuatro aviones atacaban. En el horizonte no se veía nada pero Piano se dio cuenta en seguida de que a sus compañeros no les había ido muy bien. En dos minutos supieron que tres aviones habían sido alcanzados por la artillería antiaérea y que habían sido derribados en medio de hongos de fuego y estampidos de agua. El cuarto avión regresaba por las suyas. El sol volvía espléndido un día negro. Negrísimo. Piano vio de repente los buques enemigos. Eran efectivamente dos y les estaban disparando. En ese momento no pensaba en la patria ni en Dios, sólo veía con una cierta incredulidad esa película fantástica y en technicolor. La veía como si él no fuera parte de ella. Era un espectáculo corto y alucinante pero sin ruidos, porque en la cabina no se oía nada. Fueron fracciones de segundos: Piano contuvo el aliento verificando la velocidad y la altura, y en el momento exacto en el que pasaba por encima de uno de los dos barcos, mientras recibía y eludía disparos de todo tipo, apretó el botón y soltó una bomba de mil libras.

 

Las bombas impactaron en el destructor y le abrieron agujeros horribles y definitivos. Quedó fuera de servicio, pero eso Piano lo supo mucho después porque en ese instante lo único que pudo hacer fue salir rápido de la ratonera evadiendo misiles y huyendo a toda velocidad. Cuando una escuadrilla dispara, los aviones se dispersan y cada uno regresa como puede. El joven alférez se sintió solo unos minutos pero de pronto divisó la nave de su jefe y la alcanzó. No podían hablarse, porque las navegaciones aéreas eran en silencio, pero volaban juntos, como hermanos, a una distancia de doscientos metros uno del otro, con el infierno atrás y el continente adelante. Habían cumplido y volvían con la gloria; era una extraña y grata sensación.

 

Hasta que de repente un proyectil rasante surgido de la niebla pegó en un alerón del avión del primer teniente. Fue un golpe mortal a velocidad infinita que le hizo dar una vuelta de campana, pegarse contra la superficie del océano y explotar en mil pedazos. Todo en un pestañeo de ojos. Piano lo vio sin poder creerlo pero sin dejar de apretar el acelerador. Descendió todavía más y prácticamente aró el mar con un gusto metálico en la boca. Dependía emocionalmente de su jefe. Había bajado por un momento la guardia, pensando "me va a llevar a casa", pero ahora estaba solo y desesperado. Ahora dependía únicamente de su propia pericia, o de su suerte.

 

Voló un rato de esa manera, huyendo del diablo, y luego, cuando estuvo seguro de que no lo seguían, avisó al Hércules C-130, que los cazadores le llaman "La Chancha", e inició el ascenso. "La Chancha" puso la canasta y sin perder el pulso el joven alférez empujó la lanza y recargó combustible. Después voló el último tramo casi a ciegas: el mar había formado una gruesa capa de salitre en el parabrisas del avión.

 

El salitre de la desolación le nublaba a Piano los ojos. Lo más duro era entrar en la habitación de un compañero muerto, juntar su ropa, hacer su valija y dejarla en el vestíbulo del hotel donde pernoctaba su escuadrón. Ese ritual lo esperaba en Río Gallegos al final de aquel día en el que finalmente había tenido su bautismo de fuego en el Atlántico Sur. Los dioses, como decía la vieja sentencia griega, castigan a los hombres cumpliéndoles los sueños.

 

En los años sucesivos sólo recordaría esa primera misión. Y la última. En el medio únicamente quedaban vuelos de reconocimiento, incursiones en la zona del Fitz Roy, nervios terribles y más caídos y duelos. También el ánimo de los mecánicos, que siempre despedían a los pilotos de combate con banderas y aclamaciones, y el regreso de la base al hotel que, con éxito o sin éxito, con muertos o sin ellos, hacían en un jeep o en una camioneta Ford F100 cantando canciones contra los ingleses.

 

No tenían, por supuesto, la menor idea de cómo iba la guerra. Y cuando los trasladaron a San Julián sufrieron cierta tristeza: ocuparon una hostería y anduvieron por esa pequeña ciudad en estado de alerta total.

 

No eran muy supersticiosos, pero tenían cábalas y de hecho no se sacaban fotos entre ellos porque creían instintivamente que eternizarse en esas imágenes significaba un pasaje directo hacia la desgracia.

 

Nada pensaron, sin embargo, de aquella misión en día 13: estaba nublado y frío, y a Piano y a sus compañeros les ordenaron partir hacia las islas. Decían que los ingleses habían desembarcado y que se luchaba cuerpo a cuerpo en tierra. Los A-4B llevaban bombas, cohetes y cañones. Piano estaba, como siempre, ansioso. Aunque esa ansiedad solía terminarse cuando lo ataban en la cabina y había que salir al ruedo. Los nervios entonces desaparecían, como el torero que siente un nudo en el estómago hasta que baja a la arena y enfrenta con su capote al toro.

 

Pero el despegue no fue tan fácil. Se rompieron unos caños de líquido hidráulico y hubo que buscar a mil quinientos metros un avión gemelo. Al alférez lo desesperaba que su escuadrilla partiera sin él, de manera que se subió al otro A-4B y empezó el rodaje sin cargar el sistema Omega, que permitía coordinar y volar con precisión. Piano no quería quedarse en San Julián, y como los suyos ya se habían marchado llamó al jefe de la segunda escuadrilla y le pidió permiso para plegarse a su grupo. Le dieron el visto bueno y despegó sin tener bien configurado el avión. Ascendió y buscó entre las nubes el rumbo, y encontró en un momento al Hércules, que llevaba doce hombres y tenía la orden de no entrar en la zona de la batalla ni quedar al alcance de los misiles enemigos por ningún motivo.

 

Cargó combustible y siguió a su guía por el norte de las islas Malvinas, luego tomó dirección Este a vuelo rasante y hacia el Sur bajo chaparrones. Y se sorprendió al escuchar que el operador de radar de las islas preguntó si había aviones en vuelo. El jefe de la formación le respondió con un pedido, que les proporcionaran las posiciones de las patrullas de Sea Harriers.

 

Cuando llegó el informe verbal los pilotos argentinos sintieron un escalofrío. Había cuatro patrullas en el aire y una quinta al norte del estrecho de San Carlos. El cielo estaba infestado de aviones ingleses. Era una trampa mortal, y la lógica indicaba regresar de inmediato al continente.

 

Pero ya estaban a cinco minutos del objetivo y el día se había despejado, y entonces el guía tomó la resolución de seguir. Después descubrirían que estaban atacando un enorme vivac armado por los ingleses en Monte Dos Hermanas. Más de dos manzanas con carpas, containers y helicópteros, un campamento desde donde dirigía la guerra el general Jeremy Moore.

 

Todo ocurría en el término de minutos. Los A-4B iban a ochocientos kilómetros por hora y a veinte metros de distancia entre unos y otros. Los pilotos temían que una fragata misilística les cortara el paso antes de llegar al blanco. No llevaban armamento para atacar un buque; las bombas tenían espoletas para objetivos terrestres. Por la gran movilización de helicópteros de esa zona los generales de Puerto Argentino habían conjeturado que allí podía estar el mismísimo centro de operaciones de los británicos. Y no se equivocaban.

 

Las cartas de vuelo decían que el ataque debía hacerse a las 12.15. Y faltaban dos minutos. Los cazadores pasaron por encima de la bahía San Luis y el operador del radar de Malvinas les advirtió que los Harriers los habían detectado y que ya convergían sobre ellos. Cuando faltaban un minuto y veinte segundos la escuadrilla casi despeinó a un soldado inglés que subía una loma. Ahora los aviones, en la corrida final, volaban pegados al suelo. Más allá de la elevación apareció el campamento. Y Jeremy Moore evacuó su carpa un minuto antes de que le cayeran los obuses.

 

Dellepiane lanzó sus tres bombas de 250 kilos, provocó destrozos, y percibió que les tiraban con todo lo que tenían. Desde misiles y artillería antiaérea hasta con armas de mano. Era un festival de fuegos artificiales. Y casi todos los pilotos se desprendieron de los tanques de reserva y de los portamisiles e hicieron una curva para regresar por el Norte, cada uno librado a su inteligencia.

 

Piano voló haciendo maniobras de elusión y acrobacias, y sintió impactos en el fuselaje. Era otra vez un espectáculo increíble y aterrador. A la altura de Monte Kent se topó con un helicóptero Sea King en pleno vuelo y le disparó. Salieron dos proyectiles y se le trabó el cañón, pero una bala pegó en las palas y obligó al piloto inglés a un aterrizaje de emergencia.

 

Enseguida, por la izquierda, vio que pasaban dos bolas de fuego que iban directamente hacia el avión de su teniente, así que le gritó por la radio "Cierre por derecha" y siguió virando hasta ver que los misiles pasaban de largo y se perdían. Más adelante se topó con otro Sea King y volvió a intentar dispararle, pero también fue en vano: el cañón no se destrababa. Así que en el último instante levantó el Skyhawk y pasó a centímetros de las aspas del helicóptero para evitar que el piloto de casco verde lo liquidara con su gatillo.

 

Fue más o menos en ese instante cuando se dio cuenta de que estaba sucediendo algo inesperado: se estaba quedando sin combustible. Un proyectil le había perforado el tanque, y tenía sólo 2000 libras. Precisaba más del doble para alcanzar la posición de "La Chancha". Pero no pensaba en ese momento crucial en llegar a ningún lado sino en escapar del acoso de los Harriers. Se desprendió entonces de los portamisiles y siguió volando un trecho pidiéndole al radar de Malvinas que le dijera, sin tecnicismos y con precisión, dónde estaban sus verdugos. Los Harriers volaban a una distancia considerable, así que ya sobre el norte del estrecho San Carlos dudó sobre si debía eyectarse en la isla o tratar de llegar al Hércules. Sus maestros, en las lecciones teóricas, le habían recomendado siempre que en una situación semejante intentara regresar. Eyectarse significaba perder el avión y caer prisionero. Cruzar significaba enfrentar el riesgo de no lograrlo y terminar en el mar. Si caía no podría sobrevivir más de quince minutos en las aguas heladas, y no había posibilidades operativas de que ninguna nave pudiera rescatarlo a tiempo.

 

Sus compañeros, por radio, trataban de darle consejos y sacarlo del dilema. Pero su jefe tronó: "Déjenlo a Piano que decida". Y entonces Piano decidió. Salió a alta mar, se puso en la frecuencia del Hércules y comenzó a conversar con el piloto que lo comandaba. Dos hombres hicieron ese día caso omiso a las órdenes de los altos mandos: el piloto de "La Chancha" salió de su posición de protección, entró en la zona de peligro y avanzó a toda máquina al encuentro del A-4B de Piano , y un oficial de San Julián tuvo un arrebato, se subió a un helicóptero y se metió doscientas millas en el mar a buscarlo, un vuelo completamente irregular y arriesgado que no ayudaba pero que mostró el coraje suicida del piloto y la desesperación con que se seguía en tierra la suerte de aquel cazador herido de combustible que intentaba volver a casa.

 

El alférez escuchó "Vamos a buscarte" y trató de mantener el optimismo, pero el liquidómetro le indicaba a cada rato que no conseguiría salir vivo de aquel último viaje. "¿A qué distancia están?" -preguntaba cada tres minutos-. "¿A qué distancia están?" La radio se llenaba de voces: "Dale, pendejo, con fe, con fe que llegás". El alférez sacaba cuentas sobre la cantidad de combustible, que se extinguía dramáticamente, y pronosticaba que se vendría abajo. Y sus oyentes redoblaban los gritos de aliento: "¡Tranquilo, pibe, con eso te alcanza y sobra!" Sabía que le estaban mintiendo. Cuando llegó a 200 libras se dio por perdido. De un momento a otro el motor se plantaría y se iría directamente al mar. Comida para peces. Cuando llegó a 150 libras recordó que eso equivalía, más o menos, a dos minutos de vuelo. "¡No me abandonen!" -los puteó, porque había silencio en la línea-. De repente el piloto del Hércules C-130 creyó verlo, pero era un compañero. Piano pasó de la euforia a la depresión en quince segundos.

 

No rezaba en esas instancias, sólo le venían relámpagos del recuerdo de su padre. El fantasma estaba dentro de aquella cabina, metido en sus auriculares. "Dame una mano, viejo", le pedía guturalmente, con las cuerdas vocales y con los ventrículos del corazón.

 

El liquidómetro marcó entonces cero, y de pronto Piano escuchó que lo habían divisado y vio por fin a "La Chancha". La vio cruzando el cielo, hacia la derecha y bien abajo. Le pidió al piloto que se pusiera en posición y se largó en picada sin forzar los motores, planeando hacia la canasta salvadora. Cuando la tuvo enfrente le dio máxima potencia con una lágrima de combustible en el tanque y al ponerse a tiro pulsó el freno de vuelo y metió la lanza. Todos atronaban de alegría en la radio y se abrazaban en tierra. Piano también gritaba, pero quería abastecerse rápido, retomar el control y regresar a San Julián por su propia cuenta. Pronto descubrieron que eso no era posible. Todo el combustible que entraba, pasaba al tanque y caía por el orificio. "Quedate enganchado", le dijo el piloto del Hércules. No tenían alternativa. Volaron así acoplados el resto del camino, perdiendo combustible y con el riesgo de una explosión o de no llegar a tiempo.

 

Fue otra carrera dramática hasta que vieron el golfo y luego la base. Entonces el A-4B se desprendió y chorreando líquido letal buscó la pista. Piano intentó bajar el tren de aterrizaje pero la rueda de nariz se resistía. Estaba todo el personal de la base de San Julián esperando, y él dando vueltas, dejando estelas de combustible de avión y tratando de lograr que esa maldita rueda bajara. Finalmente bajó, y el alférez aterrizó, se desató rápido, se quitó el casco, saltó al asfalto y se alejó corriendo del enorme lago de combustible que se formaba a los pies del A-4B.

Medalla al valor

 

Hubo fiesta hasta tarde y felicidad desenfrenada en San Julián. Como Piano se consideraba vivo de milagro se tomó muchas copas y tuvieron que acompañarlo hasta su habitación: se durmió con una sonrisa y se despertó muy tarde. Era el 14 de junio de 1982 y sus compañeros le informaron que la Argentina se había rendido.

 

Gracias a una licencia providencial, dos días después ya estaba en Buenos Aires. La ciudad permanecía hundida en la ira y en la depresión. Y también en la indiferencia. Cualquiera que se cruzaba con Piano se le acercaba con precaución y al rato le pedía que contara todo lo que había vivido. Pero Piano no tenía ganas de contar nada. Durante años soñó con aquellas piruetas mortales, aquellos vuelos rasantes, aquellas muertes: insomnio pertinaz y espectros atemorizantes que lo perseguían como Sea Harriers impiadosos.

 

Le dieron la Medalla al Valor en Combate, y se mantuvo dentro de la Fuerza Aérea haciendo una callada carrera con foja intachable y mucha capacitación profesional. Hace dos años fue enviado como agregado aeronáutico a Londres. Los ingleses lo recibieron como un gran guerrero. En la misma tradición de Wellington y de Napoleón, los ejércitos europeos aún practican el honor para sus antiguos y respetables enemigos.

 

Las aspas atravesadas del Sea King que había derribado Piano en Monte Kent están en el Museo de la Royal Navy, y el helicopterista que conducía aquel día está vivo pero retirado. Piano consiguió su teléfono y conversó afectuosamente con él. "Me alegra no haberlo matado", se dijo.

 

Los veteranos ingleses que lucharon en el Atlántico Sur tienen un enorme respeto por los aviadores argentinos. Y sienten nostalgias por aquellos tiempos: "Fue la última guerra convencional -dicen-. Unos frente a los otros por un territorio concreto. Hoy todo se hace a distancia, metidos en terrenos sin fronteras definidas y por causas borrosas, con terrorismos atomizados y combatientes religiosos eternos. Con esos enemigos al final no podemos juntarnos a tomar una cerveza".

 

Aquel alférez, convertido en comodoro, fue invitado una tarde a entregar un premio en la escuela de aviación de la RAF. Por la noche, los pilotos de guerra recién recibidos y sus señores oficiales cenaban en un salón majestuoso de mesas larguísimas. Piano ocupó un lugar privilegiado, y el director de la escuela pidió silencio y habló del piloto argentino. Se sabía su currículum bélico de memoria y en su discurso mostraba el orgullo de tener esa noche a un hombre que había luchado de verdad contra ellos.

 

El jueves pasado Guillermo Dellepiane asumió como director de la Escuela de Guerra Aérea en Buenos Aires. Ocupa un despacho en el Edificio Cóndor, donde murió su padre. Piano es ahora un cincuentón bajo y gordito. Se le cayó el pelo, es sumamente cordial y tiene un pensamiento moderno, y por supuesto en la calle nadie lo reconoce. Nadie sabe que forma parte de la hermandad del honor, y que es un héroe imborrable de una guerra maldita.

 

Saludos

 

Pablo

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Impreisonante Pablo, la verdad que a uno le da una tritesa imnensa saber estos relatos en momentos dificiles y que la rapidez que tiene un piloto en decidir es admirable. Sinceramente te digo que tengo conocimientos muy borrosos de Malvinas, siempre quise saber de la guerra que a todos le aterran contar, en fin.

 

La verdad que es impresionante el Piano.

 

Salu2.

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Es asi, IMPRESIONANTE... un detalle que no hay que dejar pasar por alto: 24 AÑOS tenia este muchacho... 24.

 

Exactamente por eso, muchos adolecentes y casi mayores que recien estaban construyendo sus vidas fueron forjados a participar de este combate tan aterrador. Pocos de los que volvieron de Malvinas ya les cuesta relatar lo vivido.

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Es asi, IMPRESIONANTE... un detalle que no hay que dejar pasar por alto: 24 AÑOS tenia este muchacho... 24.

 

Y??? muchachos de 24 años combaten en Afganistan, muchachos de 24 años invadieron Iraq, Muchachos de 24 construyen 24, diseñan aviones...Si me dijeras 18 pues sip. Pero con 24 años, algunos ya tienen familia y estudios superiores.

 

Una gesta la de este hombre desde luego.

Edited by Ce_zeta
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Es asi, IMPRESIONANTE... un detalle que no hay que dejar pasar por alto: 24 AÑOS tenia este muchacho... 24.

 

Y??? muchachos de 24 años combaten en Afganistan, muchachos de 24 años invadieron Iraq, Muchachos de 24 construyen 24, diseñan aviones...Si me dijeras 18 pues sip. Pero con 24 años, algunos ya tienen familia y estudios superiores.

 

Una gesta la de este hombre desde luego.

 

A diferencia de Iraq, Afganistan. Argentina tuvo una temporada en que el servicio militar era obligatorio, apartir de los 18 años ya te llamaban y te buscaban para alistarte en Malvinas, no habia escusa para no ir. Esta bien, un tipo de 24 años son capaces de estar en una batalla, de eso si...pero hay algunos que no tienen idea de lo que es la milicia y los integran asi como asi.

Edited by Nyko
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Es asi, IMPRESIONANTE... un detalle que no hay que dejar pasar por alto: 24 AÑOS tenia este muchacho... 24.

 

Y??? muchachos de 24 años combaten en Afganistan, muchachos de 24 años invadieron Iraq, Muchachos de 24 construyen 24, diseñan aviones...Si me dijeras 18 pues sip. Pero con 24 años, algunos ya tienen familia y estudios superiores.

 

Una gesta la de este hombre desde luego.

 

 

Y??? Me parece que no entendiste el mensaje.. sea en malvinas, en Iraq o en el Congo yo destaco la hombria de toda esa gente y la frialdad en ciertas situaciones por la edad que tienen.

 

Saludos

 

Pablo

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Aqui les dejo otro:

 

Relata: Capitán Donadille -Piloto de Mirage V "Dagger"

 

21 de Mayo de 1982

 

Ayer recibí una encomienda de casa, con cartas, una bufanda y chocolates; las cartas,

especialmente las de mis hijos, me emocionan cada vez más (Es muy grande la ternura y el

apoyo a su padre que de ellas se desprende. Mi hija mayor me recomienda que les "acomode" lo

mejor posible las bombas a los ingleses).

No dejo que el resto de mis camaradas se dé cuenta del efecto que me hacía la

correspondencia, generalmente las leo a solas y una sola vez.

Con respecto a los chocolates, el destino quiso que lo pruebe muchos días después y en el

lugar de donde salieron, mi hogar.

Hoy, 21 de Mayo, en nuestra Base de Operaciones amaneció con el cielo limpio y un sol

brillante.

Yo debía mantenerme en alerta para una probable cobertura aérea (cubrir a otros aviones que

ataquen) como Jefe de Sección (dos aviones).

Apenas ingresados a la Sala de Pilotos, recibimos la noticia de que los ingleses estaban

desembarcando en la Isla Soledad, dentro de la Bahía San Carlos, que da al estrecho del mismo

nombre.

Debimos cargar inmediatamente todos los aviones con bombas a fin de atacar a los navíos

"piratas".

Hubo una gran confusión inicial, corridas, herramientas que no se encuentran, órdenes,

nervios, etc. . . una nube de mecánicos y armeros pululaba entre los aviones.

Dos escuadrillas de tres aviones cada una iniciaron sus preparativos para el despegue, de

acuerdo a una "orden fragmentaria" emanada de la F.A.S. (Fuerza Aérea Sur), responsable de la

planificación de las misiones operativas.

Yo debía salir en la segunda "oleada", por lo que colaboré con los de la primera.

Despegaron, un nudo en el estómago y la espera de los que salieron y mi hora.

Tiempo después los tuvimos en la pantalla del radar, volvían todos.

Aterrizaron, comentaban sus experiencias a los gritos, con los nervios todavía tensos como una

cuerda de guitarra:

 

—"El fuego antiaéreo era infernal", "San Carlos está saturado de buques", etc, etc.

 

Indudablemente estábamos ante un desembarco con todas las reglas, pues habían visto más

de diez navíos.

Mientras repasaban los aviones, (dos estaban bastante agujereados), me preparé junto con el

Mayor Piuma y el 1er. Ten. Senn para salir (Este último fue alumno mío y yo le enseñé a volar).

Absorbíamos toda la información tratando de no olvidarnos nada, pues un piloto en misión de

combate no debe llevar nada que en caso de eyección sirva como información al enemigo,

frecuencias, tipos de formación, armamento, meteorología en ruta, zonas de eyección, todo

confiada a nuestra memoria.

Nos colocamos nuestros pesados equipos (ropa interior de lana, pullover, antiexposición para

sobrevivir en el agua, botas de vuelo, anti-G para soportar las tremendas aceleraciones, chaleco

salvavidas, equipo de supervivencia, arneses, campera de vuelo, casco, el toque personal en mi

caso de una gruesa bufanda con los colores del Grupo Aéreo.

Cierro mi cúpula, quedo aislado del mundo exterior y del viento helado, inmerso solamente en

mi universo de indicadores, comandos, palanca, instrumentos e interruptores, que comienzan a

cobrar vida a través de mis manos.

 

Por los auriculares de mi casco llega la voz nasal, deformada por la máscara de oxígeno del No

3 de mi escuadrilla:

 

- "Ratón 3" listo para la puesta en marcha".

 

No escucho al 2, el tiempo apremia, recuerdo respetar los horarios. . .¡Al diablo! si no está listo,

se queda y doy la orden de poner en marcha de inmediato. Entre el silbido de las turbinas

escucho al 2 remolón que me pide que los espere. (Evidentemente no quiere perderse la misión

por nada del mundo).

Como la otra escuadrilla ya está lista le digo que salga primero para cumplir el horario de

entrada al blanco.

Una vez que tomamos suficiente velocidad de sustentación, tras haber despegado

angustiosamente en los últimos metros de pista, dejamos atrás la costa con sus gaviotas y nos

adentramos en el mar.

La voz impersonal del radar me confirma que estoy en el rumbo correcto.

El buen tiempo también queda atrás, al frente observo gruesos nubarrones.

Descendemos, con nuestros aviones a diez metros de altura sobre el agua y a ochocientos

kilómetros por hora, las olas perladas de espuma y de un color azul plomizo tienen un aspecto

amenazante.

 

-"¡Atento a la izquierda, ahí están los cascotes!" -(primeros islotes)-, me avisa el 3.

 

Efectivamente, entre una capa de stratus (nubes bajas) y deformadas por una tenue llovizna

aparecen las pequeñas islas que nos sirven de referencia, estamos adelantados veinte segundos

y algo desviados.

Minutos después estamos sobre la Gran Malvina; el tiempo empeora, la llovizna ya es lluvia y

la visibilidad en algunos tramos disminuye en forma alarmante, lo que me hace temer por la zona

montañosa y nuestro vuelo bajo.

Con un vistazo a ambos lados veo a los numerales balanceándose a mi misma altura.

 

— "A tres minutos del blanco", -les aviso.

 

— "¡Acelerando, ya!" -y coloco mi acelerador hacia adelante sin conectar la post combustión

(potencia adicional).

 

Nos deslizamos cada vez más rápido, sobre un terreno ondulado y amarillento, enmarcado de

cerros y bajo una luminosidad gris oscura, proveniente de un cielo sombrío y encapotado.

A un minuto y medio;... mis músculos se contraen mientras instintivamente me inclino hacia

adelante en mi pequeña cabina, concentrándome en la mira de tiro, que a través de sus signos

luminosos me muestra el suelo peligrosamente cercano.

Si salgo bien no necesitaré hacer virajes y daremos una ventaja menos.

¡¡¡Atento, avión a la derecha!!!", me sobresalta la voz alterada del 3.

A un costado, con el mismo rumbo, pero 300 metros más alto veo la silueta de un Sea Harrier.

Presiento a otro detrás nuestro (En realidad estimo que fueron más de cuatro los que nos

interceptaron).

Casi al mi smo tiempo el Inglés nos vio y viró picando hacia nosotros.

 

-¡Eyectar cargas y virar por derecha! ordené enfrentándolo.

 

Uno de mis hombres duda, repito la orden, ahora sí caen sus cargas externas (bombas y

tanques), mientras su avión aliviado salta hacia adelante, cruzándose en mi línea de tiro, luego

sale de ella.

El Británico mantiene un rumbo convergente al mío y una suave picada.

Tanto peor. . ., comienzo a disparar desde unos setecientos metros de distancia, pienso que

las llamaradas de mis cañones lo asustan pues bruscamente pica hacia el terreno; mis disparos le

pasan por arriba, perdiéndose en el vacío.

Inclino las alas y con una picada al timón, trato de bajar la nariz de mi avión para evitar que mi

blanco se escurra por debajo.

Comienzo a tirar de nuevo esperando que el Harrier se "coma" algunos de mis proyectiles.

 

-¡Atento al suelo que se acerca rápidamente!.

 

Veo pasar bajo mi vientre un largo fuselaje azul marino, enmarcado por dos gruesas tomas de

aire de donde nacen dos cortas y anchas alas en flecha.

Palanca al estómago ¡ojo con la patinada! mientras siento que la aceleración me aplasta contra

el asiento, y el traje me oprime el vientre y las piernas.

 

Veo por mi izquierda pasar a uno de mis numerales como una exhalación en un viraje muy

cerrado y a nivel.

Invierto el avión, quedando cabeza abajo y lo veo alejarse con las toberas al rojo vivo por la

post combustión.

Un ruido seco y no muy fuerte (Como quien rompe una bolsa de papel inflada) e

instantáneamente mi avión se enloquece apuntando al cielo, luego se inicia un tremendo

movimiento oscilatorio de nariz, hacia arriba y hacia abajo, que por momentos me aplasta contra

el asiento o me deja flotando entre la basura que se levanta del piso.

De pronto, inicia un rapidísimo tonel en vuelo paralelo al piso (Increíblemente vienen a mi

mente las épocas en que pertenecía a la Escuadrilla de Acrobacia de la Escuela de Aviación

Militar).

La palanca de comandos está floja, sin vida.

Ante la cercanía del suelo, la situación y velocidad, pensé que había llegado el fin de mis días

en la tierra y me invadió un gran cansancio, pero inmediatamente sobrevino una rebelión interior y

accioné la palanca de eyección inferior.

Una vez más el buen Dios me protegió y salí en momentos en que mi avión no apuntaba hacia

abajo.

Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran

Malvina.

Agradecí al Señor, pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy

afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi

avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos.

Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto

siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su Hijo,

agradeciendo el estar aún con vida.

Encontré un viejo arado, rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio

para aislarme de la humedad pues ya anochecía.

Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche

más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue. . ., sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó

por mi mente esa noche, pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en

la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de

mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente

lejana ahora y en el frío. . . un frío tremendo que me parecía venía a oleadas, el cual me impidió

dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de

dientes en ese solitario paraje.

Pero estaba lúcido y bastante entero, sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba;

tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de

que mi situación no era muy envidiable, me reconfortaba el reflejo de incendios que

intermitentemente observaba en la panza de los "stratus bajos" (nubes), del otro lado de la

montaña que marcan el inicio del estrecho San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había

barcos ingleses; Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas,

estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me indicaban que gracias a mi

Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra.

Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún

problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme.

En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por

mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla, llegando por fin alrededor de las tres de la

tarde a Puerto Howard, .en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo

por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba

el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas de que todavía no había pasado a ser

solamente un recuerdo en esta tierra.

Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo

también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger "más bajo que las

piedras" y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: "Esos

son de los míos".

Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema

tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino

cinco días después.

Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza, pues

verdaderamente presencié lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por

parte de los aviadores, sino también por todo el resto del personal de Oficiales, Suboficiales y

Soldados, que dieron más que algo por la Patria.

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Es asi, IMPRESIONANTE... un detalle que no hay que dejar pasar por alto: 24 AÑOS tenia este muchacho... 24.

 

Y??? muchachos de 24 años combaten en Afganistan, muchachos de 24 años invadieron Iraq, Muchachos de 24 construyen 24, diseñan aviones...Si me dijeras 18 pues sip. Pero con 24 años, algunos ya tienen familia y estudios superiores.

 

Una gesta la de este hombre desde luego.

Correctísimo. Mis 5 cent: impresionantes estas historias, pero atufan a patrioterismo rancio.

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patrioterismo rancio?!??

Ir a atacar a la tercera Flota mas moderna del mundo con aviones relativamente viejos y hacer impacto en el 86% de los buques de guerra, creo que eso es Patriotismo en su máxima pureza y debe ser relatado de la misma manera con todo orgullo ;)

 

Es mi opinion

 

Saludos

 

Pablo

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Honor a los que cumplen con su deber!! :o

 

Sin duda en estos casos, es difícil separar "patrioterismo" de "patriotismo" , incluso este último puede ser relativizado...

 

..pero creo que tanto de los relatos, como de hechos como estos en general, hay que extraer la reflexión que nos puede aportar, visualizar a un hombre( o mujer, da igual) frente a una circunstancia extrema. ¿Que hacemos?, ¿como reaccionamos? Cuando estas ahí, como bien describía el primer relato,no tienes tiempo para disquisiciones intelectuales, políticas o morales. Se hace lo que se tiene que hacer. En mi opinión es lo que aquellos pilotos hicieron en su momento. Y es lo que, sus circunstanciales adversarios, les reconocieron.

 

Ahora si las guerras tienen sentido...si dar la vida por la patria y esas cosas....pues eso es harina de otro costal :rolleyes:

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