Debrief del bomber "nucelar":
La noche se presentaba interesante. Tras practicar la suelta de pepinos con viento, imprimirme el mapa de la zona y trazar los rumbos, todo estaba preparado:
No hubo sorpresas inesperadas en el trayecto de ida. Pepe junto con su escolta abría la comitiva, bastante adelantado al resto, que debía comprobar las condiciones meteorológicas del objetivo principal (Kita-Kyushu) y posteriormente las del secundario (Fukuoka).
Varios kilómetros más atrás, Osiris servía de señuelo para la caza enemiga, volando a más de 20000 pies de altura. Y algo más atrás, y mucho más bajo, a 18000, yo pilotaba el B-29 que cargaba el arma nuclear, "Big cucumber" (pepinaco), de 21 kilotones.
Desde el punto de salida encaramos rumbo 320, casi directo a objetivo, y volamos sin novedad hasta llegar al punto de decisión. Por radio Pepe nos informó de la buena visibilidad en el objetivo primario, por lo que al llegar a AQ29 viramos en rumbo norte, directos hacia el objetivo primario.
Desde el puesto del artillero frontal, veo como la ciudad va creciendo en la mira. Veo más edificios de los que soy capaz de contar, llenando mi retícula como una marea gris que lo abarca todo. En cada uno de esos edificios viven muchas familias, con maridos, mujeres, hijos y nietos, ignorantes del poco tiempo que les queda de vida. Casi mecánicamente, introduzco los datos en la mira de bombardeo, que me indica una suelta de 35º. El viento soplaba 4 m/s en rumbo 280, que a esa altitud se convertían casi en 7, por lo que introduje una corrección de 7 grados hacia la derecha. El objetivo se va acercando, y los grados de mi mira van disminuyendo. 50, 45, 40, 37... Al llegar a 35, mi dedo pulsa el botón que matará a millones de personas. Veo como el artefacto, de color amarillo chillón, se separa del fuselaje, y comienza la caída libre.
20 largos segundos tardó en llegar al suelo, en el centro de la ciudad, y otros 15 segundos tardó en hacer explosión, arrasando completamente la zona, y formando un gran hongo de humo negro.
Fué entonces cuando recordé las palabras de Oppenheimer: "Me he convertido en la Muerte. El destructor de mundos".
Sin embargo mis cavilaciones duraron poco, porque todo un enjambre de cazas japoneses se abalanzaba sobre nosotros, sedientos de venganza.
Realicé un viraje a izquierdas, buscando rumbo de salida sur, y apenas lo había conseguido, cuando una bala certera me alcanzó en la cabina. Mi suerte se uniría a la de los millones de seres humanos que acababa de asesinar a sangre fría.